Cantabria cuenta ya con más de 10.000 trampas para frenar a la avispa asiática
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El fin de la hibernación de las hembras inaugura la campaña de trampeo para paliar el impacto de esta plaga exóticaLa reina ya ha salido de su escondite. Después de unos meses en proceso de hibernación, la hembra fértil de una de las especies invasoras más sonadas en la última década, la avispa asiática, se dispone a fundar un nuevo nido en un ... lugar seguro. Un bloque de hormigón, el alféizar de una ventana o cualquier construcción ocupada o no por el hombre en algún pueblo de Cantabria será un buen sitio para reiniciar el ciclo y reproducir a una nueva generación de vespas velutinas, sus próximas obreras.
Pero quedan semanas hasta que su prole le sustituya en la búsqueda de provisiones. Entre tanto, ella se encarga de la alimentación de las larvas y de la suya propia, exponiéndose en el exterior mientras pulula en busca de recursos para traerlos de vuelta a su sede. Es su periodo de mayor vulnerabilidad, el mismo que aprovechan los municipios de la región para frenar la proliferación de esta plaga exótica. La campaña de trampeo, como se denomina a la colocación de cebos en torno a los primeros nidos, atañe a 518 titulares de explotación apícola registrados en la región. Juntos suman 1.287 colmenares repartidos en diferentes municipios, que cada año se acogen, o no, a las ayudas de la Consejería de Medio Rural. Entre las trampas que cuenta la Administración, 3.729 el año pasado, y las que cuentan los productores de miel, el gremio estima no menos de 10.000 trampas en toda Cantabria. Protegerán colmenas, árboles frutales y todo su extrarradio para evitar que la reina se haga con el botín.
90 días más o menos dura la campaña primaveral de trampeo contra las reinas.
518 titulares de explotación apícola hay registrados en la región a día de hoy.
50% de la producción apícola, al menos, se ha perdido en los últimos diez años.
Glucosa alimentaria. Una solución azucarada (higroscópica, que absorbe la humedad y no se evapora).
Restos de miel. Los desechos de producción apícola son el mejor atrayente aromático. En su defecto, el vermú, el vino o incluso los productos comerciales ayudan. El zumo de arándanos, por contra, «no sirve y es caro».
Un apunte para otoño. El trampeo de otoño es muy distinto al de primavera porque no busca a las reinas sino a sus hijas, las operarias. Estas tienen un paladar menos sutil, de modo que se ven atraídas por cualquier tipo de solución azucarada colocada en un cubo o botella grande.
«Este año han salido más pronto y ya estamos capturando las primeras», anuncia Manuel Barquín, ingeniero técnico agrícola y apicultor profesional, uno de los cientos de profesionales autorizados que trabaja en diferentes pueblos de la Comunidad para paliar esta situación. El trampeo no se basa sólo en colocar cebos en torno al nido de la reina. Es una operación subordinada a diferentes factores y a la que el experto lleva diez años prestando máxima atención.
Fundamentalmente son dos factores los que determinan el éxito de las trampas: el atrayente que contienen y la ubicación. En primer lugar, el ingeniero sostiene que «el mejor cebo posible es el pienso apícola, esto es, glucosa alimentaria aromatizada con restos de miel o, en su defecto, «un poco de vermú o algún vino, que funciona muy bien». El otro elemento clave es la localización. Cuando sale a colocar las trampas en municipios como Udías o Comillas, el apicultor se ajusta en base a unos criterios concretos. Lo explica: «Al principio, el territorio de una reina fundadora es pequeño porque ella se encarga de todo. El diámetro de esta sede alcanza unos 300 metros aproximados, y no tiene nada que ver con el de sus hijas, las velutinas, cuyo territorio se extiende incluso más allá de los cuatro kilómetros. Teniendo en cuenta el primer cálculo, nosotros recomendamos unas nueve trampas por kilómetro cuadrado».
Asimismo, la pauta tampoco debe pasar por alto la preferencia de este insecto por los lugares cálidos y mejor protegidos del agua. La mayor densidad de trampas tiene que estar en las zonas urbanas y no en las rurales. «No tiene sentido ponerlas en un eucaliptal o un prado que no le ofrezca refugio», zanja Barquín.
Como él, César Alonso es uno de esos cántabros que lucha contra esta situación «imparable», y le pilla de cerca. El presidente de la Asociación Montañesa de Apicultores (AMA) tiene a las velutinas muy presentes cada vez que vuelan alrededor, y sobre todo cuando escucha el batir de sus alas: «Esa vibración es inconfundible, pero las que primero se dan cuenta son las propias abejas. Se esconden en la colmena al instante».
Han pasado cerca de diez años desde que la avispa asiática aterrizara en Cantabria y, a pesar de que ya ve el problema con resignación, el representante afronta la nueva campaña de trampeo con la tranquilidad del «trabajo bien hecho del año pasado». Es uno de los pocos consuelos que extrae el portavoz de los profesionales de la región, que han visto mermada su producción «en más de un 50%» desde que el insecto tomó tierra en la Comunidad. «En esos años han muerto muchas colmenas. Sobre todo las de aquellos aficionados que tienen sólo unas pocas para el consumo propio», lamenta. Una década después, sigue lamentando esta llegada que «en ningún caso fue fruto de un fenómeno migratorio natural». Y no sólo él. La plaga de la velutina atañe a más sectores al margen de la producción de miel. Las abejas constituyen el 25% de su alimentación, como señala el presidente, pero el resto de su comida la forman todo tipo de insectos y frutas que ya han empezado a acusar la evidencia en diferentes huertas de la región.
Jaime Pérez Zabaleta es técnico especializado en el control de plagas en su propia empresa, y llama a todos los municipios a que aborden un sistema coordinado para minimizar su impacto: «Por muy bien que se haga en un territorio, no va a servir de nada si el Ayuntamiento de al lado no lo sigue. Por eso hay que tomar conciencia de que es un problema que necesita de la colaboración de todos». Esto involucra también a la Administración, a quien pide una apuesta más organizada. «Lo ideal sería que cada uno pudiera colaborar a su manera, pero la Consejería no lo autoriza. No se trata de trampear a lo loco, sino de hacerlo bien y ajustándose a unos criterios. Supongo que hacen lo que pueden y tampoco pueden costearlo todo», se resigna.
Finalmente, y coincidiendo con el presidente de la AMA, a Zabaleta le preocupa lo cerca que pueden estar estos nidos de la población civil. «Las reinas buscan un lugar cálido y protegido del agua, de modo que puede aparecer casi en cualquier sitio. Sin caer en el alarmismo, hay que saber reconocer el peligro», apunta. Le tranquiliza comprobar, al menos, el compromiso cada vez mayor de la sociedad ante este desafío: «Ahora vienen más personas a las charlas, y también recibo más avisos por parte de los ciudadanos. Todos juntos, mejor».
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