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La casa donde aprender a no rendirse

La casa donde aprender a no rendirse

En 2022, Cantabria ha dado cobijo a 53 mujeres y 23 menores en las dos casas de acogida y tres pisos tutelados que están a disposición de maltratadas, prostitutas y víctimas de trata

Violeta Santiago

Santander

Jueves, 24 de noviembre 2022

Carmen tiene veintimuchos años, una hija pequeña y, ahora, un trabajo. Un año largo después, está a punto de volver a volar por su cuenta aunque todavía se apoya en una red de profesionales cuando lo necesita. Hoy es una mujer empezando de cero que poco tiene en común con la joven sin formación que llegó a una casa de acogida de Cantabria con casi todo en su contra: había pasado por la prostitución, había sido maltratada por su pareja y había sido agredida sexualmente. Cuando pidió ayuda acababa de ser madre.

«Era una persona en situación de vulnerabilidad extrema, desarraigada, sin red social. Llena de miedos», resume Anabel Perales. Carmen (este no es su nombre real) está a punto de dejar atrás el sistema de acogida en el que se ha arropado hasta coger impulso: bajo el paraguas de una casa especial se ha formado, se ha recolocado mental y físicamente, ha dado sus primeros pasos como madre y ha demostrado, como antes muchas otras, que lo suyo no era rendirse.

«Este es solo uno de los muchos casos gratificantes que vemos al cabo del año», cuenta Perales, psicóloga y coordinadora de la Red de Atención a Víctimas de Violencia de Género de Cantabria, que admite que trabaja en un área «muy exigente emocionalmente», pero que también da «muchas satisfacciones».

Este periódico intentó este año -uno más- conocer por dentro la vida de una de los domicilios que Cantabria pone a disposición de todas aquellas mujeres que sufren violencia machista que, en general cuando tocan fondo, se agarran a una nueva vida. Un año más, la Dirección General de la Mujer negó el acceso a una de esas viviendas por motivos estratégicos: no solo es una cuestión de respeto a las víctimas que las habitan, sino también de seguridad. «Se protege estos lugares porque hay que proteger a sus usuarias», explica Consuelo Gutiérrez, responsable del área.

«Se les apoya para encontrar trabajo, salir de adicciones (si existen), mejorar su salud mental, se escolariza a los hijos...»

Anabel Perales

Coordinadora casas de acogida

Ellas llegan allí, casi siempre por la vía de la emergencia, desde un hospital o desde una comisaría de policía. La gran mayoría aparece en una de estas residencias tras una experiencia traumática. «A veces, con lesiones físicas importantes que necesitan cura. Y otras veces con graves daños» anímicos que tardan en sanar. A veces con adicciones a cuestas o con problemas de salud mental, o con ambos.

Y entonces 'la casa' se convierte en su punto de inflexión, en el sitio en el que encuentran un techo, comida, conversación, una habitación propia que pueden compartir con sus hijos e, incluso, con sus mayores dependientes... Ocurrió en una ocasión que una mujer se trasladó a la vivienda con su madre octogenaria que dependía de ella.

Aunque es más habitual que llamen a la puerta de la Administración con sus pequeños. Este año, 58 víctimas de alguna de las muchas violencias machistas han necesitado «aislarse» en uno de los dos domicilios (cada uno con siete unidades familiares) o los tres pisos tutelados que gestiona el Gobierno regional. Y lo han hecho acompañadas de 23 menores que también han necesitado cobertura. Casi la mitad de las ocasiones en que ha sonado el timbre pidiendo auxilio la víctima era extranjera o tenía doble nacionalidad.

El 'no puedo más' suele llegar entre los treinta y tantos y los cuarenta y tantos, lo que no obsta para que estas instalaciones hayan visto pasar tanto a mayores de 65 como a chicas de 18. El sistema acoge a mujeres maltratadas, pero también a víctimas de trata y de explotación sexual. «Esto no se conoce tanto», señala Perales, que aclara algo más que suele generar dudas: tampoco es obligatorio haber presentado denuncia contra el agresor para pedir este apoyo. «Hay que ponerlo fácil».

«La mujer es quien toma las decisiones, ella tiene que ver que protagoniza su cambio, que bastante control ha tenido ya»

Anabel Perales

Coordinadora casas de acogida

«Cuando entran en uno de nuestros recursos, la prioridad es darles calma y escucha» porque lo más habitual es que «no hayan tenido ni tranquilidad ni respeto». Después, las mujeres empiezan a tomar decisiones sobre su futura vida respaldadas en los profesionales de la Fundación Diagrama -la entidad que presta el servicio para la Consejería de Igualdad-. Para los niños y adolescentes se busca acomodo en colegios e institutos, para ellas se dibuja un plan con muchas patas: si hace falta formación, clases. Si corre prisa encontrar un trabajo, asesoramiento profesional que intermedia con empresas consideradas sensibles a la situación. Si se deben resolver patologías mentales, las consultas precisas. Los policías de seguimiento las enseñan a autoprotegerse y a vivir en condiciones de seguridad, lo que se suma a nuevos hábitos y relaciones.

En la base de todo el acompañamiento se pone «sinceridad: hay que ser muy claro con ellas, explicarles todo bien porque estas personas lo viven todo con angustia y tienen que aprender a confiar». Al tiempo, explica Perales, se trata de responder a sus necesidades vitales. A algunas les viene bien la soledad porque salen de entornos saturados, pero a otras «les hace falta lo contrario porque han sufrido un gran aislamiento».

«Cada una tiene su ritmo»

El sistema no pone plazos a sus usuarias. Unas hacen la maleta en semanas y otras necesitan muchos meses para perder de vista estas casas. «Cada una tiene su ritmo y aquí se tiene en cuenta. La clave es lograr que una persona que llega en condiciones emocionales muy precarias coja las riendas de su vida. Se ayuda, pero no se tutela, las decisiones son exclusivamente suyas».

Esto incluye aceptar que el tratamiento no será algo matemático y lineal y asumir que puede interrumpirse. «Algunas vienen y se van. Están en relaciones tan dañinas... Nuestra labor en estos casos es dejar la puerta abierta, que sepan que estamos. Y esperar». Porque la experiencia dice que a una mujer le cuesta ocho años salir del circuito de estas violencias.

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