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En la primera playa de El Sardinero, en Santander, justo después de colocar su toalla en la arena, una señora dibujó con el pie algo parecido a un círculo. Luego, con un gesto, trató de explicar a quienes estaban sentados al lado, que ese iba a ser su espacio para la jornada playera que estaba a punto de empezar. Y es que si algo está marcando las nuevas rutinas que arrancan poco a poco con el proceso de 'desescalada', son esos dos metros distancia de seguridad obligatorios y clave de cara a controlar la expansión del coronavirus. Esa anécdota ocurría ayer sobre las 12.00 horas. Uno de esos gestos curiosos que deja el que ha sido el primer sábado de Cantabria en la fase dos. Es decir, con las playas y el interior de bares restaurantes abiertos (la reapertura fue el lunes 25 de mayo). Por lo demás, en los arenales, el día transcurrió con total normalidad. Como siempre. Es decir, como si no llevaran cerrados más de dos meses. Si no fuera por las personas con mascarilla que paseaban por la ciudad, parecería un sábado cualquiera de mayo.
Las playas de Santander estaban llenas y cualquiera que se acercara ayer a alguna de ellas pudo comprobarlo. Eso sí, respetando en todo momento la separación entre las toallas y sin grandes aglomeraciones. La mayoría eran familias o grupos de tres o cuatro amigos que disfrutaban del sol. «La playa estaba llena, pero no hay problema porque la gente guarda las distancias y se nota», contaba Manuel mientras sacudía la arena de las chancletas después de dejar atrás la playa de El Camello. ¿Cómo estaba el agua? Genial. «El baño ha sido fantástico, ya nos apetecía», decía. Tanto él como su amigo Alberto cargaban con las bolsas de las palas. «Llevamos dos meses sin poder jugar, ya teníamos ganas», añadía el amigo. Para quienes entre semana ha sido imposible acercarse, ayer fue el día perfecto para volver a jugar. Y se notó, el ruido de las pelotas y las palas volvió a las playas como si nunca se hubiera marchado. Aunque «no hay tantos paleros como los que se pueden ver en verano», decía Alberto. Aún así, lo cierto es que las filas de personas jugando no eran anecdóticas. Y por eso entre las conversaciones que se escuchaban en las terrazas y por el paseo, se colaba el tema del aforo de las playas que tanto debate ha generado en los últimos días. Para algunos estaban llenas, pero las veían controladas. Para otros la afluencia de gente era excesiva.
En la arena se veían toallas, pero en el agua apenas había gente. La mayoría de la gente paseaba o se acercaba a la orilla para mojarse los pies. Pocos eran los valientes que entraron al mar a bañarse. «Tenía ganas de nadar y como no sé cuándo van a abrir la piscina, me daré hoy un baño», adelantaba Enrique mientras se preparaba para bajar a la playa. Mientras tanto, al lado, en el Maremondo, triunfaban las sillas a la sombra. Y entre los que llenaban la terraza, también se distinguía quienes llegaban después de disfrutar del día de playa.
Lo cierto es que con una jornada como la de ayer en la que los termómetros de la región en municipios como Santander, Castro o San Vicente de la Barquera superaron los 20 grados, las playas fueron las grandes protagonistas. En la capital cántabra acapararon el trasiego del resto de la ciudad. Algo que para muchos vecinos es normal dado el momento de la 'desescalada' en la que se encuentra la región y después de dos meses de confinamiento. «Hay mucho movimiento de gente, pero es normal, tenemos que seguir adelante», opinaba Isabel, sentada en uno de los bancos cercanos a la primera playa de El Sardinero, en Santander. Para ella es normal ver tanta gente en la calle y que las ciudades recuperen el jaleo habitual. «Es lógico y positivo. No nos queda otra, hay que salir, sobre todo los jóvenes», insistía. Ella y sus dos amigas llevaban mascarilla, ese accesorio obligatorio que marca el atuendo desde hace semanas. Ayer, a pesar del calor, la gente respetó la norma. Por ejemplo en el centro de Santander, donde respetar la distancia resulta siempre más complicado, casi todo el mundo la lucía. No ocurría lo mismo en los paseos o zonas cercanas donde era más fácil pasear sin toparte con nadie.
El tiempo desde luego acompaño a que los vecinos se echaran a la calle, y que no hubiera franjas horarias, también. «Ya era hora de que pudiéramos salir a estas horas (11.30 horas) y tomar el sol», le gritaba desde la calle una vecina a otra asomada a la ventana. Esa fue una de las principales diferencias con semanas anteriores. Daba igual la hora, deportistas y niños compartían espacio, pero nunca con grandes concentraciones de personas.
Las terrazas y los bancos también se llevaron parte del alboroto de la calle. Sobre las 11.00 horas ya había gente que aprovechaba los bancos de la plaza del Ayuntamiento para descansar o tomar el sol. En el café Burdeos de la calle Miguel Artigas, la terraza estaba llena (da la sombra). Justo al lado, en el Mercado de la Esperanza, como siempre, se veían las colas habituales. Las de todos los días. Para las calles como la Del Medio o Arrabal, tuvieron que esperar un par de horas para llenarse. Eso sí, a las 13.00 horas encontrar sitio ya era casi imposible, igual que ocurre por las tardes.
En el Paseo de Pereda, que no estuvo especialmente lleno en ningún momento, los que llenaban las mesas por la mañana eran sobre todo familias y gente vestida con ropa de deporte que aprovechaba para tomar un refrigerio, como en el Café Suizo. Ya sobre las 13.00 horas el Alaska apenas tenía mesas libres y varió el perfil de personas. Quienes sí estaban en la bahía desde primera hora fueron los pescadores. Al menos una hilera de doce cañas así lo demostraba. Como a esas horas el sol ya pegaba fuerte, la mayoría esperaba a la sombra mientras vigilaba la caña desde los bancos. Los afortunados que tienen una embarcación, también la utilizaron. Del puerto deportivo salieron varias familias y parejas en sus pequeños veleros.
La mayoría de los vecinos aprovechó para tomar el sol de una u otra forma. Esa fue la dinámica de la ciudad. Y cada uno eligió el cómo. En el Parque de Gamazo los bancos frente al mar estaban llenos e incluso en la explanada había varios paseantes que colocaron sus toallas y empezaron la mañana libro en mano. Algún valiente incluso se acercó a la rampa para mojar los pies.
En general fue un sábado tranquilo, sin grandes concentraciones de personas en ningún punto de la capital cántabra. Y, sobre todo, muy alejado a jornadas anteriores donde era más fácil encontrar una persiana bajada que algo abierto. Ahora, con los comercios funcionando, las terrazas llenas, los restaurantes sirviendo comidas en su interior y las playas abiertas, toparse con gente es normal. Un trasiego que devuelve esa sensación de normalidad. Aunque no hay que olvidar que el bicho sigue en la calle y, por tanto, deben primar las medidas de seguridad y la responsabilidad individual.
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