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Raúl Ayala, el responsable de Enfermería del Centro de Salud Sardinero, tiene un método infalible para convencer a los indecisos. En su consulta –por la que pasan, sobre todo, niños– pone cada año una foto pegada a la nevera. Bien visible. Sale él poniéndose la ... vacuna. «Si tienen algo de miedo, ven que yo también me vacuno». Trata de ser un ejemplo para sus compañeros y para los pacientes. Porque, además, los niños –entre seis meses y 59 (cinco años)– son protagonistas de la gran novedad en la campaña de la vacunación de la gripe. Este lunes arrancó en los centros de salud de la región. Hay que pedir hora y acudir a la consulta de Enfermería. Mayores, pacientes de riesgo, profesionales esenciales –para estos grupos se combina la de la gripe y la del covid– y niños (sólo la gripe). «Me parece que es una mejora importante que los niños se puedan vacunar», opina Clara Mañanes con la pequeña Jana en brazos subiéndose la manga tras el pinchazo. Clara sabe de qué habla: es mamá y también pediatra.
Entre pequeños y mayores, por el Centro de Salud Sardinero, en Santander, pasaron cerca de setenta personas para vacunarse. Fue la mañana de estreno en los ambulatorios de la región. Eulalia Montoya hace tiempo en la sala de espera para asegurarse de que no hay reacción negativa tras la doble dosis (conviene esperar unos veinte minutos). En un brazo gripe y en otro, covid. Ella da razones de peso para pasar por el centro de salud.
–No lo ha dudado, ¿no?
–Lo tengo claro, no quiero morirme. Que vengan, que no sean cobardes y que se pinchen.
También Eva María Madrazo, que va con su marido, Manuel. «Tengo todas las vacunas. Yo recomendaría a todos que se vacunen si quieren evitar problemas», dice ella sentada en la camilla de la consulta. O Rosa Horna, médico jubilada de Valdecilla, que viene porque ya es «mayor» y también por su experiencia sanitaria. «Lo tengo claro».
«La gente que tenía cita solicitada está acudiendo», apunta Raúl Ayala, que indica también otra de las novedades de este año. «Los pacientes fumadores», incluidos en los «grupos de riesgo». Respecto a la respuesta de los padres para llevar a los críos, el profesional explica que «en Pediatría, durante los dos o tres primeros años» ven «mucho a los niños con las diferentes revisiones». Así que los padres «han ido preguntando desde que vieron en los medios que este año estaban incluidos en la campaña «y sí que se animan». «Los padres son, en general, muy proactivos con el tema de la vacunación».
Clara Mañanes
Madre de Jana y pediatra
A Jana le toca el turno. Tiene dos años y cuatro meses. Ya tiene edad para elegir brazo –hasta los 18 meses, a los chavales se les pone en los muslos, por la masa muscular–. «En este», dice la cría con personalidad. «Siempre se porta bien, pero las vacunas...», explica su madre. Un pinchazo es un pinchazo. Por eso, le cuentan que sobraba una vacuna que era para otro niño, pero que no ha venido. Jana asiente y al lío. Nada, apenas un puchero que no llega a llanto y listo. Una campeona. Encima, Raúl, el enfermero, le regala unas pegatinas. «No tenemos ninguna duda. Como pediatra, además de madre, veo en la consulta las consecuencias de la gripe», explica Clara Mañanes, que cuenta cómo los padres –desde su vertiente profesional– «sí que están preguntando mucho y, en general, están dispuestos» a que los niños acudan a la cita.
Coincide, además, que la campaña comparte calendario con otra novedad, la del pinchazo contra la bronquiolitis, que cada otoño-invierno atasca las urgencias y las plantas de hospitalización pediátrica. Salud Pública calificó hace días de «excelente» la aceptación de este nuevo fármaco, indicado para los nacidos desde abril, y que evita las complicaciones graves del virus respiratorio sincitial. La madre de Sofía pasó este lunes por el centro de salud dispuesta a que el bebé se quitara de encima preocupaciones. Pero tendrá que esperar porque estaba ligeramente por debajo de los cinco kilos de peso –requisito esencial–. «Nada, en una semana vuelves». Tiempo de sobra para coger esos gramos. Mateo, de seis meses, tuvo mejor suerte. O no, porque a él sí que le entró una buena llorera por el pinchazo. Nada que no solucionaran los brazos de mamá.
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