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Principia Marsupia - Reportero de guerra
Alberto Sicilia (Santander, 1981), comúnmente conocido como Principia Marsupia por su nombre de Twitter, no es la primera vez que cubre en Ucrania una invasión rusa. A pesar de que es doctor en Física teórica y se dedicaba a la investigación, «siempre tuve en mente ... seguir conflictos internacionales», explica. En 2014, durante la crisis de Crimea, se encontraba de vacaciones y «decidí ir a contar lo que pasaba». Ocho años después se encuentra en el punto de partida. En el país en el que comenzó su larga trayectoria como reportero de guerra. «Estoy en Kiev desde que comenzó el conflicto y cada día que pasa estoy más impactado. Fue bastante impresionante ver cómo una ciudad puede cambiar tanto en cuestión de días», manifiesta.
Una de las cosas que más le «abrumó» durante sus primeras semanas en la capital ucraniana al inicio del conflicto fue «apreciar las diferencias entre los barrios de Kiev. Las zonas más pudientes están mucho más vacías que las humildes. Porque unos tienen ahorros, conexiones en el extranjero, y les cuesta menos huir».
Del miedo no quiere ni oír hablar. «Yo estoy aquí porque quiero, no me ha obligado nadie a venir. Tengo un pasaporte y una vida fuera de Ucrania a la que puedo volver cuando quiera». Y recalca que «lo importante es hacer bien el trabajo y reflejar a todos los que no estáis aquí lo que se le pasa por la cabeza a una persona que se ha quedado en su país». Le apasiona lo que hace, pero «en el momento en el que crea que mi trabajo deja de ser útil, me iré; es algo que me cuestiono todos los días».
Acerca del fin del conflicto, Sicilia no puede «predecir nada. Lo más difícil ahora es ponerse en la cabeza de Putin». Respecto a la figura del presidente ruso, lo que más le ha impresionado es «ver cómo la vida de tantas personas depende de lo que piense un tío desde su palacio».
Carmen Díaz - Voluntaria
Otra cántabra que lleva en el ADN las ganas de ayudar es Carmen Díaz, que viajó a Polonia hace tres semanas para «dejarse la piel por los desplazados de Ucrania». Antes de que estallara la guerra decidió irse de voluntariado junto a Fundcaja Oczami Brata para trabajar con niños con síndrome de Down en Czestochow, al sur del país. Trabajo que ejerce por las mañanas. «Por las tardes ayudo en todo lo que puedo con la donación y organización de material humanitario», explica. Díaz cuenta que nada más llegar a Polonia se encontró con oleadas de desplazados en la estación de tren que no sabían ni a dónde iban, pero que «tampoco les importaba demasiado, solo querían huir».
El pasado fin de semana viajó con una de sus compañeras de piso hasta Cracovia. «Estábamos en un bar y vino una chica a preguntarnos si ella y su amiga podían sentarse con nosotras». Eran ucranianas y acababan de abandonar su país.
«Marina y Julia estaban desesperadas. Nos decían que no querían huir de Ucrania pero que no les ha quedado otra». Y les advirtieron de que «esto solo terminará si los ucranianos son capaces de parar a Putin». Una de estas refugiadas, Julia, les contó que estuvo viviendo con su hija en el metro durante cinco días y que tardaron 60 horas en llegar a Cracovia. «No paraban de repetirnos una y otra vez que gracias por hacerlas caso y escucharlas», relata la joven cántabra, aún impactada por las vivencias que escuchó de primera mano.
«Tenían su familia, su empresa y su vida hecha en Ucrania. Julia nos enseñaba las fotos de hace un mes con su hijo de vacaciones en la nieve y cómo, de un día para otro, habían visto parir a una mujer en el metro sin nada para comer ni beber. Por su parte, Marina es madre divorciada de un hijo de 13 años y tuvo que abandonar su país porque una noche, cuando estaban dormidos, escucho explotar un misil cerca de su casa», describe Díaz.
José Luis Vázquez - Médicos sin Fronteras
Alguien que también tiene una larga trayectoria internacional es José Luis Vázquez (Torrelavega, 1967), un ingeniero industrial que lleva ligado a Médicos sin Fronteras desde 2005. Tal y como él mismo aseguró a El Diario Montañés hace años, su «espíritu inquieto» y su deseo de «cambiar de aires» le empujaron a pedir una excedencia y dedicar dos años a colaborar con esta organización. Desde entonces, ha viajado a Siria, Kenia, Sudán del Sur y República Centroafricana, lugar del que acaba de regresar hace «apenas unos días» tras cinco meses de estancia trabajando en un proyecto sanitario sobre la enfermedad del sueño.
Y ahora, un nuevo reto: Úzhgorod. Una ciudad ucraniana que se encuentra a apenas dos kilómetros de Eslovaquia y que «se ha convertido en un centro de distribución de ayuda humanitaria para el resto de Ucrania», expone Vázquez , que ejerce labores de logística. Y añade que por el momento «está siendo un sitio relativamente seguro». Antes de la guerra, Úzhgorod tenía «unos 100.000 habitantes pero la población ahora se ha multiplicado prácticamente por tres».
El ingeniero describe que desde que comenzó la invasión rusa «10.000 personas de media huyen a Eslovaquia, formando colas en Ucrania que pueden ocupar tres kilómetros de largo. Llegan con hambre y completamente exhaustos, pero con paso rápido y decidido». Explica también que en Eslovaquia hay una comunidad ucraniana «bastante grande», por lo que algunas personas se quedan con familiares de acogida y otras con eslovacos que ofrecen alojamiento de manera gratuita y desinteresada.
«Nuestro plan es tener un equipo móvil monitoreando regularmente en la frontera, ofreciendo apoyo en salud mental y haciendo derivaciones médicas de emergencia a las personas más vulnerables. Y en el lado ucraniano, establecer una base fija en Úzhgorod», explica Vázquez.
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