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No tiene por qué sonar irreverente el decir que hasta poco antes del inicio de la misa del mediodía había más gente en el Solana que en toda la campa del Santuario de la Bien Aparecida. Desde bien pronto empezaron a servir pinchos de tortilla – ... una de las especialidades de la estrellada casa, junto con sus afamadas croquetas– a los peregrinos que llegaban con apetito tras subir la interminable cuesta de acceso. «He notado que hay más gente que ha subido caminando –aseguraba José Luis Solana, mientras echaba una mano por ahí–: a las dos de la mañana, que bajé yo, ya venía gente para acá».
Desde luego, era una riada de personas que subía por las márgenes de la carretera –los más madrugadores ya bajaban–, con el paseo peatonal desbordado de público; gente de todas las edades, con grupos de chavales, familias empujando sillas con niños pequeños, esforzados deportistas tirando para arriba a la carrera o sudando sobre la bicicleta, y la licra como material de moda en la jornada.
Arriba, sentados sobre una tapia, descansaban Óscar Landaluce y Sheila Santamaría. «Venimos desde casa, desde Laredo». Salieron a las nueve de la mañana para hacer los quince kilómetros, tres horas andando sin parar. «Somos de aquí, y al final es la Patrona, y nos gusta venir todos los años, ver el ambiente y disfrutar. Lo hacemos por tradición».
Rafael Vega vino desde algo más lejos, pero con su bicicleta no tardó ni tres cuartos de hora en llegar desde Santoña. «Suelo venir todos los años. Algún año he venido corriendo, y andando, muchos. Ahora, operado de la cadera, dice que son demasiados kilómetros de caminata y usa la bici, que también tiene su mérito. «La subida... hay que estar un poco entrenado».
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José Ahumada
Todo el Santuario y sus alrededores eran hoy un hervidero de gente. Según un agente de la Guardia Civil, con el ojo más entrenado a calibrar multitudes, podría haber unas 3.000 personas por allí, en un ambiente sorprendentemente tranquilo a pesar de tanta animación.
Para los vecinos de Ampuero, principalmente, pero también para los de toda la comarca, es una costumbre muy arraigada acercarse a la Bien Aparecida en día tan señalado: suben, entran a la iglesia a ver la imagen de la Virgen y, si son creyentes, le piden alguna cosa, que siempre es más fácil que se cumpla si se enciende una vela. Después, fuera, uno puede reunirse con la familia o los amigos, tomar algo, dar una vuelta por los puestos y quedarse a comer por allí.
La oferta de productos es inabarcable, empezando por la furgoneta de helados y la churrería móvil, los tenderetes con panes y embutidos o los que tienen las inevitables rosquillas de romería. Para quienes no llegan con tanta hambre, la gama es más rica, con tatuajes de mentirijillas, pulseras con tu nombre, muñecos de Pokémon y esa gran variedad de productos chinos que combinan plástico y luces.
Algunos vendedores habían hecho su apuesta, como Joel Pereira, atendiendo con su familia su negocio de paraguas, desde los más económicos, a dos euros, a los antiviento, de doce. «Más o menos esperamos que sobre las dos de la tarde llueva, a ver si hay suerte», decía mientras atendía a la clientela. «Todos los años solemos reservar plaza, y todos los años funciona bien».
Capítulo aparte merecen los artículos religiosos, con todo tipo de cirios, estampitas y rosarios, pero la tienda oficial de recuerdos del Santuario estaba tan llena que no era como para distraerles con preguntas.
Nicolás Pérez Velasco, vicepresidente de la peña Los Que Faltaban, aguardaba el momento de la procesión, previa a la misa de doce, oficiada por el obispo. «Llevamos sacando a la Virgen de la Aparecida más de cuarenta años. Quedamos a menos cuarto para nivelarnos y colocarnos según las alturas para llevar el paso». En su opinión, la fiesta de este año ha estado más lucida que la del anterior. Para él, en cualquier caso, el programa no cambia: «Nuestro plan es estar de fiesta, pasarlo lo mejor posible, sacar a la Virgen y luego comer por ahí. Yo pido lo mismo que todos los años: que nos vaya muy bien a todos».
Alberto García, párroco de Santoña, fue uno de los religiosos que participó en la celebración, y también disfrutaba de la fiesta. «Se ve mucho orden, mucha tranquilidad». «Hay mucha tradición, y la costumbre de la gente, que sube de los pueblos de alrededor andando, desde Santoña y hasta de Bareyo».
Manuel Sánchez Monge, obispo de la Diócesis de Santander, presidió la ceremonia, a la que asistió una nutrida representación del Gobierno y el Parlamento regionales, además de otras autoridades civiles y militares. En su homilía, centrada en el papel de los cristianos y la Iglesia, llamó a los fieles a «salir a comunicar cada día el Evangelio», destacando la importancia de los laicos, «levadura, fermento y luz de la Iglesia». Siguiendo las líneas marcadas por Francisco en su papado, habló de «una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, de las sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza y ser signo de unidad de un pueblo noble y digno».
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