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Si se traza una línea de oeste a este que divida en dos partes el mapa del coronavirus de Cantabria, se puede comprobar que la mitad sur se mantiene prácticamente limpia. Hay alguna excepción, como Reinosa y Lantueno, que superan el medio centenar de casos, pero en el resto de municipios el número de enfermos se puede contar con los dedos de las manos; algunos incluso permanecen totalmente libres del mal. En buena parte, esas zonas coinciden con lo que se dio en llamar la 'Cantabria vaciada', una porción de ese problema nacional con el mismo apellido del que se venía hablando hasta que irrumpió la peste.
La enfermedad ha dado la vuelta a las vidas de todos, convirtiendo lo excepcional en cotidiano, y lo rutinario en inalcanzable. Además de a las personas, también ha afectado a los territorios, de forma que los que antes se consideraban privilegiados han dejado de serlo, mientras aquellos deprimidos se han convertido ahora en lo más parecido a un edén. Es comprensible que, superado el mes de encierro, alguien recuerde con nostalgia cualquier paseo por el campo, añore poder posar la vista en un horizonte verde y lejano o se lamente por no comprar entonces esa casa en un pueblo que le ofrecían por cuatro perras.
Todo lo que hasta hace unos pocos meses se consideraba un freno al desarrollo de estas áreas está funcionando como dique de contención para la propagación del Covid-19: el cuello de botella del Desfiladero de la Hermida que comunica Liébana con el mundo ha permitido controlar la entrada del virus en la comarca, de la misma manera que el histórico aislamiento de la pasieguería hace hoy posible que se mantenga como suelo saludable. Otro tanto ocurre en la Cantabria del Ebro, donde el cortafuegos de la despoblación es mucho más eficaz que cualquier confinamiento.
Así como la pandemia prácticamente paralizó las ciudades y la franja costera, donde la actividad económica está centrada en el sector de los servicios, casi pasó de largo por el campo. Agricultores y ganaderos mantienen sus rutinas laborales en un momento en que su trabajo vuelve a verse reconocido: hace nada se veían obligados a sacar los tractores por las capitales reclamando un precio justo por sus productos casi despreciados y, unas semanas después, los mismos ciudadanos que los veían circular por sus calles con desdén guardan colas kilométricas ante los supermercados por el temor a que se interrumpa el suministro de alimentos.
La vida en el medio rural también permite cierta relajación en el enclaustramiento obligado por el Gobierno. Esto no quiere decir que en los pueblos se tomen a la ligera las restricciones de movimiento impuestas con el consejo de las autoridades sanitarias, pero sí que son más llevaderas: el espacio de que dispone la casa más humilde, a menudo con su huertuca, no es comparable al de la mayor parte de los pisos, aun los más espaciosos, donde una terraza o un balconcito desde el que tomar el sol son puro lujo.
Claro que en las zonas rurales no todo son ventajas: el envejecimiento de su población, una de las mayores amenazas que se ciernen sobre su futuro, constituye un gran factor de riesgo en esta situación. Son ayuntamientos en los que la mayor parte de sus vecinos se asoman ya a la vejez, obligando a sus responsables a reforzar su protección a sabiendas de que son las víctimas preferidas del coronavirus. El empeño de los alcaldes en impedir los flujos hacia las segundas residencias no debe entenderse como un capricho: podría desbaratar todo el esfuerzo que se está realizando desde los consistorios y el propio sistema de salud en los municipios para ahorrar a su gente desplazamientos inútiles y exposiciones innecesarias.
Hay quien cree que, después de este tiempo tan extraño, las cosas no volverán a ser iguales y todo se tasará con otra escala de valor. Quizás sirva también para aprender a valorar a la Cantabria olvidada.
Valles centrales
No hay mal que por bien no venga ni cien años dure. Los mayores lo tienen claro. Tanto preocuparse por la 'España vaciada' y ha venido un virus que ha dado la vuelta a la tortilla. Pueblos que ahora se han recuperado con las personas que han vuelto para pasar el confinamiento sin tantas estrecheces como en un pisito de ciudad. Pablo Gómez, alcalde de Arenas de Iguña, municipio en el que no hay casos oficiales de Covid-19, reconoce que no sabe cuál es la razón: «Es una suerte que seguramente tiene que ver con el aislamiento del mundo rural», y cree que la 'España vaciada' puede tener ahora, con la 'nueva normalidad', una buena oportunidad para recuperar tanto tiempo perdido.
En los valles de Iguña, Cieza o Anievas tenían todas las papeletas para sufrir una pandemia que afecta de forma especial a los mayores, pero la realidad ha chocado contra pueblos con una media de edad muy alta, tanta como la responsabilidad de personas que han cerrado sus puertas a cal y canto al coronavirus. Incluso una gran residencia de mayores como la de Madernia ha mantenido a raya la enfermedad. Arenas y Bárcena de Pie de Concha están en la lista oficial de municipios sin casos confirmados, como Pesquera o Aguayo. Anievas y Cieza tienen contabilizados un único positivo que en los dos casos ya figura como curado, así que también están a cero.
Nadie tiene respuesta al porqué no se han visto afectados. Algunos apuntan a pueblos con personas muy mayores que apenas han salido ni recibido más visitas que las de quienes han vuelto para evitar el confinamiento en las ciudades. De hecho, en Molledo, los únicos contagios oficiales son los de un grupo de mayores que viajaron a Valencia. Los vecinos creen que es por hacer caso a las medidas impuestas por el Gobierno central, reconociendo que es más fácil hacerlo en sus casas amplias y con huerta y jardín, y buenas vistas, que en un piso de ciudad. Así lo decía María Antonia Rodríguez, cuya única pena es no poder abrazar a sus tres hijos y ocho nietos. En Arenas o Bárcena tienen todo lo necesario, tiendas de alimentación que incluso reparten a domicilio, farmacia, quioscos y, por lo general, buenos arcones con pitanza para rato. María Dolores Aparicio y Fernando Portillas aseguran que en la zona se ha respetado el confinamiento y eso se ha notado. En Cieza o Anievas dicen lo mismo, incluyendo el hecho de que son dos valles alejados de las rutas más frecuentadas.
Liébana
La comarca de Liébana sigue siendo una de las zonas de la Comunidad donde el Covid-19 –excepto en contadas excepciones– no ha incidido en la población, en un área que cuenta con un alto porcentaje de personas de edad avanzada y donde se han seguido las normas de forma estricta.
La panadería Seles tiene la empresa ubicada en el polígono de Perugales, cerca de la localidad de Turieno, y distribuye pan a toda la comarca. Vicente Heras, panadero, de 42 años, resalta que «durante el reparto del pan seguimos normas de seguridad que incluyen mascarilla, guantes y un desinfectante para las monedas». Con respecto a las ventas reconoce que «en general se vende un 50% menos de pan, fundamentalmente debido a que los establecimientos hosteleros están cerrados. Se nota un aumento de ventas en los pueblos, porque la gente quiere ser precavida». Heras, que reparte el pan por Potes y resto de municipios, alaba «el comportamiento de los vecinos, que preocupados y con miedo, cumplen con todas las normas de seguridad».
David Almirante es un joven ganadero de 36 años que lleva la explotación familiar en la localidad de Lerones. «Seguimos haciendo el trabajo diario igual que antes, atendiendo a las 130 cabezas de ganado de la raza parda de montaña que tenemos, y que ahora pastan en los prados». Señala que continúa «vendiendo los terneros cebados a Lupa, viniendo un camión a recogerlos» y agrega que «ahora hacemos las guías ganaderas por vía telemática», confesando su preocupación «porque se acerca el mes de junio y no sabemos qué normas habrá para llevar el ganado al puerto de Pineda».
Sin duda, un sector de la economía lebaniega muy afectado es el turístico. Hugo Campo, de 31 años, presidente de la Agrupación de empresarios de hostelería y turismo del Valle de Camaleño, considera que «desde la agrupación creemos que la reactivación de la actividad turística se puede producir de forma paulatina, pero nunca a cualquier precio. Es decir, de nada nos serviría si después de estar confinados en casa durante este largo tiempo, con nuestros negocios cerrados, una vez levantado el estado de alarma no se toman una serie de medidas de prevención, desinfección y limpieza, que proteja a residentes, trabajadores y turistas», y añade que «el Gobierno de España debe presentar de forma urgente un protocolo general eficaz y claro», insistiendo en que «esta situación marca un antes y un después, y por eso estamos elaborando un protocolo de desinfección y limpieza propio».
Sur de Cantabria
José Antonio Corada, agente del medio natural jubilado, ha cumplido 75 años y lo celebra con sus perrazos echándoles unas galletas. Cada rato atiende alguna llamada de teléfono de gente que le felicita; muchos son descendientes de los vecinos de Otero del Monte (Valderredible) que marcharon en los sesenta a trabajar en la industria y dejaron vacío el pueblo. Suele verlos cuando se dan una vuelta por allí en verano, porque el resto del año lo pasa solo. Así le ha encontrado el confinamiento.
«Yo estoy muy bien aquí, mejor que en ningún sitio», presume. «Sigo con lo mismo: por la mañana atiendo la estación meteorológica y apunto los datos. Doy un paseo y cuando me canso, paro. Si quiero, cojo un libro y leo, o pongo la radio. También oigo música. Cuando doy una vuelta con los perros voy recordando dónde andábamos de chavales, a la gente de antes, cómo iba con las yuntas... me da mucha paz».
Esa tranquilidad es la que añoran ahora muchos hijos del valle desperdigados por el país y también quienes tienen ahí segundas viviendas: piensan en esas laderas llenas de robles y hayas y las frescas choperas junto al río mientras soportan el encierro en sus pisos. Ante la tentación de escaparse, el Ayuntamiento vigila. «Tenemos muchísimo miedo a que entre aquí la pandemia porque los efectos pueden ser demoledores. Un 60% de nuestra población tiene más de sesenta años y es de altísimo riesgo, por eso estamos llamando a la responsabilidad», explica el alcalde, Fernando Fernández. «Después de esto la gente va a reflexionar sobre la 'España vaciada'. La gente se está dando cuenta de que en los pueblos merece la pena vivir y hay calidad de vida. Desgraciadamente, ha sido necesaria una crisis como esta para que lo vean».
Según el recuento oficial, Valderredible tiene un solo caso de coronavirus, mientras los municipios de al lado siguen limpios. Jonathan Díez es el médico que, desde el Centro de Salud Los Valles, en Mataporquera, atiende a los vecinos de Valdeolea y Valdeprado del Río: cerca de 800 habitantes y la cuarta parte con más de 85 años. Un equipo de cinco personas (él, más dos enfermeras, un administrativo y un asistente social), vela por todos. «Resolvemos por teléfono todo lo que podemos y atendemos las urgencias y todo lo que no es demorable», indica. «La mayoría de gente que tenemos es vulnerable y mayor, pero los abuelos no están saliendo prácticamente a nada: les llevan la comida y los medicamentos a casa. En esta zona el confinamiento nos ha pillado sin casos y, lógicamente, no han aumentado».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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