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Cantabria se enfrentará en los próximos diez años a una jubilación masiva de médicos. Puestos a imaginar el futurible escenario sanitario, si cerráramos los ojos ahora y al abrirlos hubiera transcurrido esa década, nos encontraríamos con que las caras más familiares de los centros de salud y los hospitales de la región habrían colgado la bata -aunque más de uno la mantendrá puesta en el ámbito privado para dar continuidad a una carrera para la que aún se siente en plena forma-. Este panorama responde a una previsión real que alimenta la incertidumbre. Según el cálculo realizado desde el Colegio de Médicos, serán 999 los facultativos que llegarán al retiro forzoso (577 hombres y 422 mujeres) antes de 2028, casi un tercio de la plantilla de la sanidad pública. Y de ellos, 296 trabajan en Atención Primaria.
Si el relevo estuviera garantizado, nadie se echaría las manos a la cabeza. El problema es que, si el déficit de profesionales ya es acuciante entre médicos de familia y pediatras -y empieza a serlo también entre el resto de especialidades-, este abultado número de salidas se augura como una grave amenaza para el sistema, como advierten desde la entidad colegial y los sindicatos. En síntesis, se van más de los que llegan. «Por una evidente falta de planificación y de visión de futuro», coinciden los expertos.
El radiólogo de Valdecilla Alfonso Vega, pionero en la sección de mama –fue el impulsor del programa de detección precoz de cáncer– y un referente en el campo del intervencionismo, ya está con un pie fuera del hospital. A su juicio, «la cerrazón de la Consejería de Sanidad de no conceder ninguna prórroga es negativa para el hospital, que pierde capital intelectual y una valía estimable cuando hay casos en los que los méritos están más que acreditados».
Para empezar, no hay plazas de formación especializada (MIR) para todos los licenciados en España -un millar de médicos recién salidos de la facultad se queda cada año sin la posibilidad de especializarse para poder entrar al mercado laboral-. En los años de la crisis la limitación de la tasa de reposición impidió que las plazas libres por jubilaciones se ocuparan de forma estable (a través de oposiciones), lo que disparó la interinidad y los contratos temporales. Esa precariedad laboral empujó a muchos jóvenes a probar suerte en destinos mejor remunerados y que ofertaban mayor estabilidad. Y por el camino (2013) se impuso la jubilación forzosa a los 65 años, que acabó de desequilibrar la balanza del relevo generacional. Por eso ahora el debate sobre la ampliación de la vida laboral de los facultativos vuelve a estar sobre la mesa de las autoridades sanitarias. El déficit de especialistas ha llevado a algunas comunidades a permitir la prolongación voluntaria del servicio médico, caso del País Vasco, la Comunidad Valenciana, Aragón o Navarra. Y otras, como Asturias, Madrid o Galicia, barajan la posibilidad de hacerlo.
Sin embargo, Cantabria se mantiene como una de las más inflexibles. Las únicas prórrogas concedidas, alguna a propuesta de la Consejería de Sanidad incluso, se limitan a profesionales de Atención Primaria, los que más sufren la carencia de sustitutos. De ahí las quejas continuas por la autocobertura y la sobrecarga laboral. En cambio, las solicitudes que llegan por parte de médicos hospitalarios tienen el 'no' por respuesta, sin excepciones. Precisamente, el pasado lunes el PP defendió en el Parlamento que «no se denieguen sistemáticamente las prórrogas» habiendo profesionales que a los 65 años están «en plenitud de facultades y atesoran una valiosísima experiencia». Y más aún -añade- «conociendo que la sustitución puede ser inviable».
Ni la jubilación a los 70 años, por el tiempo extra que le aportó tener plaza como profesor titular de la Universidad, le restó ganas de seguir trabajando a José Luis Herranz, neuropediatra experto en epilepsias. En la actualidad, recibe a pacientes de toda España en su consulta privada. «Tengo 77 años y me siento joven. Ahora estudio más que nunca porque tengo tiempo. Es una pena que obliguen a retirarse a los 65, a esa edad la jubilación debería ser voluntaria».
Pero su proposición no de ley para que el Servicio Cántabro de Salud contemplara la posibilidad de retrasar la jubilación cayó en saco roto.
Con «decepción» han recibido la negativa el jefe de servicio de Neumología de Valdecilla, Ramón Agüero, y el de Medicina Intensiva, Antonio Quesada, igual que les ocurriera el año pasado a otros históricos del hospital, como Héctor Fernández Llaca (entonces jefe de servicio de Dermatología) o Agustín Gutiérrez, uno de los pioneros de la Neurorradiología intervencionista.
«Me da pena irme, siento que aún podía dar más por este hospital, al que he dedicado 42 años de mi vida, pero ya me he hecho a la idea», señala Quesada, que juzga «errónea» la postura de la Administración.
«Está claro que nadie es imprescindible, pero creo que la institución debería examinar el resultado final (el 'debe' y el 'haber') de cada uno, exigir una memoria de trabajo y analizar el interés para la institución, de tal forma que la prórroga fuera una opción viable si se cumplen unos criterios y hay un proyecto sólido detrás. Tampoco creo que fuera bueno el 'café para todos', porque también hay gente, como en todas las profesiones, que a cierta edad es mejor que no vengan», sostiene el todavía jefe de Cuidados Intensivos. «Es una filosofía de sentido común, que en otras comunidades ya se aplica, pero aquí echo en falta un planteamiento profesional por parte de la Dirección del hospital. Me parece ridículo que la directriz sea política», critica.
A Cristina Luzuriaga su despedida de Valdecilla le dejó una espina clavada. «No me gustó la forma en la que me fui.No me dieron la oportunidad de seguir, y eso que la Unidad de Endocrinología Pediátrica, que yo misma puse en marcha, se quedaba descolgada de personal. Hay cosas que los jóvenes pueden hacer mil veces mejor, pero debería aprovecharse la experiencia acumulada de tantos años, por eso creo que la figura del ‘senior’ se debería contemplar».
En la cuenta atrás para su despedida se encuentra también Alfonso Vega, jefe de sección de Radiología de mama, que coincide en que el retraso de la jubilación «debería estar en relación a dos cosas: a las necesidades del servicio, que justificaran que esa persona siguiera formando parte del equipo, y sobre todo a que haya acreditado méritos que le hacen valedor de una prórroga, goza del respeto y el reconocimiento profesional». Y después, considera, «ese nuevo contrato debería respetar la remuneración acorde a su jerarquía».
El neuropediatra José Luis Herranz es un ejemplo claro de que la vocación no entiende de edad y la veteranía es un grado que se puede explotar con éxito siendo septuagenario. Con 77 años, puede presumir de ser un «referente nacional» en el abordaje de las epilepsias más rebeldes en niños y adolescentes -el 90% de los pacientes que atiende en su consulta privada procede de otras comunidades autónomas-. «Estoy al día de todos los fármacos que van saliendo, esa especialización me ha permitido manejar tratamientos innovadores. Próximamente voy a participar en el Congreso Nacional de Neuropediatría, donde daré una ponencia», señala. En su caso, «como tenía plaza como profesor titular en la Universidad me permitieron jubilarme a los 70, pero no era lo habitual». Sin embargo, opina que ésa debería ser la edad idónea para el retiro obligatorio.
«A los 65 años la jubilación debería ser voluntaria, concediendo esos cinco años de más a aquellos profesionales aptos para continuar en activo, por conocimientos y por su capacidad para enseñar». Sostiene que la Consejería «se equivoca» al ser tan estricta, que debería exprimir la experiencia de los veteranos, «especialmente si no tiene recambio suficiente». Eso es lo que ocurrió cuando le tocó despedirse en 2014 a Cristina Luzuriaga, impulsora de la Unidad de Endocrinología Infantil de Valdecilla y miembro también de «la generación que hicimos crecer este hospital». «Me ofrecí a continuar, presenté un proyecto, sabían que el servicio se quedaba descolgado, con una profesional de baja maternal y la otra con el periodo de residencia recién terminado, y la respuesta fue 'no'. Me pareció mal la forma de despedirme, con una simple carta». Luzuriaga reivindica «la figura del 'senior', que es una forma de seguir aportando experiencia y favorecer esa transición para ir dejando sitio a los jóvenes».
Antonio Quesada, a punto de introducir el ‘ex’ a su cargo de jefe de Medicina Intensiva, había solicitado seis meses de prórroga a su jubilación para completar los proyectos en marcha, a sabiendas de que la respuesta iba a ser negativa. «No tiene demasiado sentido poner un límite de edad. Creo que Valdecilla no se puede permitir el lujo de perder talento por directrices políticas, y no lo digo por mi caso. Soy partidario de un planteamiento profesional, es lo lógico».
Desde el Colegio de Médicos, el posicionamiento va en la misma línea: «Para evitar la falta de profesionales sanitarios en la región en la próxima década, las Administraciones podrían permitir a los médicos, que así lo deseen, retrasar voluntariamente la edad de jubilación, llegando hasta los 67 años». Además, sostiene que «también sería interesante permitir jubilaciones parciales». Igualmente, apunta a la necesidad de que «en los próximos años se incrementen las plazas de formación MIR para médicos de la especializada y de Atención Primaria, pues así habría más profesionales jóvenes bien formados para cubrir las jubilaciones que se producirán». Medidas que deben ir acompañadas, insisten desde la institución colegial, de «contratos más atractivos, adecuados y de larga duración, para que los profesionales sanitarios no tengan que emigrar y puedan quedarse en España».
A los jóvenes protagonistas del relevo, el veterano Herranz les lanza un consejo de sabio: «Se está deshumanizando la asistencia y eso el paciente lo nota. Hoy en día hay mucha informática y menos contacto personal. Te encuentras con profesionales que hacen la historia clínica mirando al ordenador y casi ni te miran a la cara. Siempre recuerdo lo que respondió Marañón cuando le preguntaron cuál había sido el mejor invento de la Medicina: la silla».
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