
«A los camioneros nos han dejado olvidados»
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El cierre de empresas ha reducido el tráfico de mercancías y con las carreteras vacías es complicado encontrar dónde tomar un caféHace días que las carreteras amanecen más vacías que nunca, han perdido casi toda la compañía diaria de los vehículos, aunque todavía les quedan fieles transeúntes, los transportistas. Ellos no paran, pero sólo de momento dado que, con el paso de los días y las nuevas medidas, el «trabajo está bajando», cuenta Luis Miguel González Abelán, camionero y vecino de Santander. Y lo hace desde Francia, donde lleva 43 horas esperando una partida que le permita cargar su tráiler y regresar a casa con la certeza de que conseguirá algo más de dinero, aunque casi seguro que «con este viaje voy a perder», se lamenta.
La mercancía sale de la ciudad, pero cuesta encontrar material para hacer la vuelta igual de cargado porque el cierre de las empresas ha reducido la producción y, por tanto, el tráfico de artículos. Al impacto económico que esto puede suponer y que cada día es más notable, se suma la sensación de estar en «un sector olvidado». Y con todo cerrado por la crisis sanitaria, hasta se complica encontrar un lugar donde tomarse un simple café. Por añadidura, en algunas fábricas y gasolineras, incluso les niegan el acceso a las instalaciones para poder asearse. «Te quedas tirado, duermes en la cabina y comes de lata», relata.
González Abelán lleva 18 años como autónomo en el sector. No obstante, reconoce que su vinculación con el mundo del transporte le viene «desde niño». En su camión lleva de todo, algo que ellos denominan como «carga general» y que bien puede ser desde zapatos hasta elementos de automoción o bricolaje. Traslada la mercancía por España y por Europa, lo que le permite conocer la realidad tanto nacional como internacional. Dice que ahora, con la paralización de trabajos y el cierre de numerosas empresas, la situación es un «caos» y cada vez hay menos material para transportar. Y se pone él mismo como ejemplo. «El lunes subí al norte de Alemania con una carga de plástico. Allí descargué el miércoles y estuve hasta el jueves por la tarde para que me cargaran otra mercancía. Ahora estoy en Francia a ver si sale otra partida para completar el camión y volver a casa», explica.
Un trayecto de ida y vuelta que, en condiciones normales, habría completado el viernes. Ocurre que el número de camiones es el mismo de siempre, pero la oferta ha bajado «mucho», con lo cual «hay una demanda terrible y por los viajes se empieza a pagar mucho menos dinero». Ya no le salen los números.
Si el estado de alarma se alarga en el tiempo y la situación no cambia, se verá obligado a bajarse del camión. Y como a él, le ocurrirá a otros tantos compañeros y autónomos. «Si no se produce, no hay nada que transportar y tendremos que cerrar». afirma. Si no hay ingresos ni tampoco ayudas para hacer frente a los impuestos y a los demás gastos, «me endeudo», cuenta.
«Somos un sector olvidado», afirma el camionero. Las carreteras están vacías y muchos lugares cerrados, por lo que la soledad de los transportistas se acentúa. Y, ahora, encontrar un sitio donde parar y comer algo es difícil. Además, a muchos de sus compañeros -con los que habla cada día, «les han denegado ciertos servicios» en algunas de esas paradas. Y «nosotros también tenemos nuestras necesidades», comenta indignado. Sin esas instalaciones les toca buscarse la vida: «Duermes en la cabina y comes de lata». Relata González Abelán que otros, incluso, han tenido problemas con el encargado de alguna de las fábricas a las que han ido cargar porque «no les dejaban usar las instalaciones» a pesar de lo que dice la ley. «No hacen caso de las normas». Él trata de viajar con todo lo necesario para reducir esos problemas: «Llevo mi microondas, mi cafetera...».
Para el transportista ese olvido del que habla no es sólo ahora, también ocurría antes de que llegará el coronavirus. Una situación que ha cambiado a lo largo de los últimos años porque «antes éramos más respetados», dice. Y la imagen del camionero tenía otro valor. Ahora, tanto él como el resto del sector sólo esperan que cuando la situación vuelva a la normalidad y el estado de alarma pase, recuperen ese «respeto».
Cuenta que el miedo al coronavirus es «inevitable», él lo lleva en el cuerpo, y las medidas de seguridad más que obligatorias, por eso viaja con mascarilla y guantes. Pero defiende que los restaurantes en los que llevan comiendo todo el año, pueden seguir «trabajando con nosotros sin peligro». Y conoce algunas ideas. En Holanda, por ejemplo, «había un restaurante que tenía abierta una ventana por donde pedías el menú y te lo llevaban al camión». O, por ejemplo, pedirlo por Whatsapp. Por supuesto, agradece que hayan colocado en algunas estaciones carpas con comida para ellos, pero «no podemos andar a bocadillos toda la vida».
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