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Con el final de 1918 cerca, al devastador avance del virus de la gripe y a la lista de fallecidos e infectados se añadía un nuevo y grave problema en nuestra provincia: la escasez de carbón y patatas. Productos, en ambos casos, ofrecidos a precios ... inalcanzables para la mayor parte de la ciudadanía. La especulación seguía imponiendo su ley.
Dando un significativo paso al frente, en la edición del viernes 11 de octubre de 1918 publicaba El Diario Montañés un texto bajo el título 'El asunto de las subsistencias'. He aquí algunos de sus párrafos: «Continúan pasando los días, continúan elevándose los ya exorbitantes precios de los artículos de primera necesidad y a pesar de eso y de las denuncias de la prensa continúan las autoridades indiferentes ante este malestar del pueblo, y lo que es peor: ante el hambre que, junto con el frío, empezará pronto a enseñorearse en los desfallecidos pueblos de las clases menesterosas». El artículo remataba así la cuestión: «Imposible es ya tolerar esa pasividad incomprensible, esa inercia injustificada de nuestras autoridades y sobre todo de esa ya tan popular y regocijante Junta Provincial de Subsistencias, que va de fracaso en fracaso cuando algo intenta realizar, porque la mayor parte del tiempo su labor es completamente nula, como nula es también su autoridad». Más claro, el agua.
Apretada la tuerca del «clamor ciudadano» y del periodismo, los gobernantes entendieron que debían actuar con inmediatez. Empezaron por los alimentos y continuaron con el carbón, asunto de evidente urgencia ante la llegada del invierno. Entre las 'Notas del Gobierno civil' del día 13 constaba que se le habían remitido un par de telegramas al ministro de Abastecimientos. En uno se le comunicaba que a la provincia de Santander llegaba carbón, pero sólo para industriales y particulares con posibles. O sea, no del denominado «de tasa», sobre el que se tomó la decisión de que, para evitar abusos y favoritismos, lo repartiera el propio ayuntamiento de la capital. Alcanzó la cuestión tal nivel de angustia que incluso fueron incautados vagones con el citado combustible en la «estación de pequeña velocidad» del Cantábrico.
El segundo telegrama se refería a otro mal que empezaba a detectarse: la escasez de patatas. Por la falta de carbón y patatas, en algunos lugares de España surgen asaltos a los lugares donde se sabía que estaban depositados kilos y en otros se organizan grandes manifestaciones lideradas por mujeres. En las fallas valencianas de 1918 aparecería la figura de un estraperlista ahorcado y un cartel que rezaba 'Per acaparador'. Bajo sus pies se amontonaban cajas y sacos de alimentos.
Mientras los especuladores jugaban al gato y el ratón con las autoridades, el virus seguía a lo suyo, sumando víctimas. El Diario Montañés levantaba acta. He aquí otra relación de casos plasmada en sus páginas: «Alfoz de Lloredo: diez casos graves. Castañeda: una defunción. Escalante: ocho casos graves y algunos de viruela. Herrerías: doce nuevos casos y se necesita médico. Lamasón: urgen médico, medicamentos y desinfectantes. Luena: una defunción. Miera: cincuenta casos graves y tres defunciones. Polaciones: muchas defunciones y se necesitan médico, medicamentos y desinfectantes. Ramales: siete defunciones. Santa María de Cayón: tres defunciones. Suances: una defunción. Vega de Pas: una defunción. Voto: siete defunciones...». En Torrelavega, ante el dramático cariz que adoptaban los acontecimientos, el Ayuntamiento destina una primera partida de 50.000 pesetas a la inmediata aplicación de medidas sanitarias.
Al borde del hambre y con el temor a fallecer por el virus, un amplio segmento de la población decide convertirse en vigilante de conductas vecinales que podrían derivar en perjuicio colectivo. A modo de ejemplo publicaba este periódico el lunes 14 de octubre una noticia referida a Santander. Decía: «Nos denuncian varios vecinos de la calle Lope de Vega que hace tres días ha fallecido de gripe un enfermo y que a pesar del tiempo transcurrido aún no han ido a desinfectar la habitación ni las ropas del muerto. Trasladamos la denuncia al señor inspector provincial de Sanidad o al jefe de la sección de higiene: a quien corresponda». Esta era la nueva realidad cotidiana que traía la epidemia.
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