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El viento penetró con fuerza por la rendija de la ventana y comenzó a silbar. «Ya nos habían avisado de que iba a ser fuerte pero ahí, sobre las seis de la madrugada del sábado, empezamos a sentir que de verdad aquello iba a ser ... algo muy destructivo». Hace poco más de un año que el cántabro Ángel Díaz (26 años), ingeniero de telecomunicaciones, probó suerte con el emprendimiento en Shenzhen (China), una subprovincia de 12 millones de habitantes localizada en la frontera con Hong Kong, que aglutina el 90% de la producción de electrónica del mundo.
En todos estos meses había asistido a fenómenos parecidos –en esa zona del mundo son, en cierto modo, habituales–, pero nunca había vivido algo de la dimensión del tifón Mangkhut, la bautizada por los medios locales como 'Reina de las tormentas', que se ha cobrado la vida de 65 personas. «Quiere parecerse a lo que conocemos por una galerna en Cantabria, pero evidentemente a una escala gigantesca».
Al otro lado de la ventana, se escuchaba el infierno:«Desde mi cuarto podía oír todos los ruidos, los cascotes de los destrozos, los árboles cayendo, los coches aplastados... Parecía que se acababa el mundo», recuerda. En esos momentos confiesa que pasó algo de miedo. A ratos pensaba en cómo se encontraría su hermana, que diez pisos por encima, en el mismo edificio, pasaba también el mal trago. Andrea Díaz, con cinco años menos, viajó con él en agosto de 2017 para estudiar cultura y lengua china.
Tras despertarse con ese silbido irritante de la ventana, a eso de las seis de la mañana del sábado, Ángel ya no pudo recuperar el sueño. Al estruendo de los destrozos se unió la humedad, que empezó a filtrarse por la pared; y el charco vino después. «El edificio no es muy nuevo así que con esa lluvia torrencial comenzó a filtrarse agua por la pared y estuve achicando la pequeña inundación que se fue acumulando en mi cuarto por debajo de la cama», cuenta él. Se detuvieron los servicios básicos, los transportes han estado inutilizados, incluso el metro y los colegios fueron cerrados.
«Amedida que aquello se ponía peor sí que pensaba que igual pasa algo grave porque en principio no tenía miedo pero luego te sugestionas poco a poco viendo las imágenes de televisión de los estragos que ha causado en Filipinas...».
Horas antes, esa misma madrugada, había estado cenando con unos amigos. «No habíamos notado absolutamente nada aunque ya sabíamos lo que venía porque aquí el Ayuntamiento avisa a los ciudadanos por sms cuando va a haber una situación de emergencia como esta», cuenta.
La precaución fue creciendo a medida que se verificaba la verdadera dimensión del tifón. Primero empezó como un grado 6, después fue un 8 y al final, horas antes de llegar a la zona, las autoridades de Shenzhen confirmaban que iba a tener grado 10, el más intenso.
A las 8.00 horas del domingo todo había acabado. «Fue tremendo y los destrozos han sido cuantiosos; pero se nota que aquí la gente está acostumbrada a esto. Y es que nada más salir a la calle, por la mañana, con todos los árboles arrancados sobre la carretera, parecía una jungla. Pero a las 18.00 horas todo estaba limpio». «Al final lo importante es volver a hacer vida normal, y parece que ya hemos logrado conseguirlo», afirma el cántabro.
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