
Ver fotos
Secciones
Servicios
Destacamos
Ver fotos
Seguramente no fue casualidad que la lectura elegida para la Misa Mayor en el Santuario de la Bien Aparecida en el día de la patrona ... de Cantabria fuese la del milagro de Jesús con el vino en la boda de Caná. Si el día de fiesta regional tiene algo de prólogo de lo que viene por delante, tras lo más duro de la pandemia –esperemos– va a hacer falta un milagro político y económico para reconstruir lo destruido. De entrada, la celebración dejó algo a lo que agarrarse. Las ganas de muchos cántabros –más allá de una devoción loable hasta para los no creyentes– de recuperar su vida y sus costumbres. La normalidad (pero no la nueva, la de siempre). Es verdad que en la explanada y en el templo aún se palparon las huellas del virus y la restricción con una jornada organizada acorde a los tiempos. Pero la postal que dejó el día se pareció más a la de siempre. Por superar, la Bien Aparecida superó hasta la previsión de chuzos de punta –Revilla volvió a quejarse amargamente–. Quedó una mañana espléndida. Ahora lo que toca, como dijo el obispo, es salir adelante del «problema más grave» que ha dejado este tiempo, el daño en «la salud espiritual». Y a los dos partidos del Gobierno regional enfrentarse a un año político «calentito». Los líderes de la oposición ya pusieron este miércoles frente a la Virgen las cartas sobre la mesa.
«Todavía no podemos medir todas las consecuencias», expresó Manuel Sánchez Monge en su homilía. Habló de cicatrices («lo peor de la crisis económica está por llegar»). Las que han dejado «el miedo y la incertidumbre» en una larga lista de afectados. Personas sin hogar, temporeros, residencias... Recordó cómo la pandemia ha acelerado los procesos de transformación digital y quiso quedarse con los ejemplos de solidaridad y el examen superado por las familias «puestas a prueba». «Ante todas estas circunstancias –dijo– no podemos quedarnos indiferentes. La crisis económica nos ha golpeado de lleno y lo peor está por llegar». Ahí, en su papel de hombre de fe, puso como ejemplo a la Virgen y adelantó «el programa pastoral» de la Iglesia. Discernimiento –«reconocer, interpretar y dirigir»– y sinolidad –«escuchar es más que oír», dijo en este punto–.
Hubo, claro, un recuerdo para los que se fueron. También para sus allegados y, en general, para todos los que han sufrido el puñetazo que nos ha dado el virus. Salud y bolsillo. Pero en la subida y en la explanada se respiraba cierto aire de euforia. La Misa Mayor, la de las doce (hubo celebraciones desde las ocho de la mañana y hasta las ocho de la tarde cada dos horas), fue en la explanada, al aire libre (aunque hubo unos minutos en los que se coló la nube y parecía que iba a llover) con una zona acotada para las autoridades y otra con casi trescientas sillas bien separadas una de otra para los que cogieron sitio. Al final, también se ocupó una parte de los pasillos laterales pensados para el tránsito (seguridad, agentes, protección civil, voluntarios y trinitarios no pararon para que todo saliera bien) y alguno se acercó algo más de la cuenta para ver al Grupo de danzas Virgen de Palacios, que actuó –otro síntoma de normalidad– para honrar a la patrona y cerrar la misa.
«Y esperemos –dijo el obispo para cerrar– que la próxima fiesta podamos celebrarla ya sin ningún tipo de restricción».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.