
La otra cara de los opositores
Sacrificio ·
La Biblioteca Central de Cantabria es el refugio de muchos estudiantes de la región que acuden a este lugar para «hincar los codos» en busca de un futuro profesionalSecciones
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La Biblioteca Central de Cantabria es el refugio de muchos estudiantes de la región que acuden a este lugar para «hincar los codos» en busca de un futuro profesionalCuando una persona aprueba una oposición todo es alegría, satisfacción, sentimiento de recompensa por el trabajo realizado y lágrimas de felicidad. Sin embargo, para llegar ... a ese clímax, los opositores suelen pasar «un calvario» durante años hasta obtener la plaza. Algunos se encierran en casa y se olvidan del resto del mundo, otros prefieren ir a sitios públicos para «hincar los codos». Uno de esos lugares suele ser una biblioteca. En esta ocasión, es la Central de Cantabria, ubicada en Santander. Ahí cientos de opositores encuentran «paz y calma» y una persona con la que poder hablar «de tú a tú, porque es quién realmente me entiende». Bajo esa premisa Ana Abascal, que estudia las oposiciones a agente de Hacienda, va cada día a este lugar.
Paula Castañera
Profesora de inglés
Diana Peláez
Policía Nacional
Raúl Lorenzo
Jurista de Prisiones
Ana Abascal
Agente de Hacienda
Ella nunca pensó en embarcarse en este barco. Sin embargo, una vez terminados sus estudios de Administración y Dirección de Empresas (ADE), empezó a echar currículums en empresas, pero «para todas pedían experiencia». Su primer contacto con el mundo público fue en el Instituto Cántabro de Estadística (Icane), a través de una beca. Ahí vio las «ventajas» del funcionariado. Una vez comenzada su andadura de estudiante de nuevo, Abascal señala que vive «con preocupación cada día, porque te lo juegas a una carta. Estás un año estudiando para decidir todo en un día», señala la joven de 25 años, quien lamenta que en su oposición no hay interinidad. Tras presentarse el año pasado por primera vez y no pasar la nota de corte, reconoce que la oposición produce «cansancio a nivel anímico, físico y psicológico, porque se convierte en una pequeña obsesión». «Es algo que tienes que encajar en tu vida, incluso a la fuerza», dice la joven, para después bromear con que este proceso es «como un novio tóxico que no te deja hacer nada». Para estudiar el máximo tiempo posible, come en la Biblioteca Central, por lo que está unas «once horas» ahí, ya que no le compensa volver hasta Solares. Otro factor que destaca de la biblioteca es que hay muchas personas que están en su situación «y me comprenden mejor».
«El sufrimiento y estrés es la cara B», esa es la primera frase que dijo, a El Diario, Diana Peláez. Su objetivo, y sueño, es hacer las maletas e irse a Ávila, ciudad en la que está la Escuela Nacional de Policía. Tras haberse presentado hasta en cinco ocasiones desde 2020, Peláez celebra que este año está «muy contenta, porque he aprobado la teoría, que era donde siempre tropezaba porque no llegaba al corte». «Las físicas siempre las pasé y ahora, una vez superado lo teórico, solo me queda la entrevista personal y el reconocimiento médico», detalla. Peláez explica que ha estado «buscando un equilibrio», porque tiene que estar atenta de las pruebas físicas, del estudio del temario y de los psicotécnicos. «He hecho planes, pero a cuentagotas, porque siempre tenía en mente que al día siguiente tenía que estudiar. Socialmente me ha lastrado mucho», reflexiona. Según afirma, esta situación, a sus 28 años, ha sido «fácil» de sobrellevar porque «pienso que todo este esfuerzo es por un fin, que es ser Policía Nacional, y no me importa lo demás». La opositora explica que acude desde Boo de Piélagos hasta Santander para estudiar en la Biblioteca Central, porque este sitio le produce «paz» y en él «me puedo desahogar con otros opositores».
Mientras, Raúl Lorenzo, después de graduarse en Derecho, estudia con 26 años para Jurista de Instituciones Penitenciarias, pero reconoce que «en un primer momento no era mi intención opositar». Sin embargo, en casa tiene familia que trabaja en prisiones, por lo que está «acostumbrado a este mundo». Una de sus preocupaciones es el ratio, ya que de las más de 650 personas llamadas a cada convocatoria anual solo hay 17 plazas. Según relata, lleva dos intentos, uno en el que se presentó «por probar» y otro, el de este año, «que fui con los conocimientos más asentados».
El factor psicológico y social también es uno de sus 'comecocos' diarios porque tiene que renunciar «a muchos planes». «Me limita mucho en el crecimiento personal», indica Lorenzo, quien confiesa que se fija en sus amistades y familiares y ve que ellos «están evolucionando». «Tienen un trabajo, se compran un coche o una casa e incluso, algunos hasta ya se están casando», añade. Él, por el contrario, confiesa que se siente «muy anclado», porque «no puedo hacer muchos planes ni avanzar personalmente». Sobre su día de descanso, apunta que «en Santander suele llover e intento que en mi única jornada de descanso haga bueno». Otro factor que decide su festivo es cuándo juega el Racing, porque «organizo la semana para que me cuadre con el descanso». En ese día le da igual el tiempo, aunque llueva o sople el sur, Lorenzo saca un rato para ver a los de José Alberto. Respecto a acudir a la Biblioteca Central dice que le viene «muy bien, porque así me despejo y hablo cinco minutos con alguien en mi misma situación».
Paula Castañera con 27 años decidió dejar su trabajo y su vida en Asturias para volver a casa de sus padres en Santander. «Me costó mucho tomar esta decisión, porque llevaba 11 años viviendo sola», añade ahora con 29. Tras finalizar el grado de Estudios Ingleses, trabajó en varias academias en las que intentó «sobrevivir de manera independiente económicamente», pero «era una vida muy precaria». Cansada de esta situación, estudió el máster de Profesorado para después opositar porque, «si quería una estabilidad y dedicarme a la enseñanza, era la mejor opción».
Este cambio radical de vida lo ve como «un paso atrás que doy para coger impulso». Según reconoce, lo peor del proceso de esta oposición, que se suele convocar cada dos años, es su «diálogo interno, porque me machaco con pensamientos negativos y de culpabilidad». «No es lo mismo pensarlo que vivirlo y esto es muy duro», esgrime. En ese sentido, afirma que acude a la Biblioteca Central porque «si me agobio salgo y me da el aire». «También hablo con la gente que está ahí, porque entre nosotros nos entendemos», dice.
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