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«Yo estoy preparada para ser la candidata electoral del PP, lo estoy desde hace 18 meses, cuando fui elegida presidenta de mi partido, pero ... también estoy preparada para apoyar al candidato que mi partido considere el mejor», dice María José Sáenz de Buruaga con una mezcla de determinación y prudencia, a la espera de que los nuevos dirigentes de Génova, con Pablo Casado a la cabeza, resuelvan la incertidumbre del cartel electoral antes de que termine octubre. El primer paso para saber los mimbres con que el PP cántabro, inmerso largo tiempo en su crisis interna, afrontará el desafío de evitar la primera derrota electoral en dos décadas largas y a beneficio de su gran enemigo, Miguel Ángel Revilla.
Buruaga y sus fieles tiran de optimismo y creen que no habrá sorpresas, que las relaciones con la cúpula nacional son muy fluidas y que finalmente ella será la candidata. El argumento básico es que Casado, en su recién estrenado liderazgo, preferirá construir a partir de lo que ya existe, con la ejecutiva regional al mando, restaurar la cohesión en la medida de lo posible y no abrir nuevos frentes de conflicto.
La idea es razonable, pero no convence a todo el mundo. Desde luego, no a la disidencia interna que acaba de celebrar la derrota de Soraya Sáenz de Santamaría, de Íñigo de la Serna y de Buruaga en el congreso nacional y que ahora pondrían la guinda al pastel si la presidenta regional del partido fuese relegada del cartel electoral. Génova también apuesta por la continuidad, aunque no descartaría llegado el caso testar otros posibles candidatos. Aunque tampoco hay tantos nombres para evaluar, menos aún desde el alejamiento de la política del exministro De la Serna. Quizá el del diputado nacional Diego Movellán, por ser amigo y partidario de Casado, miembro también del equipo de Buruaga y de ninguna manera santo de la devoción del sector crítico del PP que apoyó a Ignacio Diego en el conflictivo congreso que fracturó al partido.
El fulminante ascenso de Ruth Beitia a la cúpula del PP, impuesto desde Génova, no contribuye precisamente a aclarar el rumbo en Cantabria. Falta por verificar si se trata de un caso excepcional o de un síntoma de lo por venir. No tiene nada de extraño que Casado y su equipo dirigente quieran lucir a su lado a una campeona olímpica, una leyenda del deporte que goza de la admiración general, que además de su experiencia aporta un plus de imagen en las fotos, en los actos y en las listas del partido. También es cierto que chirría tan brillante rehabilitación por decreto de una diputada expedientada por indisciplina, lo mismo que otros ocho compañeros del PP en el Parlamento de Cantabria inmersos en un procedimiento sancionador que sigue durmiendo en algún cajón de Génova. En este grupo prima la interpretación de que Casado también ha lanzado con Beitia un mensaje de integración de las facciones enfrentadas en el PP cántabro.
Buruaga y su gente encajan el golpe, prefieren no sentirse desautorizados y, haciendo de la necesidad virtud, también presentan el ingreso de Beitia en la ejecutiva regional como un gesto por su parte hacia la distensión. Pero en realidad no hay ningún avance en ese terreno, ni en lo político ni en lo personal.
El congreso nacional ha frenado el avance del oficialismo hacia el pleno control del partido. De haber ganado el sorayismo, los disidentes podían darse por muertos. Con la victoria de Casado, apoyado por Cospedal, creen haber recuperado alguna posibilidad de interlocución con Madrid: los diputados expedientados, los tres senadores críticos, los dirigentes locales amortizados…
En fin, de lo que se trata es de obtener alguna cuota en las candidaturas electorales: en las autonómicas, en las municipales, en las generales si vienen adelantadas. Pero los puestos nobles van a ser esta vez más escasos y disputados que nunca, incluso para los leales a la causa. Buruaga ya tiene dicho a su gente que, si es candidata, necesitará huecos libres para incorporar a su lista nombres independientes que representen a la sociedad civil de Cantabria.
La presidenta del PP de Cantabria da por completado el proceso de normalización interna del partido, lo cual es mucho decir, y engrasa la maquinaria electoral a la espera de que la cúpula nacional se pronuncie sobre la candidatura autonómica, sobre quien tomará la responsabilidad de liderar a una tropa desanimada frente al crecido PRC de Revilla. El planteamiento general prevé una remodelación amplia como la que el PP, con Diego y Buruaga juntos y al mando entonces, impulsó en los comicios de 22007. En la lista autonómica, naturalmente, y en los ayuntamientos. Buruaga cuenta con que repitan en los carteles la mayoría de la treintena larga de alcaldes del PP, a la espera de que la respuesta comprometida para después del verano por la regidora santanderina, Gema Igual, en plena reflexión, sea también positiva. La idea es que Ildefonso Calderón y Diego Movellán sean de nuevo candidatos en Torrelavega y en Camargo, pero en muchos otros municipios grandes y pequeños donde el PP no ha logrado gobernar en esta legislatura ya se anticipan muchos cambios.
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