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Al tiempo que suena la sirena de alerta por sequía, con estruendo al sur de la región, donde la falta de agua supone ya una amenaza para sus habitantes, sus cosechas y sus establos, donde los ríos bajan deshidratados y el pantano se muere de ... sed, y donde la única solución, la lluvia, pasa mirando para otro lado, a Cantabria se le están fugando 14.400 millones de litros al año. Una cantidad indecente de agua en este contexto de gran escasez que, gota a gota, se le escurre por los agujeros de sus tuberías. Literalmente.
Según un estudio publicado por el Instituto Nacional de Estadística, el INE, Cantabria perdió durante el año 2020 –el último del que existen referencias– 68 litros por habitante y día. Es, por detrás de La Rioja (78), la segunda comunidad autónoma española donde más agua se desperdicia por fugas y averías en sus sistemas de distribución. Un mal dato, un pésimo dato, que no resiste a las comparaciones. Anida muy lejos de la media nacional (38) y a distancias siderales de su vecino, el País Vasco (25), o Madrid (8). Eso, viendo el vaso medio vacío. Si se quiere ver medio lleno, también se puede.
De acuerdo con la serie histórica, ese dato, los 68 litros de agua por habitante y día que se perdieron en Cantabria en 2020, es el mejor de los últimos doce años y el cuarto más bajo de este siglo, en el que únicamente se recogieron mejores cifras en los años 2003 (45), 2007 (66) y 2008 (66). Las hubo bastante peores, sobrepasando el centenar de litros, en los años 2016 (108), 2011 (101) y 2006 (105).
Esto quiere decir, básicamente, que si bien perdura en el tiempo, la sangría hidrológica tiende a remitir cuando más falta hace en la comunidad autónoma, donde los 14.400 millones de litros de agua perdidos durante 2020 –con los que podrían llenarse a rebosar 3.600 piscinas olímpicas– representan el 20,4% del volumen de agua suministrada (70.734 millones).
Y esa lectura, la más positiva, es la que quiere hacer de los números César Álvarez, catedrático de Ingeniería Hidráulica de la Universidad de Cantabria (UC) y director de un grupo investigador en el Instituto de Hidráulica, para quien 14.400 millones de litros de agua desperdiciados es «una cantidad muy importante» –más aún en estos tiempos de sequía– que, sin embargo, hay que «relativizar» en los meros términos de consumo.
«Estamos hablando de un veintipoco por ciento del agua que se consume», recuerda Álvarez, que considera que esa, el 20,4%, no es una pérdida excesivamente grande para un sistema de abastecimiento bien mantenido. «Bajar de cantidades que representen menos de un 15% es una labor muy difícil y muy costosa», dice al respecto el catedrático, que, en este sentido, precisa que el porcentaje de pérdidas de agua «está estrechamente relacionado con la antigüedad de una red, con su tamaño y con la población a la que da servicio».
Él distingue dos tipos de redes. Aquellas construidas en municipios pequeños, en los que exis-te poca densidad de población, «donde resulta complicado el mantenimiento de los sistemas de abastecimiento, relativamente obsoletos en algunos casos», y aquellas otras construidas en los grandes núcleos poblacionales –Santander, Torrelavega y los principales municipios costeros– «donde, en cambio, se ha realizado un esfuerzo enorme por tener esos sistemas actualizados» y en los que hace no muchos años «los expertos llegamos a contabilizar hasta un 30 y un 40% de pérdidas de agua».
Pero, a pesar de ese esfuerzo, «es muy difícil detectar y corregir las averías que se pueden producir en la red de distribución. Si usted tiene una fuga en su casa, su vecino de abajo le va a avisar. Pero si esa fuga se produce en un lugar deshabitado de la ciudad va a ser muy difícil localizarla, averiguar dónde está el origen (si es por un desgaste de la red, por una válvula que cierra mal...) y si se trata de un problema puntual o un fallo constante».
Eso, concreta el catedrático, hace del todo punto inevitables las fugas de agua que se producen en las canalizaciones de la región y por las que los cántabros «nos hemos preocupado poco hasta ahora porque, por suerte, teníamos los recursos hídricos necesarios y nos daba igual tirar un poco más o un poco menos». Pero esto ha dejado de ser así. «Y por eso, este va a ser, sin duda, un factor a tener en cuenta de cara al futuro», concluye Álvarez, que afirma que tanto el Gobierno de Cantabria como los principales ayuntamientos de la región «ya están aplicándose en la mejora y la modernización de las redes de suministro».
De hecho, esta precisamente, la renovación de tuberías obsoletas para reducir las pérdidas de agua en la red, «es una de las líneas de trabajo en desarrollo» en la Consejería de Obras Públicas, que es el negociado competente y que a lo largo de esta legislatura ha ejecutado o está ejecutando ahora mismo una docena de obras a tal fin.
En los tres trabajos terminados y en los otros nueve que están en marcha, el Gobierno regional ha invertido 6,6 millones, la mayoría (5,3) provenientes de los Fondos Europeos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR).
«El resto lo aporta el Gobierno de Cantabria», precisa la consejera del área, Jezabel Morán, que, de la misma opinión que Álvarez, entiende que esos 14.400 millones de litros de agua que se escapan cada año por las tuberías «es una cantidad considerable aunque asumible».
Eso no quiere decir, matiza, que el Ejecutivo no le dé la importancia que tiene.
«Que sea una cantidad asumible y que nuestra comunidad autónoma tenga garantizado el suministro de agua no significa que no pongamos empeño en evitar en la medida de lo posible que se produzcan esas pérdidas. En absoluto», puntualiza Morán. «Muy al contrario, venimos desarrollando una línea de trabajo firme y constante en el tiempo para tratar no de evitar las pérdidas, porque eso es imposible, pero sí al menos de minimizarlas al máximo».
En esa línea de trabajo que la consejera dice que se desarrolla se enmarcan determinados planes hidráulicos como por ejemplo los del Pas, el Deva o el Esles, que interesan no solamente a los dos principales ayuntamientos sino también a aquellos otros que durante los meses de verano soportan importantes incrementos poblacionales y que incluyen labores de revisión y renovación de las canalizaciones del agua. O la mejora de la digitalización, un proceso necesario para la detección temprana y corrección de las averías que pueden producirse en los sistemas de distribución y en el que la Consejería ha invertido cerca de 1,7 millones de euros, como los anteriores también provenientes del grifo de Europa.
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