Cantabria registra una de las menores tasas de mortalidad de la segunda ola
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La letalidad de la enfermedad se sitúa en el 0,77% de los contagiados durante este mismo periodo de tiempoCantabria es la segunda región que ha registrado una mortalidad más baja por coronavirus durante la segunda ola, con 13,2 fallecimientos por cada 100.000 habitantes. Solo Canarias, con 7,2, mejora esas cifras; Baleares, con 13,5, y la Comunidad Valenciana, con ... 15,7, son las siguientes en la lista. En términos absolutos, es también la Comunidad con menos muertes durante ese mismo periodo, 86 desde el 1 de septiembre (y hasta el pasado viernes), aunque únicamente La Rioja -con el doble- cuenta con una población menor. La pandemia ha sido, en comparación, mucho más dura con las regiones vecinas. Así, en Castilla y León acumulan más de 66 decesos por cada 100.000 habitantes, 55 en Asturias y 40 en el País Vasco. En total, en España se han registrado 15.000 fallecimientos en este nuevo ataque del coronavirus, más de un tercio de todos los causados por el virus desde el inicio de la crisis sanitaria. La mortalidad por covid 19 en Cantabria ha sido de 52,4 por 100.000 habitantes desde el primer óbito que causó el pasado 17 de marzo.
Calcular la letalidad del virus es difícil teniendo en cuenta que los datos de positivos de la primera ola, cuando la capacidad de diagnóstico era muy baja por la falta de test, tienen una fiabilidad relativa. La tasa de letalidad se obtiene dividiendo el número de personas muertas por coronavirus (o, quizás más exactamente, con coronavirus), entre el total de contagiados, y multiplicando el resultado por 100 para hallar el porcentaje. En Cantabria, con datos del 27 de noviembre, eran 16.201 positivos acumulados y 305 muertes, lo que supone el 1,88%, es decir, que casi dos enfermos de cada cien mueren.
Durante la segunda ola, al disponer de más conocimiento de la enfermedad, más medios, más pruebas y más personal de rastreo, ha sido posible que el número de casos que ha aflorado se aproxime más a la dimensión real de la pandemia, así que la tasa de letalidad durante ese periodo también ha de ser más exacta. Desde el 1 de septiembre se han diagnosticado 11.135 casos nuevos, que, puestos en relación con el número de muertes por covid durante ese lapso de tiempo, 86, fija la tasa en 0,77%. En definitiva, con más pruebas, baja la letalidad.
MORTALIDAD
Ese descenso radical en la letalidad es común a todas las regiones. Por seguir atendiendo a las más cercanas, en Castilla y León la tasa a lo largo de toda la pandemia ha sido del 3,7%, mientras que en la segunda ola, desde el 1 de septiembre hasta el 25 de noviembre, ha pasado al 1,80. En Asturias, del 4,13% ha descendido hasta el 3,10, un porcentaje altísimo que refleja el castigo que ha padecido el Principado en la segunda arremetida del covid. En el País Vasco se redujo desde el 2,57 al 1,34%. La letalidad media de España es del 2,74% desde el comienzo de la crisis sanitaria, y del 1,32% en la segunda ola. Todas estas operaciones están realizadas a partir de los datos proporcionados por el Ministerio de Sanidad.
El covid 19 tiene un comportamiento diferente en cada región, como se puede comprobar comparando las curvas de los contagios diarios, de ahí la dificultad de anticipar su evolución. Lo único que sí se sabe es que hay una relación directa entre el número de positivos, de hospitalizaciones y de muertes, y que el aumento o disminución del primero provocará un efecto cascada y terminará reflejándose en los otros.
El gráfico de las infecciones diarias en Cantabria muestra el rápido aumento de contagios de la primera ola, con su pico en marzo, su descenso durante el confinamiento, un periodo de mínimos en la desescalada y la nueva normalidad, hasta el mes de agosto, y, después, la progresiva llegada de la segunda ola. Esta golpea hasta mediados de septiembre y se da por superada a finales, hasta que, en la segunda quincena de octubre, arremete con más fuerza. No ha sido hasta la pasada semana cuando se ha podido constatar un retroceso del virus, y un descenso progresivo aunque muy lento de contagios.
Ese mismo patrón de la curva de las infecciones se repite en la de las hospitalizaciones, a una escala menor, con picos más suavizados y con un poco de retraso, de ahí que esa reciente mejora de la situación en cuanto a los diagnósticos confirmados aún no pueda percibirse con claridad en la gráfica de los ingresados. De la misma manera que el incremento de los contagios pone en marcha un proceso imparable que desemboca en un mayor número de muertes, a la inversa, la contención de los mismos supondrá, tras un tiempo de latencia, el descenso de la incidencia acumulada, después el de las hospitalizaciones, más tarde el de ocupación de camas en cuidados intensivos y, por último, el de los fallecimientos.
Hasta que no llegue la anunciada vacuna, la única forma efectiva de prevenir la propagación de la enfermedad es el aislamiento de la población. El daño económico producido por el confinamiento total, la única forma de evitar el contacto social, ha obligado a los gobiernos a evitarlo a toda costa, aunque las restricciones equivalgan a lo mismo (el toque de queda es un encierro durante la tercera parte del día, y las limitaciones de reunión, aforos y movimientos van en idéntico sentido). Ese sacrificio acumulado del ciudadano ha hecho posible que la situación sanitaria mejore. La duda que surge ahora es si todo este esfuerzo tiene algún objetivo a medio plazo o si lo único que se pretende es llegar con cierto desahogo a las Navidades antes de volver a las andadas.
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