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MARTA SAN MIGUEL
Domingo, 3 de abril 2022, 07:43
Los sofás del hall del hotel son tan blandos que al cabo de unos segundos te hundes en la espuma. Olena Franchuk parece notarlo y, cada vez que se mueve, la bolsa de plástico en la que guarda sus cosas hace ruido sobre sus piernas. ... En el hotel no hay hilo musical, tampoco hay moqueta, hay banderines que indican varias nacionalidades y la ucraniana está la primera en el mostrador donde un joven recepcionista mira una pantalla. Olena en cambio mira por la ventana sin soltar la bolsa de plástico. En la mano lleva un anillo tan grande que es inevitable preguntarse si se lo quitaba para poner platinas diminutas en el microscopio o para tomar muestras de inmunología en el hospital militar donde trabajaba en Leópolis hace poco más de un mes. Es microbióloga, pero ahora, en ese sofá azul, Olena es un cuerpo poderoso de 63 años que aguarda sentada en un hotel.
¿A qué aguarda Olena? ¿Qué cambia cuando ve llegar al grupo ataviado con el chaleco rojo de Cruz Roja, y Olena se levanta y busca su contacto como cuando llegas al andén y alguien te espera? «Aquí estoy bien, me siento segura», dice en un español esforzado, que luego traducirá Irina, la intérprete que llega con el equipo para traducir a Olena y al resto de ucranianos que residen en hoteles de Cantabria donde la entidad atiende a los desplazados desde que empezó la invasión rusa el 24 de febrero. ¿Cómo es vivir en un hotel, un espacio de paso que se ha convertido en techo y cama para 251 ucranianos en la región? «Han perdido su hogar, el hogar es seguridad y esa falta de seguridad hace que tengan mucho miedo, así que la incertidumbre es un sentimiento que les acompaña», explica la psicóloga de Cruz Roja, Elena Bocanegra: «Al venir y acogerlos, y darles un lugar, pueden recuperar esa seguridad, aunque sea en un hotel, algo momentáneo y temporal».
1.121peticiones de protección ha recibido Cantabria, de las que 421 ya están tramitadas.
133menores ucranianos están escolarizados en 69 centros educativos de la región.
915ucranianos residían en 2021 en Cantabria antes del conflicto, según datos del INE.
32.479ucranianos han solicitado la Protección en España: 19.207 están resueltas, según Interior.
Ese es el trabajo inicial, lo que la entidad denomina 'primera acogida'. A las personas desplazadas por un conflicto (como el de Ucrania) o perseguidos por razones de género o religión que solicitan la protección internacional, Cruz Roja se encarga de darles cobijo (para lo que cuentan con 95 plazas, que estaban ocupadas cuando estalló el conflicto). Ahora bien, tras la invasión rusa, el 10 de marzo Europa aprobó una directiva para acelerar la concesión de la Protección Temporal: el trámite de urgencia se debe resolver en 24 horas -una vez se solicita formalmente- y proporciona acceso a educación, sanidad, ayuda social, así como permiso de trabajo por cuenta propia y ajena por un año (prorrogable otros dos). A día de hoy, según datos facilitados por la Dirección General de Cooperación, 700 personas han solicitado hacer este trámite en Cantabria, y ya son 471 ucranianos desplazados por la guerra -284 adultos y 187 menores- los que cuentan con este estatus en la región. Hay, por tanto, 251 que viven en hoteles, 69 en el albergue de Solórzano y el resto por sus propios medios con familiares o amigos, de estos, 58 han recibido atención en algún momento de Cruz Roja.
Entre los chalecos rojos, Olha Ochertko, de 35 años, se mueve como si temiera despertar a alguien. Acaba de dejar a sus hijos de 12 y 5 años en el colegio de Torrelavega, donde viven en un hotel también con su suegra. «Mi marido sigue en Kiev», dice. Olha mira el hall del hotel que no es el suyo, mira la sala donde va a sentarse con la periodista y el fotógrafo, porque a eso ha ido, a la petición de este periódico para verlos y reconocerlos en sus nombres y sus pensamientos, no en las cifras que representa el millar de personas ucranianas que han pedido o cuentan ya con la Protección Temporal. Se abre una puerta y el grupo lo completa un matrimonio de jubilados, Lidiya Spichova y Serhiy Spichev, 71 y 73 años; ella, menuda y decidida, pregunta por el wifi en la habitación, con el tono del que necesita saber al instante qué pasa, cómo y dónde, porque solo puede conectarse en la zona de recepción. A su lado, su marido es pura espera afable, con los ojos más azules que el sofá, azul imposible en estas latitudes, azul que ha visto el derrumbe de su país y ahora solo sonríe y agradece bajando la cabeza a falta de un idioma compartido.
¿Cómo están los ucranianos que viven bajo la tutela de Cruz Roja en Cantabria? «A las madres con niños les preocupa el ahora, cómo les irá a los niños en el colegio o si podrán aprender español, están centradas en el futuro más cercano. Otros en cambio piensan más en trabajar. Y aunque nos comentan las preocupaciones de lo que han vivido o la familia que han dejado allí, como ha pasado tan poco tiempo desde que empezó el conflicto hasta que han llegado, todavía no les ha dado tiempo a pensar: están asimilándolo, centrándose en aprender español, en el ahora», dice Carlota Ceballos, psicóloga desde hace cuatro años en el programa de acogida de Cruz Roja, que en varias ocasiones, durante la entrevista, tocará el hombro de Lidiya mientras habla: «Quiero trabajar, en su país era ingeniera mecánica. Jubilada, ahora busca conectarse al wifi en un hotel.
¿Cómo se gesta la acogida de Lidiya, de Olha, de Serhiy o de Olena? ¿Cómo se atiende la barrera del idioma, el cataclismo emocional, la comida caliente o la ropa que no pudieron traer al salir huyendo? El engranaje institucional pasa por el programa de refugiados de Cruz Roja y que está financiado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, «todo lo que esté fuera de ese programa se trabaja con voluntariado y fondos propios de Cruz Roja», dice Sandra García Liaño, responsable de este área de la entidad. Esta partida es anual y llevan al menos 20 años recibiéndola. En 2020, la cuantía que recibió Cruz Roja, en concreto, para gestionar la asistencia a las personas solicitantes de protección internacional que llegan a España fue de 70 millones. Este martes, el Ministerio de Inclusión recibió un crédito extraordinario de 1.200 millones para la acogida de ucranianos.
De esas partidas nacionales surge la financiación del alojamiento. El coste que están barajando oscila entre 45 y 55 euros pensión completa al día, «luego depende de si la habitación es individual, doble o triple», dice García Liaño en alusión a las plazas que les proporciona una agencia vinculada al Ministerio. Antes, Cruz Roja Cantabria tenía convenio con cuatro hoteles, pero ahora ya son doce establecimientos de la región donde viven las personas que llegan de Ucrania, y tal ha sido el éxodo y la búsqueda inmediata de alojamiento, que ahora que empieza la temporada alta, algunos tienen que cambiar de hotel: «Esta semana ha habido movimiento de algunas personas de los hoteles de Santander que ya tenían reservadas estas plazas para Semana Santa, y los hemos ubicado en otro hotel», explica, lo que ha conllevado también cambiar a los niños a otro colegio.
En Cantabria se ha escolarizado ya a 133 menores y hay siete auxiliares de Lengua de Origen que apoyan al alumnado en nueve centros como intérpretes. Este es precisamente el siguiente paso para su acogida: el idioma. «Estamos poniéndolos en marcha. La Universidad de Cantabria se ha ofrecido para impartir clases, pero tenemos que organizarlo porque tendrían que ir a Santander. En Torrelavega empiezan ya y la previsión es que en dos semanas lleguen al resto de hoteles».
Aparte de los hoteles, el Gobierno de Cantabria ha ofrecido el albergue de Solórzano y está preparado ya el de Penagos, en caso de que lleguen más personas, dice la responsable de Cruz Roja: «Mientras vayan llegando puntualmente, seguiremos usando hoteles, pero vivimos día a día». En el albergue de Solórzano hay alojadas 69 personas, de las cuales 34 son menores. La Dirección General de Juventud se encarga del alojamiento, comidas, servicio de lavandería, limpieza, «así como todas aquellas demandas que a las personas allí alojadas les puedan surgir», dice la directora general de Cooperación, Silvia Abascal. Esta semana comenzó a trabajar allí una educadora social para gestionar la ayuda del día a día de las familias. Además, añade, «hay un servicio de intérpretes, presencial de lunes a viernes y telefónico las 24 horas, indispensable para romper la barrera del idioma en este momento». Este servicio telefónico «también está a disposición del Servicio Cántabro de Salud para comprender los síntomas de los pacientes ucranianos».
¿Qué vais a hacer luego? Los cuatro residentes en el hotel suben los hombros y se miran entre ellos. La llegada de refugiados se ha ralentizado, pero ellos, como los que velan por su protección, solo hablan de hoy, del ahora, lo inmediato. Es imposible fiarse de lo que está por venir, parecen decirnos.
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