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La Cantabria vaciada tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes a la hora de hacer frente a la crisis sanitaria mundial que se está viviendo. Un reto viral a contener que no entiende de fronteras entre asfalto y mundo rural. Aunque suene lejano, en poblaciones como el barrio La Plaza, en La Pedrosa (San Roque de Riomiera) o en Espinama (Camaleño) –donde apenas se superan los 20 habitantes en la primera y los 40 en la segunda– la agenda de la semana la marca ya el coronavirus, y sus escasos habitantes –ya de por sí aislados y de avanzada edad– van adaptando sus rutinas a la nueva situación globalizada de pandemia. Eso sí, al tratarse de dos oasis de montaña, se les cuela algún visitante inoportuno que confunde este bello territorio con un búnker natural contra el Covid-19.
En el barrio La Plaza de La Pedrosa (San Roque) nos encontramos con Javier Pérez, un joven ganadero de la vecina localidad de Calseca (Ruesga), al que la vida dice que le ha cambiado poco. «La rutina con el ganado no cambia gran cosa, seguimos teniendo los servicios mínimos y básicos», explica, aunque sí que está molesto con la presencia de turistas estos días atrás. «Estamos teniendo demasiado turismo, gente que viene de otras partes a las cabañas. Yo voy a dar de comer a las vacas y, de repente, me encuentro una pareja de Madrid, otra de Bilbao... Ahora que estamos en estado de alarma, la gente sigue alquilando cabañas y sigue viniendo, y así no se contiene el virus», lamenta.
En el tema de las cabañas y el turismo inesperado hay opiniones matizadas o corazones divididos en San Roque. Los vecinos defienden este recurso turístico porque mantiene vivo el pueblo enfermo de despoblación, pero, a la vez, piden al que llega de fuera que les respete con una alerta declarada. «Aquí hay un problema y es que la mitad de este municipio es de gente forastera y al que ha comprado y arreglado su cabaña y no les puedes prohibir que las alquilen. Lo único que podemos hacer es evitar un poco hablar con los turistas y, de eso, se están concienciando los vecinos», apostilla José Antonio Abascal, un pensionista de 55 años que, además, es concejal de San Roque, una de las villas pasiegas con más turismo de cabaña rehabilitada.
En general, defienden que la gente está «concienciada» y no sale de sus casas más que a dar un pequeño paseo a la farmacia, a la tienda o a esperar a los repartidores. El centro de salud ha cerrado «hace días» porque el médico ha tenido que trasladarse por la crisis sanitaria a reforzar el servicio de consultorio de Liérganes. Eso sí es un problema que encajan con resignación y deportividad. «Aunque sea un analfabeto de San Roque, quiero lanzar un mensaje», pide vehementemente Abascal: «Ahora parece que ha llegado lo último del mundo, pero hemos vivido una crisis económica muy grande y hemos salido de eso sin que pasase nada», sentencia.
En la farmacia del pueblo está Hugo Zavala, un joven farmacéutico recién instalado. Atiende a los vecinos a través de una ventana con reja guardando distancias, aunque luego, cuando echa el cierre, se presta también a ayudar a los más mayores o desvalidos acercándoles los medicamentos. «Estamos preocupados, todo el día pendientes del teléfono o de las noticias y en contacto con otros farmacéuticos para ver qué medidas tomar», afirma el farmacéutico, que recomienda a la gente «que se lo tome en serio».
El pueblo tiene dos restaurante-bar, Casa Vicente y Casa Setién. Ambos están cerrados. «Aquí en el pueblo antes podías salir a dar un paseo, pero ahora, de esta manera, estamos todos bien en nuestra casa no corriéndolo por todas partes», opina Flori Castillo, de Casa Vicente, mientras apura un cigarrillo frente a su negocio cerrado y espera al panadero. «Esto es serio porque al que le toque, perder a alguien de su familia, eso no se repara con nada», sentencia Begoña Gómez, cónyuge del propietario del otro restaurante.
El alcalde, Antonio Fernández, informa que en el pueblo «aún no han registrado ningún caso de coronavirus» y que, de momento «todo está bien» en San Roque, aunque sea un pueblo en factor de riesgo por la elevada edad de su población. Respecto a la presencia de turistas criticada por algunos vecinos, Fernández lo entiende, pero lo minimiza. Explica que antes de la alerta «vinieron familias de Madrid» con segunda residencia y que son respetuosos con el resto de vecinos: «Solo salen a pasear por sus parcelas». También añade que los negocios de las cabañas están cerrados «hasta el 3 de abril» de momento.
Al otro lado de la región, junto a los Picos de Europa se encuentra Espinama, uno de los pueblos más turísticos de Liébana, y la cosa pinta parecida a la pasiega. Los vecinos sólo salen de casa para atender al ganado o para ir a la tienda. Ignacio Garrido es un trabajador del teleférico de Fuente Dé y asegura que allí todos asumen que «la única forma de parar la pandemia es quedándonos en casa».
En el día a día, los panaderos lebaniegos siguen haciendo la ruta y pueden acudir al supermercado que regenta José Briz en el centro del pueblo y que abre todos los días, unas horas por la mañana. «Es importante ofrecer este servicio a los vecinos y que tengan la posibilidad de poder tener a la puerta de casa productos de primera necesidad» señala Briz. Junto a él se encuentra su cuñado, Santiago Pérez, cuyas hijas regentan el complejo hostelero Nevandi, en Espinama y Pido. «Hay que ser realistas. Veo que este problema tardará en resolverse y ello afectará a los negocios del pueblo, pero para poder comenzar a recibir visitantes, hay que estar seguros de que la situación está controlada», insisten.
También lo creen así en Espinama otros hosteleros como Jesús Prellezo y su hermana Montse. Juntos regentan el complejo Remoña y ambos alaban «la sensatez» de los vecinos al quedarse en sus casas. «Es increíble que en las pequeñas localidades seamos tan responsables y que en grandes ciudades no se esté cumpliendo la normativa por muchas personas. Si queremos acabar con este virus hay que cumplir las recomendaciones», censuran
Maxi Sánchez es ganadero y tiene un establecimiento en la plaza de Espinama, Casa Clara, donde, entre otros productos, vende el famoso queso de Pido. Para él la rutina apenas se ha visto truncada por el Covid-19. «Mi vida no ha cambiado, la rutina es parecida. Doy de mamar a los cabritos a primera hora y saco el rebaño de cabras», explica. Respecto al cierre de Casa Clara, Sánchez se resigna: «Hay que adaptarse al problema con sensatez», coincide con sus paisanos.
El alcalde de Camaleño, Oscar Casares, también lo entiende así. «No tengo palabras», expresa agradecido al comportamiento de sus vecinos que están actuando con «responsabilidad y sentido común», quedándose en sus casas. «De momento las personas se van arreglando con la ayuda de vecinos y familiares y sólo hemos tenido que llevar medicamentos a una persona», concluye.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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