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De izquierda a derecha, delante, Ignacio Cobo, Agapito Fernández, Miguel Cobo y Javier González; detrás, Germán Castellano y Pencho Rivero. Javier Rosendo
El campo de Cantabria lucha por sobrevivir

El campo de Cantabria lucha por sobrevivir

Obtener un precio justo por los productos es el único modo de que el sector primario pueda seguir adelante

José Ahumada

Santander

Domingo, 9 de febrero 2020, 07:34

«Lo que no puede ser es que un litro de agua en el supermercado valga más que uno de leche del ganadero», reflexiona Miguel Cobo, propietario de una pequeña cuadra en Ruiseñada (Comillas). Ahora mismo se paga a 33 céntimos, cuando el brik de la estantería ronda el euro. Con la carne pasa algo similar: de los 4 euros que con suerte se cobran por kilo –la canal, después de quitar tripas y piel–, se puede pasar a los 14 que piden por la ternera en el mostrador de la carnicería. Las patatas de Valderredible están a euro y pico, y en el valle las están dando a 6 céntimos el kilo, 12 si es alguna variedad mejor. Agapito Fernández, otro ganadero de El Tejo (Valdáliga), explica la situación de forma muy gráfica: «Al ganadero le tiene cogido por los huevos la industria, y a la industria, la distribución».

La subida del salario mínimo ha sido la chispa que ha encendido las últimas protestas de la gente del campo, otro fijo que se suma a la lista de gastos mientras que en la de ingresos todo son incertidumbres. Aunque en Cantabria, por el menor tamaño de sus explotaciones que no obliga a contratar tanta mano de obra, no se sufre tan directamente el problema, el mundo rural también languidece por la falta de precios justos que lo hagan rentable y aseguren su supervivencia. De momento no se ha conseguido: el sector primario ha perdido más de la mitad de sus empleos en los últimos veinte años. A finales de 2019 tenía 4.861 cotizantes en Cantabria.

Miguel Cobo mantiene una docena larga de vacas. Lo suyo es economía mixta: trabaja en la construcción y tiene animales por afición. Desde pequeño siempre vio frisonas en casa y montó una pequeña explotación dedicada a la recría, pero en vista de lo que pagaban –hoy en día pueden ofrecerle a uno 50 euros por un ternero–, fue cambiando las pintas por otras razas más rentables. «Un azul belga te puede valer 600 euros con dos meses; un ternero de parda alpina, 500». «A mí me dejan algo de dinero, pero el ganado solo da para ir tirando. El que se dedica exclusivamente a ello no podría vivir sin las subvenciones, tendría que tener mucha cantidad para poco rendimiento».

«El que se dedica exclusivamente a ello no podría vivir sin las subvenciones»

Miguel CoboGanadero de carne

«Cuatro o cinco céntimos más para el consumidor no es nada, pero para nosotros es un mundo»

Agapito FernándezGanadero de leche

«Vendo mucho en la Feria de la Alubia y en casa, y dos o tres clientes se quedan con lo demás»

Javier GonzálezAgricultor

«Si pagasen cuatro o cinco céntimos más el litro... para el consumidor no es nada, pero para nosotros es un mundo», explica Agapito Fernández, propietario de una granja con 160 animales, SATCeceño. Son 70 de ordeño y el resto recría y vacas secas. «Con la leche estamos peleando mucho para que nos salgan los números y haciendo malabarismos; es lo que nos toca. El principal problema hoy día es que están exigiendo un montón de requisitos para producir, que entiendo que tiene que ser así, pero, mientras, el precio de la leche está por los suelos, peor que hace treinta años».

'Ariel' es su orgullo, una «vaca buena» con un palmarés que incluye unos cuantos certámenes comarcales de frisón, un par de regionales, un nacional y, este enero, la Swisse Expo, uno de los concursos más afamados de Europa. «Son cosas que dan prestigio. Beneficia a tu granja para poder sacar algún animal que te sobre o vender algún embrión».

Menos ganaderos

Pero la leche, de 'Ariel' o de cualquier otra, se sigue pagando igual y a veces ni siquiera se cubren los gastos de producción, entre 33 y 34 céntimos por litro. «Por eso al final solo se dedican a las vacas los muy apasionados. Cada vez hay menos ganaderos porque nadie quiere vacas. Y tampoco hay relevo generacional: si el hijo de un ganadero viera economía en casa, estaría asegurado».

Los malos tiempos del sector lácteo están cambiando la cabaña cántabra. De las 275.000 vacas que hay en la región, menos de la mitad, unas 102.000, son de leche. Ignacio Cobo Cofiño, de Caviedes (Valdáliga), suele echar una mano a su tío con sus 125 cabezas de limusín, una raza de carne. Por lo que cuenta, el panorama no es mucho mejor. «Estás vendiendo un buen producto y te lo pagan como hace veinte años, pero los filetes los ponen al precio de hoy, así que el ganadero siente que se están riendo de él», critica. No le parece lógico que el intermediario entre el ganadero y el consumidor sea el que más gane y piensa en un control al valor añadido del producto, establecer unos precios mínimos.

Javier Rosendo

A la espera de una reacción del Gobierno –de momento el presidente, Pedro Sánchez, ha pedido a las grandes distribuidoras que hagan «autocrítica»–, la explotación de su familia pelea contra la competencia global y los bajos precios intentando sacar adelante una carne de Cantabria con Indicación Geográfica Protegida (IGP) y cien por cien limusín.

Distinguirse de los demás y ofrecer un producto especializado ha sido también la apuesta de Germán Castellano, que vende huevos ecológicos con la marca La Busta, en Alfoz de Lloredo. Son 300 gallinas y un complemento a su actividad principal, el cultivo de planta ornamental. «El precio del producto ecológico es mucho más defendible: la gente está dispuesta a pagar un poco más por un producto de cercanía y primerísima calidad».

«Hay muchos agricultores y ganaderos empeñados en hacer productos en convencional, pero tienen mucho más difícil defender los precios porque hay mucha competencia». Eso es lo que pasa en un mundo globalizado: quién le iba a decir a un hombre del campo hace unos años que la buena venta de sus cerdos dependería de que se desatase una epidemia de peste porcina en China, y que las vacas tendrían menos salida por el enfado de Rusia con la Unión Europea a costa de Ucrania (hay que tener en cuenta que el 80% de la producción agrícola y ganadera nacional se exporta). De la misma manera, Mercosur amenaza con inundar el mercado español con carne de Brasil a precios bajísimos, y cualquier arrebato de Donald Trump supone un golpe al sector.

«Te lo pagan como hace veinte años, pero los filetes los ponen al precio de hoy»

Ignacio CoboGanadero de carne

«El precio del producto ecológico es mucho más defendible: la gente está dispuesta a pagar más»

Germán CastellanoProductor de huevos ecológicos

«Tenemos que aprender mucho de los vascos, que compran primero lo de su tierra»

Pencho RiveroAgricultor

«Otra forma que tenemos de defender el precio es con la venta directa. Muchas veces lo complicado es la comercialización. Se podría facilitar uniéndose, pero aquí no hay manera: en el País Vasco hay un montón de cooperativas. ¿Por qué no juntarnos bajo la misma marca y comercializarla en Madrid, o ganando capacidad de negociación con una gran superficie?».

A falta de un sello, a Javier González Ceballos le basta la buena fama del producto: Alubias Casa Juliana, de Casar de Periedo. Este mecánico agrícola de tractores ya vio a sus abuelas vendiendo en los mercadillos, como después hicieron su madre y su tía. Ahora, con sus padres, su hermana y su novia, cultiva berza para una fábrica que envasa cocido y planta dos hectáreas y media de alubias de Casar. «El producto estrella es la roja, que se intenta promocionar para ver si se puede sacar con identificación, como el carico montañés».

«Es un trabajo sacrificado: arar y todo eso se hace con maquinaria, pero la recogida se hace a mano. Lleva su calidad y también su precio. Quien lo desconoce o no se lo puede permitir, en vez de alubias caseras las coge industriales».

«Es un producto que ha cogido auge con la Feria de la Alubia. Todo lo que cultivamos, una vez pasa la Feria, lo tenemos vendido: vendo mucho ahí, en casa, y tengo dos o tres clientes, restaurantes y carnicerías, que se quedan con lo demás».

«Mi padre era ganadero y ya murió hace 25 años: le pagaban la leche más que ahora, y eso es lamentable», cuenta Pencho Rivero, de Mazcuerras. Él también cultiva alubias; empezó con la crisis en una finca en que tenía plantados árboles para su empresa de jardinería. «Eran árboles ornamentales para engordar y vender. Antes de la crisis, en las urbanizaciones que se hacían, ponían uno cada veinte metros, y ahora no hay uno por cada mil, y los que los tienen los cortan para que no haya gastos de poda. Yo dejé de venderlos y se me pasaban de tamaño; todavía estoy cortando árboles de fincas para leña».

A trece euros el kilo

Ofrece producto de calidad y vende directamente: así puede sacar trece euros por cada kilo de alubias. Si se lo cuentan a los agricultores que están vendiendo el kilo de trigo a 18 céntimos y el de maíz a 16, no se lo creen. «Si te pones a contar horas, gastos y toda la historia, no es tanto. Para plantar las alubias analizo la tierra y si hace falta corregir algo compro abonos naturales; el kilo de semilla me sale a 25 euros. Después, cuando lo tengas preparado, con la tierra arada, desbrozada, con las mallas y los postes, que te vengan una primavera, un verano y un otoño regulares, y que no haya ninguna plaga. Y estas alubias no son como las de León, que se recogen con cosechadora: se cogen una a una según se van secando».

«Tenemos que aprender mucho de los vascos, que compran primero lo de su tierra –concluye, tajante, Pencho Rivero–; y si les oyes promocionar la alubia de Tolosa o el chacolí... Es como lo que hace Revilla, que sale y dicen que es un chiflado. Pero alimento del que habla en televisión es producto que se compra».

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