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«El tiempo está como las personas, un poco loco», opina entre risas José Manuel Álvarez, apicultor en La Población (Campoo de Yuso) y afamado intérprete de las témporas. Quizás tenga razón, y eso serviría para explicar las temperaturas caribeñas registradas este verano a orillas ... del Cantábrico mientras en el Mediterráneo caían granizos como pelotas de tenis. Y también podría ser la razón de que los sistemas tradicionales de predicción meteorológica no coincidan en sus vaticinios.
Tanto las témporas como las cabañuelas se basan en la atenta observación del tiempo durante determinados días, que anticiparían el comportamiento de las estaciones venideras. Según las primeras, se supone que atendiendo a cómo vayan las cosas en las próximas jornadas (miércoles, viernes y sábado de la semana siguiente a la Santa Cruz, que fue el 14), así pintará el otoño.
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Álvarez respeta escrupulosamente las fechas y no se lanza a la aventura con los pronósticos. «La gente mayor, que nos lo ha ido transmitiendo, dice que rige la última, la del sábado, y hay que ver cuál es el viento dominante: si queda norte, será frío y lluvioso; si queda con sur, no nevará prácticamente, y así». Lo que sí defiende es el buen funcionamiento del método: «Las témporas del año pasado tuvieron un 85% de acierto: en invierno no nevó, anunció las lluvias de antes de marzo... ¡Si fuesen exactas sería la de Dios!».
Angelines Nestar - Campoo de Enmedio
Jorge Rey - Monasterio de Rodilla
José Manuel Álvarez - Campoo de Yuso
Angelines Nestar, la conocida cabrera de Cervatos, goza también de justa fama por sus aciertos con el tiempo: cuenta que la semana pasada entró el norte por Brañavieja, «y de norte va a seguir». «Poca agua, poca nieve y muchas inundaciones», resume en su avance meteorológico. «Ha habido temperaturas muy altas y la atmósfera está muy cálida. En los años que tengo nunca he visto que la hoja se caiga antes del otoño».
También tiene explicación para lo de las inundaciones: «No hay pasto para los animales, está todo muy quemado, y por mucho que llueva, será de golpe y no va a empapar».
Jorge Rey, un chico de quince años de Monasterio de Rodilla, en Burgos, pertenece a la siguiente generación de estos observadores del cielo: su especialidad son las cabañuelas y puede presumir de haber anunciado la llegada de la borrasca 'Filomena', que colapsó el país en enero del año pasado. Ahora está afinando su método, para el que emplea incluso mapas de isobaras.
«Este otoño-invierno no pinta nada mal: empieza peleón y acaba juguetón. Esto significa que al invierno le costará entrar un poco, con frío y nieves, pero también traerá temperaturas cálidas: le costará meter la maza, pero una vez la meta... será un invierno largo y frío, con bastante actividad de lluvias».
Es cierto también que este tipo de predicción tradicional suele utilizar un lenguaje un tanto críptico y, a menudo, indicaciones vagas: el Calendario Zaragozano recuerda en ocasiones al I Ching, y a veces da la impresión de que la meteorología se funde con la poesía.
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Sin llegar a esos extremos, el Brujo del Goiherri –que anticipó los granizos XXL de este verano–, lanza algunos avances algo enigmáticos. «La temperatura del agua del Atlántico y del Mediterráneo sigue muy alta y esto va a traer consecuencias», indica. Advierte de un fin de año movido. «Para noviembre, enfriamiento de las aguas y entrada de borrascas por el norte»; «diciembre traerá humedad y lluvia por todas partes, pero la nieve no hará acto de presencia en zonas bajas». 2023 también entrará fuerte: «¡Enero, bendito enero! Dos bestias del este irrumpirán seguidas y traerán frío y nieve a la Península en un invierno tardío».
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