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Nebu, Yahya, Saad y Nayat son solo cuatro de los 173.600 refugiados que viven afectados por el conflicto del Sáhara Occidental. Este territorio de ... más de 266.000 kilómetros cuadrados lleva envuelto en esta tensión desde hace cuatro décadas. Entre temperaturas extremas, fuertes vientos, lluvias torrenciales y movimientos de dunas, son los campamentos en Tindouf (Argelia) los que albergan a miles de familias, que conviven en condiciones de pobreza y una clara vulnerabilidad.
Cantabria por el Sáhara y Alouda Cantabria vuelven a dar vida este verano al programa Vacaciones en paz. En este contexto, más de cincuenta niños han podido llegar a la región de la mano de un proyecto de acogida temporal que a la vez supone un llamamiento sobre la situación de estes personas. Aquí van cuatro historias.
Las primeras veces siempre son especiales. Para Pilar Díez es la primera vez en Vacaciones en paz, aunque Nayat, de ocho años, ya pisó tierras cántabras el último verano. «El año pasado vino con otra familia y por mi parte es la primera vez que hago una acogida de este tipo», explica Díez. Ella tiene dos hijos que fueron adoptados hace más de dos décadas. Eso ayuda a la hora de romper el hielo. De integrarse. «Para nosotros la adaptación es más fácil y, además, la niña es un encanto, tiene una sonrisa que encandila», explica.
Existen tres tipos de acogida: temporal, de urgencia y permanente. En este caso, la estancia de los menores en Cantabria es temporal. Nayat habla todos los días con sus padres y, entre sonrisas, se nota, claro, que se echan de menos. «Intentas darle lo mejor, pero lo que hay que tener muy presente es que su familia está allí y que tiene que volver», deja claro Pilar. Algo muy importante. En los campamentos de refugiados faltan muchos recursos, pero no tienen ningún tipo de carencia afectiva. «La felicidad de estos niños no está en las cosas materiales, si no en el amor», añade la mujer que, entre tantas palabras, asegura que «no hay suficientes para explicar lo que esta experiencia aporta».
Todos los padres en algún momento han querido enseñar a sus hijos, de una u otra manera, cuál es la realidad del mundo en el que vivimos. Con esta idea en la cabeza, Vicente y Merche decidieron acoger en su casa a un niño saharaui hace ya veinte años, para que sus dos hijos «viesen que hay algo más allá de tener sus videoconsolas, el desayuno preparado y la ropa lista».
Esta acción alteró radicalmente el paradigma familiar ya que este niño compartió cinco veranos con los más pequeños de la familia y cambió su manera de ver el mundo por completo.
Hoy en día, es su primo Saad el que llena de risas y energía los pasillos de la casa Bolado-Zorrilla. El pequeño, que perdió a su madre con apenas tres años, «es muy vergonzoso a la hora de hablar, pero lo entiende todo», comenta Bolado. Esta pareja tuvo la oportunidad de sentir en su propia piel la situación en la que vivían los niños con los que comparten cada verano. «Es muy dramático. Hemos viajado a los campamentos, estado allí, en su casa, hemos conocido a toda su familia... Y es terrible». Aún así, el pueblo saharaui siempre tratará de hacerte sentir como en casa: «La mayor virtud de un saharaui es la hospitalidad, a ti nunca te va a faltar de nada, aunque ellos no lo tengan».
Hay experiencias que te cambian la vida y el viaje de Silvia Bustamante a los campamentos de refugiados la dejó marcada para siempre. La mujer que acoge a Nebu, de nueve años, lleva dos veranos recibiendo en su casa a dos hermanas del campamento de El Aaiún. Sin embargo, la conexión con esta familia, de cinco hijos, se remonta siete años atrás. «Les conocí a través del colegio de mi hijo, mandando cestas de Navidad. Enseguida formamos un vínculo brutal. Cuando sufrí cáncer, ellos me apoyaron desde la distancia cantándome canciones árabes por teléfono», asegura la madre de «siete niños». Junto a Mario y Óscar, los Bustamante han formado una gran familia que traspasa las fronteras. Ambos hermanos son una parte imprescindible para la joven. «A Nebu le encanta pasar tiempo con ellos, se le cambia la cara cuando los ve», dice Silvia. Además, el mayor de los hermanos (Mario) está tratando de estudiar el idioma para conectar aún más con la joven a través de su lengua materna: «El año pasado nos dieron un diccionario y yo estoy aprendiendo, los niños hablan un dialecto que es derivado del árabe».
Risueña, cariñosa y un tanto nerviosa son los adjetivos con los que la familia define a Nebu. Sin embargo, la vida y las opciones que les esperan en ese lugar les acaba difuminando la sonrisa. «Los niños son los más felices en los campamentos, pero cuando crecen no hay ninguna expectativa». Por ello, lo más difícil siempre es la despedida. «Estoy feliz de que vuelvan con su familia, pero tras conocer la situación es duro dejarles marchar», señala la mujer, afligida. Y lo define con una frase: «Allí no viven, sobreviven».
Abrir un grifo, la nevera, tirar de la cisterna, incluso pagar con tarjeta... Son acciones que hacemos diariamente casi sin pensar. Y, sin embargo, justo esos son los gestos que cada día dejan boquiabierto a Yahya. Por segundo año consecutivo, Maite Gil recibe con los brazos abiertos a este saharaui de ocho años. «Ya conocía sobre el problema del Sáhara por amigos y me animé a acoger por primera vez a una niña en el año 2019». Entre las familias la palabra «gratificante» resalta sobre las demás al definir esta experiencia. Pero Gil asegura que «también resulta dura». Yahya tiene una enfermedad intestinal a consecuencia de la mala alimentación y la falta de recursos de los campamentos. «Entre médicos y más médicos conseguimos que esté mejor, pero en cuanto regrese volverá a ponerse mal como ya ocurrió el año pasado», menciona.
Por ello, lo que más disfruta esta madre temporal de acogida es verle comer. «Hamburguesa, patatas, dulces... Le mando fotos mientras come a su madre biológica y es que es feliz». Al fin y al cabo, no deja de ser un niño. Le gusta lo mismo que a todos, jugar al fútbol con otros chicos de su edad, pasarse el día bañándose en la piscina o ir como loco corriendo por las ferias esta semana montando en todas las atracciones. Son las actividades que más disfruta. O eso dice el traductor mientras comparte con Yahya miradas cómplices.
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Ana del Castillo
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