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Desde mayo de 2015, es decir, durante 38 meses, nuestro ritmo de creación de puestos de trabajo ha sido siempre inferior al español. ... La recuperación ha dado a nuestra gente menos oportunidades de colocación. Si tomamos los datos de la Seguridad Social y preguntamos al amigo Excel, nos sale que la media interanual en España en ese periodo ha venido siendo de un +3,2% y la cántabra solo un +2%. La consecuencia de esta menor intensidad es que los currantes cántabros son una parte cada vez menor de los currantes españoles. Lo que supone, en ausencia de grandes diferencias de productividad, que no creo existan entre unos y otros bares, o entre unas y otras aulas, o entre unas y otras tiendas de Zara, una menor contribución a la riqueza nacional, y a las cajas comunes de la Seguridad Social y las haciendas.
Por otra parte, somos demandantes crecientes de asistencia sanitaria y social, así como de pensiones, debido a nuestra evolución demográfica. En otras palabras: vamos a ir contribuyendo menos, con un mercado laboral más pequeño, pero vamos a ir reclamando más, vía las jubilaciones y el gasto sanitario de una población con más achaques y más visitas al médico, en buena medida por dolencias crónicas que pueden ser tratadas, pero no curadas (gasto que nos deberá ser asegurado por el modelo de financiación autonómica que cubre esa competencia que en su día asumimos).
El experimento mental de un Cantabrexit es una buena herramienta pedagógica para comprender hasta qué punto estamos imbricados con España y dependeremos cada vez más de ella, salvo que demos la ciaboga económica y generemos mejores horizontes vitales que ser funcionario o jubilado. Cuando las noticias destacadas son que en Fundinorte hemos fundido otra vez cuantiosos dineros públicos para bien poca cosa, o que Medio Ambiente ha perdido ya la cuenta de los proyectos de parques eólicos que ha devuelto a Industria para que retoque los expedientes, resulta difícil ser optimista. Ni Santander ni Torrelavega tienen planes urbanísticos actualizados en vigor para dinamizar los dos principales núcleos urbanos. La presunta estrategia de cambio climático dedica la mayor parte de sus medidas a lo que el propio documento reconoce que son las fuentes menos importantes de emisión de gases de efecto invernadero (y si no se autorizan aerogeneradores, ¿cómo nos vamos a creer los objetivos de energía renovable?).
Es decir, que gran parte del debate público en esta legislatura se haya convertido en apelaciones a Moncloa, como si no fuésemos autónomos nada más que para mover en un calendario las fechas en que los profesores y los estudiantes se pueden quedar durmiendo la mañana, va más allá de las contiendas dialécticas entre partidos y del hecho insólito de que, en paralelo a la legislatura regional, se hayan producido dos elecciones a Cortes y una moción de censura exitosa, y aun podría haber una tercera convocatoria a las urnas nacionales. Va más allá de todo esto: como la Cantabria real, por estos dinamismos económicos y demográficos mencionados, depende cada vez más de España, es en la relación con el conjunto de España donde se juega su porvenir, de manera crucial.
Un escenario de imaginario Cantabrexit sería la defunción del estado del bienestar actual, mientras que en otras comunidades los más atrevidos pueden fantasear con lo bien que les iría fuera de España (dado que hay miles de catalanes que así piensan, no es cosa de desdeñar la capacidad de tal epidemia ideológica para propagarse a la velocidad de la gripe), todo porque nadie les ha echado las cuentas de los 20.000 millones de superávit comercial que tienen al comerciar con sus actuales compatriotas. En nuestro caso, el flujo positivo, más que comercial, es de fondos públicos, pues a través de los sistemas de bienestar y cohesión social somos cada vez más receptores de solidaridad, hasta tal punto que mantener el 'statu quo' es lo que nos recomiendan todos los expertos, pues como se toque algo solo podrá ser para peor.
Ningún destino colectivo está escrito de antemano. Sería posible ampliar la actividad económica, pero eso exige otra actitud por parte de las administraciones, tanto en la realización de inversiones públicas imprescindibles, como en los incentivos a un nivel mucho mayor de inversión empresarial. Y con esa ampliación de actividad no perderíamos tantos jóvenes como ahora se van, y además seríamos capaces de atraer del resto de España y del mundo a fundadores de hogares jóvenes. Con ello mejorarían automáticamente todos nuestros indicadores. Pues un pueblo donde sólo queda la cigüeña del campanario no tiene paro, y sin embargo sería ridículo pretender que tiene 'pleno empleo'. Lo que está es muerto. Nuestro riesgo creciente es el de una región dormitorio, segunda-residencia-de, llena de funcionarios, jubilados y rentistas. Un balneario con las cuatro fábricas que sobrevivan a la demagogia y con un puerto que quizá ha dejado ya atrás en su camino el punto en que podía haber competido mejor con sus rivales históricos y lógicos en el Cantábrico.
Esa es la inercia del presente. El futuro no tiene por qué conformarse con este horizonte. Ha habido, por ejemplo, señales positivas con los institutos de investigación, con el anillo cultural, con posibilidades mineras, de renovables, de espacios industriales, proyectos de infraestructuras. Pero el tiempo ya corre en contra de la región. Al final, se va a producir un problema moral muy importante: los que en la hiperdependencia de España tengan 'lo suyo resuelto' no dispondrán de ningún incentivo para mejorar el entorno del resto de los cántabros. El desinterés administrativo, cuando no talibanismo, con muchas inversiones particulares es tan manifiesto como preocupante. Todas las leyes vigentes se resumen en la de Murphy.
Así pues, el Cantabrexit acabaría siendo un barómetro psicológico del progreso de Cantabria: pues solo será imaginable si la región supera los retos que ahora tiene ante sí. Hoy no es imaginable ni por lo más remoto de lo remoto, y con eso se dice todo.
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Ana del Castillo
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