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Lanchas que utilizaban las calles a modo de canales para evacuar a los vecinos, negocios anegados, viviendas inhabitables, cosechas destruidas, animales muertos... Las lluvias torrenciales del verano de 1983 en Cantabria se cobraron cuatro vidas y daños por valor de 10.000 millones de pesetas ( ... lo que al cambio de hoy serían 60 millones de euros). En 48 horas el entorno vital de cientos de viviendas trasmutó, según recuerdan las crónicas del momento de El Diario. Durante el viernes, día 26, y el sábado, 27, de aquel agosto del 83 el cielo se desplomó sobre Cantabria, y Renedo de Piélagos se convirtió en el epicentro de la catástrofe; en sus inmediaciones se contabilizaron tres de los cuatro fallecidos por aquellas riadas; el cuarto, también ahogado, se localizó cerca de Soto de la Marina.
Aquel fenómeno meteorológico de la 'gota fría' no sólo afectó a la región. También provocó inundaciones y muertos en distintos puntos de la geografía española, como en el vecino País Vasco, donde las riadas de aquellas fechas se cobraron 34 vidas, la mayoría en Vizcaya.
Las lluvias comenzaron a inicios de semana, pero nada hacía presagiar lo que se avecinaba. En cuestión de horas, donde había praderas verdes y extensas huertas sólo existían inmensas lagunas. Las cuencas del Pas y Asón (los ríos y sus afluentes) se desbordaron, arrasando viviendas, derrumbando puentes y destrozando todo aquello que las aguas desbocadas encontraban a su paso.
En Renedo, el arroyo Carrimón fue incapaz de contener las aguas que cayeron a modo de diluvio, y al confluir allí con las del río Pas, también desbordado, provocaron devastación y muerte. En las cercanías del pueblo, a media tarde del día 27, los vecinos tuvieron que buscar refugio en el único lugar a salvo de las aguas: los tejados de sus viviendas. Otros fueron rescatados de lugares como la copa de un árbol.
Los vecinos que quedaron libres de la riadas jugaron un papel fundamental, mostrando su lado más solidario y meritorio al poner en juego sus vidas por salvar las de otros y tratar de evitar incluso que la riada afectara al ganado. Los equipos de salvamento de la Armada Española que se enviaron a Cantabria, con sus cuatro helicópteros, no pudieron actuar debido a la mala situación meteorológica.
En la cuenca del Asón el espectáculo no era muy diferente. Ampuero se inundó por completo y las calles y plazas se convirtieron en enormes piscinas en las que aparecieron flotando todo tipo de objetos, principalmente género procedente de los comercios del pueblo, de los que pocos se salvaron del desastre provocado por la fuerza del agua.
En Santander aún recuerdan sus calles a la 'veneciana'. En Tetuán los botes sirvieron para evacuar las zonas más afectadas. En la bahía se podían ver flotando animales muertos, maderos, troncos y múltiples objetos más propios de un derribo.
El Gobierno central decretó la declaración de zona catastrófica para 59 ayuntamientos. El entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, comprobó 'in situ' la situación y consoló a los familiares de los fallecidos
El origen de aquella catástrofe fue una masa de aire húmedo procedente del Mediterráneo que atravesó Francia, se cargó aún más de agua sobre el golfo de Vizcaya y descargó sobre Cantabria, País Vasco, Navarra y el norte de Burgos. Fue un diluvio que en algunas zonas llegó a dejar en apenas 24 horas más de 350 litros por metro cuadrado, según los datos de la delegación regional de la Agencia Estatal de Meteorología. Su destructivo poder se evalúa acorde a las indemnizaciones a las que dio lugar: 725 millones de euros.
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