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En el marco socio cultural y económico en el que vivimos en Europa y en otros países desarrollados, una cita constante es la que se ... hace a los derechos humanos, la Carta Magna universal, la Constitución de constituciones. Los elementos que componen ese texto son aceptados sin objeciones, porque se basan en la ley natural y porque en ellos reside la fórmula de una buena convivencia, en un mundo que atiende más a la doctrina de Hobbes que a la de Roseau. La lista de derechos es clara, inteligible y extensa.
El recurso a los derechos es una constante que se extiende a todos los sectores, ámbitos políticos, clases sociales… hasta el punto que la internalización de esos derechos se ha hecho viral. Para todas las personas es sencillo aprender la lista de sus derechos y reclamarlos en cuanto sienten que se vulneran alguno de sus enunciados. Esa actitud es lógica, porque si poseemos una serie de ventajas por qué no aplicarlas y obtener los consiguientes beneficios.
Los problemas y contradicciones se hacen visibles cuando olvidamos que junto a esas tablas de la ley, que amparan nuestra libertad, el acceso a la educación, la sanidad, etc. existen otra serie de mandamientos que, quizás por no estar tan fijados en nuestras mentes, parecen inexistentes. Frente a la claridad de nuestros derechos, las obligaciones que conllevan se opacan hasta el punto de que se desconecta el hilo conductor entre los derechos y las obligaciones.
Si todos cumplieran con rigor en su trabajo, en sus relaciones familiares y sociales, en sus tratos con las administraciones, etc. los conflictos disminuirían de forma notable y los quebrantamientos de la lista de los derechos humanos se reducirían al mínimo. Por esta razón, creo que es bueno que se reflexione sobre la responsabilidad que cada uno tenemos en nuestra vida. No debería ser aceptable que se reclame un mejor salario si no se está dispuesto a trabajar con rigor, o a exigir un buen servicio público si se realizan operaciones de evasión fiscal.
Con frecuencia comprobamos como quienes tienen obligaciones tasadas por sus derechos, las incumplen. Desde el trabajador no cualificado hasta el funcionario mejor formado, pasando por el empresario de cualquier tamaño vemos constantemente ejemplos de esta tendencia, por otra parte tan humana, de exigir sus derechos y dejar a un lado sus obligaciones. Si pusiéramos, aunque fuera de manera intermitente, el foco en cumplir con rigor nuestro trabajo, en atender nuestras relaciones familiares y en practicar lo que predicamos a los demás, es seguro que el mundo en el que vivimos mejoraría, y mucho. De manera permanente leemos en los medios de comunicación actuaciones que, por falta de rigor profesional, ocasionan serios perjuicios a particulares o la hacienda pública, sin que por ello se produzcan consecuencias. Junto a los derechos están las servidumbres y cuando ese binomio se quiebra también se rompe la confianza de las personas en el propio sistema que otorga títulos, cargos y poder a personas que, en ocasiones, no atiende con rigor sus competencias.
La queja permanente sobre lo escaso del salario, las malas condiciones del trabajo, etc. no tiene contrapartida. Prácticamente nadie reflexiona sobre si lleva a cabo de manera adecuada la tarea que tiene encomendada. Un anuncio de una empresa de seguros llega a los espectadores con una musiquilla, con una letra que dice «¿Me estarán cobrando de más? ¿Me estarán cobrando de más?»… y eso nos lo repetimos cada uno de manera constante. La gran mayoría piensa que su trabajo no tienen la contrapartida que merece. Nadie, en cambio, se pregunta «¿Me estarán pagando de más?» Resulta imprescindible reflexionar de manera global acerca de nuestra implicación en la tarea que tengamos encomendada y en asumir responsabilidades, en paralelo con el poder que se nos otorga.
La tendencia, tan humana como injusta, a achacar a otros los problemas con los que nos enfrentamos cada día es un mecanismo que impide la evolución y que produce un sentimiento de frustración esterilizante. En una sociedad moderna y competitiva debería ponerse el acento en la capacidad y disposición de cada uno y en dejar en el lugar que le corresponde a los elementos exógenos.
Cada vez es más necesario mirar hacia cada uno de nosotros para comprobar como cumplimos con nuestras obligaciones. Se trata de parafrasear aquel consejo del presidente Kennedy : «No te preguntes qué pueden hacer los demás por ti, sino que puedes hacer tú por los demás». El trato justo es que cada cual obtenga aquello que dese cuando ha cumplido con los requisitos precisos. No es coherente quejarse de la situación de personas que han logrado forjarse un buen presente sin evaluar en su medida los esfuerzos llevados a cabo para acceder a ese estatus.
En una sociedad en la que se infravalora el esfuerzo, el sacrificio y la austeridad, no resulta justo protestar por una situación económica o personal no deseada, sin antes sopesar el mérito de cada uno. Volviendo a los clásicos, las cigarras no tienen derecho a protestar porque las hormigas tengan alimento, cuando ellas ganduleaban mientras las hormigas trabajaban.
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