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Paredes agrietadas, basura por cada esquina, cristales rotos, cortinas raídas y un tejado al que le quedan dos inviernos. Tres años después del crimen, esta ... casa de Liaño se erige como vestigio escabroso de lo sucedido. «Así es imposible olvidarlo», protestan los vecinos del barrio Santa Ana, obligados a revivir a diario el horror de un doble asesinato que impactó a toda España. Un jurado popular declaró la pasada semana culpable de doble asesinato a José Reñones. Mató a su pareja, Eva Jaular, y a su hija de tan sólo once meses. Sucedió en esta vivienda aquejada por el abandono y donde hoy parece haberse detenido el tiempo.
«Nadie ha vuelto a entrar. Nadie ha vuelto a tocar nada. Está todo como estaba», comenta una vecina. Salvo algún episodio aislado de morbosos que quisieron pisar el lugar de los asesinatos o de algún ladrón que probó suerte en busca de algo de valor, todo el mundo se comporta de acuerdo con el respeto que infunde el lugar. Mantiene la distancia. Ni siquiera la familia de Eva ha regresado. La hermana de Eva, Alejandra, volvió pocos días después de lo sucedido, «pero no lo he vuelto a hacer. Creo que no tengo que volver nunca», asegura. Es demasiado evocador porque todo está intacto.
Parece incluso que tampoco hubiera accedido la Policía Científica. En el jardín están aún los palés y los restos de la tela plástica bajo la que Reñones escondió los cadáveres. De una ventana cuelga un muñeco de la pequeña y la puerta del garaje, por donde entró el asesino la noche del crimen, está ahora cerrada con un candado. Junto a una ventana hay una maceta decorada con un rostro risueño que llamó la atención en todas las fotografías y las imágenes de televisión que se publicaron entonces y la ilustración de un inmenso gato azul se conserva intacta sobre la puerta blanca que da acceso al jardín.
El coche de ella permanece estacionado junto a la casa, con las ruedas pinchadas y una luna trasera reventada. En el interior está la sillita del bebé y dos peluches de la pequeña. Delante, el martillo con el que Reñones rompió el cristal. Parece que una burbuja hubiera protegido al lugar de cualquier injerencia en estos tres últimos años. De no ser por la corrosión que presenta la chapa del vehículo, nadie distinguiría una fotografía actual de la de diciembre 2021.
Para los vecinos es un entorno hostil que los ata a un recuerdo que no abandona el barrio. «Ojalá la tiraran porque ahí eso ya no pinta nada. Está completamente abandonado y lo único que puede pasar un día es que algo se caiga y haga daño a alguien», cuenta Carmen Rivero, una señora mayor que vive al lado.
Los legítimos dueños
Rivero todavía recuerda a Eva y su hija. «Las saludaba, les decía ¡hola!, ¡hola!, y le hacía carantoñas al bebé, pero la madre siempre era algo esquiva porque tenía miedo de él. De que le vigilara por la ventana, porque no le gustaba nada que hablase con los vecinos», recuerda.
Nadie sabe lo que va a suceder con la casa, ni siquiera sus legítimos dueños. En el registro de la propiedad aún figuran como propietarios el exmarido de Eva y ella misma. Él no ha movido todavía un dedo para decidir qué será del inmueble porque queda por dilucidar si puede cobrarse una indemnización, si es conveniente rehabilitar la vivienda o si resultará mejor derruirla. «Creo que dentro de poco tiempo van a hacer una obra en la carretera de acceso al barrio y entonces igual es el momento de pensar qué hacer con esa casa», cuenta María, otra vecina de al lado en un barrio que apenas cuenta con una veintena de residentes.
Ya cuando sucedieron los asesinatos la casa estaba mal. Pudo haberse declarado inhabitable por insalubridad pues hay múltiples humedades, suciedad, ratas, el aislamiento es inexistente y las ventanas apenas tienen un cristal fino. «No hay quien viva ahí, pero nadie de momento hace nada, por lo que se ve», insisten en la zona. Entre tanto, esa postal siniestra los obliga a recordar que allí pasó lo que pasó, tres años después. «Lo mejor que podían hacer sería demolerla y ayudar a olvidar. Es, en el fondo, lo que todos queremos».
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