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Tito Moruza tenía apenas seis meses cuando dejó su tierra natal, Rucandio (Riotuerto), y se mudó a California con su familia. Con 22 años, se unió al Ejército de Estados Unidos, gracias a su fluidez con los idiomas (hablaba español, inglés, francés y ... alemán) entró en el cuerpo de Contrainteligencia. Su misión de mayor envergadura no tardaría en llegar. Un año después de unirse al servicio, en 1944, se trasladó a Francia para participar en el Día D con un importante cometido: confiscar los archivos de la Gestapo que posteriormente se utilizarían en el juicio de Nüremberg.
Puede parecer la sinopsis de una película de acción. La hazaña de Moruza es prácticamente desconocida en España, aunque varios medios de comunicación de California se han hecho eco de ella durante años ya que, aunque el hombre estaba muy apegado a su tierra natal, pasó allí gran parte de su vida. También fue reconocido en 2011 por el entonces presidente francés, Nicolás Sarkozy, que le hizo entrega de la medalla de la Legión de Honor por su «importante papel» en la liberación de Europa del régimen nazi. «Gracias a él se hizo justicia», reza la página web del Consulado francés en San Francisco. Moruza realizó su misión en calidad de agente secreto y, a pesar del paso del tiempo, siempre fue celoso de su intimidad. «Nos pedía que nos comunicásemos con él a través del fax», rememora Luis Moruza, el hijo de su primo que reside en Solares.
Tito Moruza nació en 1921 y sus padres decidieron emigrar a la ciudad californiana de Berkeley pocos meses después. Allí creció y se convirtió en un estudiante ejemplar. «Fue presidente de su clase en la universidad, en 1939». Tres años después, se casó con Margaret y se ofreció como voluntario al Ejército. Entrenó durante meses junto a la División de Montaña y entró en el cuerpo de Contrainteligencia. No llevaba más de dos años en el servicio cuando llegó el hito histórico que marcaría su vida. El 6 de junio de 1944, conocido como el Día D.
Moruza aterrizó en Francia la noche anterior, en un débil planeador de lona y madera. Así lo recoge el artículo que escribió sobre él el columnista norteamericano Martin Snapp en el periódico East Bay Times. Cuando aterrizó, uno de los 'espárragos de Rommel' (las estacas que los nazis colocaban en la costa de Normandía como método de defensa) destrozó el avión. Los tres hombres que acompañaban al cántabro fueron heridos de muerte. «El más joven, que solo tenía 18 años, lloró por su madre. El segundo llamó a los médicos y el tercero maldijo. Fue entonces cuando perdí mi fe en la religión. Todavía no la he recuperado», expresó años después. Mientras muchos otros norteamericanos se quedaron en las playas enfrentándose a los alemanes, Moruza tenía una tarea diferente. Se cambió rápidamente de ropa y se vistió como si fuera un civil. Después, se puso en contacto con la resistencia francesa, que lo introdujo a escondidas en París. Su coartada, si algún nazi le preguntaba por su procedencia, era explicar que era un español refugiado que había huido de la Guerra Civil en el país contiguo en 1939. Eso también justificaba que su francés no era perfecto y su ausencia de documentación.
Pero su cometido era más complicado que colarse en la capital y dependía del éxito de los aliados en la costa de Normandía. Tan pronto como París fuese liberada, debía ir a la sede de la Gestapo y confiscar todos los documentos que probaran la barbarie de los nazis antes de que los alemanes, en retirada, pudieran quemarlos. Así, podrían usarse después del conflicto como prueba en los juicios de crímenes de guerra de Nüremberg.
Estuvo tres semanas en la ciudad, oculto de los alemanes. De su misión dependía el rumbo que tomase el juicio. Él siguió el plan tan cual había sido diseñado y, cuando los aliados tomaron la ciudad, pudo llegar a la sede de la policía nazi, donde se encontró con los alemanes. «Y eran empleados, no miembros de las SS», explicó Moruza al periodista en 2009. «Hicieron un intento poco entusiasta de quemar algunos documentos, pero lo máximo que consiguieron fue chamuscar los bordes de varios papeles».
Luis Moruza cuenta la historia de Tito basándose en todo aquello que ha leído de él en los medios norteamericanos y algunos datos aportados por sus hijos, que residen allí. Reconoce que el veterano no hablaba mucho de lo que ocurrió en Normandía. Murió en 2016 y, aunque nunca pudo ir a visitarlo a California, él venía mucho a Santander. «Siempre mantuvo la doble nacionalidad y, cuando venía por aquí, renovaba los documentos». También solían reunirse en Somo para comer con toda la familia. «Siempre hablábamos de banalidades, y me da pena no haber aprovechado mientras vivía para preguntarle más sobre aquello». Su papel de agente secreto le marcó la personalidad y tampoco era habitual que el veterano sacase el tema.
Si hay alguien a quien Tito Moruza admiraba es, según la información recogida por Snapp, al matrimonio de la resistencia francesa que lo mantuvo oculto en su casa: Paul y Marcelle Dufour. «Dos de los hijos de Tito se llaman igual que ellos, como homenaje», apunta Luis Moruza. La pareja tenía una granja a las afueras de la ciudad de Beuvais, cerca de París. En la casa recogían a combatientes de la resistencia gala y a miembros de los aliados que necesitaban mantenerse ocultos, como él. Cuando el columnista del East Bay Times le preguntó cual fue el mayor honor que vivió, Tito lo tuvo claro. «Ser la persona elegida para entregar los certificados de agradecimiento –todos ellos firmados personalmente por el general Eisenhower– a las familias francesas y españolas que ocultaron a prisioneros estadounidenses huidos de los alemanes en Francia». Una de las «mayores bendiciones» que vivió fue que nunca tuvo que asesinar a nadie, explicó a Snapp. «No desprecio a quienes tuvieron que hacerlo, era su misión allí. Yo soy el tipo con suerte». Tampoco se consideraba un héroe a sí mismo. «Los verdaderos héroes», dijo, «yacen en las 9.000 tumbas ubicadas en el cementerio estadounidense sobre la playa de Omaha».
Tito Moruza se quedó en Francia hasta 1946. Con el fin del juicio y el conflicto terminado, volvió a Berkeley junto a su mujer y tuvieron a sus tres hijos (el tercero se llama Scott). La familia siguió visitando España, Cantabria y también Málaga, donde tenían un cortijo llamado 'La Urraca'. A pesar del fallecimiento de Tito, la familia sigue en contacto a pesar del océano que los separa. «Mi hija es muy viajera y fue hace poco a California a visitarlos. Es posible que ellos también vuelvan pronto», asegura Luis Moruza.
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