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Los profesionales de la educación que este miércoles abarrotaron el Centro de Recursos, Interpretación y Estudios de la Escuela (Crieme) de Polanco son mucho más que maestros, técnicos o directores al uso; hace veinte años fueron los artífices de un paso adelante pionero en España ... y que, aunque a principios de 2004 pudo parecer casi un «salto al vacío», a lo desconocido, hoy se ha demostrado un completo «éxito» en el sector docente de la comunidad: la implantación de las aulas de dos años. Estaban todos, presentes y en el recuerdo. Educadores, técnicos, familias, dirigentes políticos… De entonces, como la entonces consejera de Educación, Rosa Eva Díaz Tezanos, que propició este «acierto» hoy consensuado por la comunidad educativa; y de hoy, como su homólogo actual en este departamento, Sergio Silva, convencido del carácter insigne de este modelo en el sector autonómico.
La expresiones y palabras clave que utilizó la exconsejera integran e inspiran buena parte de las intervenciones que vendrían durante las casi dos horas de acto, moderado por el exconsejero de Educación y presidente del Foro, Ramón Ruiz: «La educación temprana en las primeras edades es fundamental para el desarrollo de los niños y sentar las bases de una población mejor formada», enfatizó, antes de centrar el continuo desarrollo de la etapa de 0 a 3 años entre los principales «retos» para Cantabria en los próximos años. Antes que ella, la alcaldesa Rosa Díaz, también se mostró orgullosa de este modelo: «Somos pioneros y nos tenemos que felicitar».
Todas esas palabras iban dirigidas al esfuerzo y el trabajo de toda la sala, a los mismos que, como se dirigió Díaz Tezanos, creyeron «en una política educativa que es fundamental para los niños y niñas de dos años». Los precursores de ese salto fundamental, por entonces apenas explorado en toda España, tienen nombres y apellidos. Uno de ellos es Jesús Barriuso, exdirector general de Política Educativa y del Consejo Escolar de Cantabria: «A algunos les parecía un disparate, pero nosotros estábamos plenamente convencidos de que era plenamente positivo». El entonces jefe de Renovación Educativa se remontó a los siete primeros colegios que dieron ese paso en la comunidad, así como a las dificultades que supuso engranar todo el sistema en la «estructura diaria» de los centros. «Pusimos el alma en ello. Escucha, diálogo y flexibilidad como bandera».
Coincidía en ese mensaje Javier Argos, consciente de la importancia del trabajo «desde la reflexión y la colaboración» de todos los agentes implicados. «Ha sido uno de los mayores retos de mi trayectoria como formador», recordó, no sin acordarse de los muchos profesionales, amigos, que lo acompañaron por tantos «dilemas», «alegrías», a veces también «sinsabores», pero sobre todo «convicciones». Mariano García, director del colegio Gerardo Diego de Los Corrales de Buelna, también estaba ahí cuando las aulas de 2 años empezaban a abrirse un hueco en la docencia cántabra. Dio un dato muy revelador del éxito de la iniciativa: «La matriculación aumentó más de un 300%, de 32 a 112 alumnos», aseguró, plenamente satisfecho de un paso que, aunque con incertidumbre al principio, terminó siendo una «tabla de salvación» para el colegio corraliego.
Su entonces homólogo en el colegio Pérez Galdos de Polanco, Felipe Tapia, también rescató el alza de los estudiantes en el centro, que pasó de 128 a 400 niños tras la apertura de estas aulas. «Fue una experiencia muy enriquecedora, de innovación y fomento de la equidad y la creatividad», sintetizó, agradecido al «trabajo fundamental de los profesores» y al «apoyo de las familias» que encarnaban esa red de «colaboración». Con el tiempo, los datos como aquellos y las sinergias en la comunidad educativa fueron acabando con las «reticencias», como acompañó después José Ramón Uriel, director del Colegio Público Gerardo Diego de Santa María de Cayón, que incorporó las aulas en 2005. «Fue un éxito», enfatizó.
Y nada de eso hubiera sido posible sin el «núcleo» que encarnan las maestras y técnicos de Cantabria. Dos de ellas, respectivamente son Michi Muñoz y Azucena Gutiérrez. Igual que compartieron su papel docente como pareja educativa, este miércoles también compartieron atril. «Me daba miedo que los pequeños de dos años empezaran en unas escuelas que no estaban preparadas», declaraba la primera, poco antes de ser reconocida por su compañera como un apoyo importante. «Todo lo que ocurre en un aula de dos años es educativo. En un aula, la visión debe ser compartida», reivindicó más tarde Gutiérrez, antes de dirigirse al consejero y solicitar la revisión de los modelos de contratación en su ámbito profesional. Toda la sala aplaudió esas palabras.
Subieron más parejas a hablar, aunque no todas de tipo profesional. Yolanda Valle, maestra en el Marqués de Valdecilla de Solares, y Mercedes Carrera madre de un alumno de aquellos primeros niños que se iniciaban en esta modalidad educativa -además de enfermera- encarnan esa relación tan singular que se produce en el ámbito educativo entre los profesionales y las familias. La sintonía y el cariño mutuo que demostraron durante su intervención revela precisamente lo «mucho» que las aulas de dos años «mejoraron esa confianza». Valle: «Nos conocieron de otra manera. Y fuimos tejiendo esa red, cambiando nuestra mirada de la educación de la infancia de forma integral». A su lado, Carrera corroboró lo fuerte que fue haciéndose esa red poco a poco: «Dieron el cuidado que yo necesitaba e hicieron grupo. Fue un gran logro».
La conmemoración de este miércoles fue un motivo de alegría y homenaje de ese trabajo, un hito que también reconoció la presidenta de la Junta de Personal Docente, Rus Trueba: «Fue un acierto total por parte de sus promotores». A su lado, Conchi Sánchez, también calificó este paso de «éxito» y encomendó a las Administraciones a trabajar en las aulas de 1 año «y, pronto, de 0».
La intervención de cierre a cargo del consejero de Educación, Sergio Silva, vino a escupir en piedra las máximas que los anteriores ponentes habían subrayado antes. «Las aulas de dos años son una seña identitaria de la educación en Cantabria, es un modelo pionero», reconoció, antes de referirse a este como una «etapa básica para el aprendizaje de los niños», centrar en la calidad y la sostenibilidad algunos de los retos educativos en la comunidad autónoma y, sobre todo, apelar a los consensos sociales. «No puede haber una mirada a corto plazo», opinó.
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