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Cuando los padres quisieron darse cuenta de que algo no iba bien, la anorexia ya llevaba tiempo instalada en su casa. Oculta a los ojos de todos y convertida en una auténtica obsesión para su pequeña. La comida, un enemigo. La meta, una imagen ... compatible con los ideales ficticios de las fotos selfie y los posados en redes sociales. El resultado, una niña de 12 años que en apenas unos meses había perdido 20 kilos, casi la mitad de su peso. «Esto es una barbaridad, pero está pasando», resalta Marta Bejerano, psicóloga de la asociación Adaner, donde comprueban «alarmados» el «gran incremento» de trastornos de alimentación, sobre todo en menores.
«Son casos con una sintomatología excesiva, que en poco tiempo han bajado mucho de peso, muy obsesivos» y que representan otra de las consecuencias paralelas de la pandemia de covid. «Han sido muchos meses encerrados y se han metido en este problema demasiado rápido», señala la psicóloga. Como «primer dispositivo al que la gente llama para informarse, bien por recomendación de otros o porque lo busca en internet cuando comienzan sus sospechas, sostiene que sus consultas «se han triplicado». Un aumento «preocupante» que confirma el coordinador de Salud Mental del Servicio Cántabro de Salud, Óscar Fernández, tras analizar la comparativa de la situación con respecto al primer semestre de 2020, y que ha llevado a considerarlo «una emergencia postcovid» y a poner en marcha medidas de choque sin esperar al desarrollo del nuevo plan de Salud Mental, en el que «ya estamos trabajando».
Objetivos: Atención e información sobre la enfermedad y recursos existentes en Cantabria, soporte emocional con grupos de apoyo para familias.
Teléfonos de contacto: A través del móvil 685 464 053 y en el fijo 942 23 14 43.
Sede: En el centro cívico María Cristina de Santander (General Dávila, 124), local cedido por el Ayuntamiento.
«Hay que superponer la acción con la planificación, porque estamos ante un problema al que tenemos que responder ahora». De hecho, Fernández asegura que «las primeras medidas, que pasan por reforzar los dispositivos de atención, se deben adoptar antes de acabar este mismo mes». En la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (UTCA) de Valdecilla, que habitualmente atiende a pacientes por encima de los 15 años -por debajo pasan antes por la de Salud Mental Infanto-juvenil- llegan ahora el doble de derivaciones que el año pasado. «La media de los últimos años se mantenía estable en 120-130 casos nuevos (diez al mes), pero en lo que llevamos de 2021 ya hemos alcanzada esa cifra, mismo número de casos en la mitad de tiempo», destaca el psiquiatra Andrés Gómez del Barrio. «El repunte se empezó a ver a finales de 2020, siendo más significativo entre los menores» (tres veces más, coincide con el cálculo de Adaner), aunque «no se ha traducido en un incremento de los ingresos, como ha ocurrido en otras comunidades en las que ha habido más retraso en el diagnóstico, por lo que se han encontrado con pacientes muy graves. En Cantabria eso no ha ocurrido, porque en todo momento los hemos tenido atendidos, esa ha sido la ventaja», indica el psiquiatra, que sitúa la tasa de ingresos entre el 5% y el 10%.
El impacto de estas enfermedades en edades cada vez más tempranas es un fenómeno que «venía de años atrás», como consecuencia «de que se ha adelantado la adolescencia conductual». El ejemplo más evidente es el acceso al móvil -y, por ende, a las redes sociales-, con frecuencia regalo estrella a la edad de la Comunión (9-10 años), haya o no celebración. «Si las primeras señales de estos trastornos suelen ser la adolescencia, época de inseguridades, inmadurez y miedo al rechazo por la imagen corporal, esos factores se han precipitado. Antes era raro ver casos de anorexia en niños de 11 o 12 años, ahora es muy común», explica Gómez del Barrio.
El inicio del problema, como destaca la psicóloga de Adaner, «vino con el confinamiento, influido por la pérdida de rutinas. En algunos casos se empezaron a hacer dietas y ejercicio como algo saludable... que resultó ser un caldo de cultivo en el que problemas que estaban latentes se activaron en forma de trastornos de alimentación, igual que han aumentado otros problemas de salud mental, como intentos de suicidio, sobre todo en adolescentes que habían sufrido bullying. Lo que hay detrás es un dolor muy profundo, que gestionan a través de la restricción alimentaria o de la sobreingesta». ¿Cuesta más hacer entender la gravedad del trastorno cuando la víctima aún no ha salido de la infancia? Bejerano responde con un «sí» rotundo.
Andrés Gómez del Barrio | Psiquiatra de Valdecilla
«El tratamiento siempre es integral, pero en un menor de 12 años necesitas trabajar mucho con la familia y que esté muy preparada para poder enfocarlo». Y más si se trata de parejas divorciadas, en las que es «imprescindible que vayan en la misma dirección». Se trata de «recuperar la capacidad de dirigir a sus hijos hacia conductas saludables», añade el psiquiatra de la UTCA. «No es peor el pronóstico porque sean más niños, lo normal es que vayan bien si tienen esa estabilidad familiar», opina. La cosa se complica cuando son pacientes mayores de edad, porque necesitas que colaboren. Ahí el tratamiento se basa en la confianza en el terapeuta para que se dejen guiar».
Los perfiles que más han aflorado tras el confinamiento son «de los 12 a los 20 años», subrayan desde la asociación, aunque también «estamos recibiendo pacientes que ya incluso habían dejado el tratamiento porque estaban en un punto estable y han sufrido una recaída», declara la psicóloga.
Óscar Fernández | Coordinador de Salud Mental (SCS)
«Estamos desbordados, con llamadas a diario, incluso los fines de semana, pero queremos que la gente sepa que seguimos aquí para quien nos necesite», resalta Carmen Grandas, presidenta de esta entidad que se nutre de una subvención del Instituto Cántabro de Servicios Sociales (Icass). «Unas veces nos piden información (padres que han notado algún cambio en sus hijos que les preocupa); otras buscan cómo resolver situaciones concretas, como que les retrasen un mes la cita que tenían cuando ya se le están acabando los batidos o la medicación de su hija... se agobian y nos plantean qué hacer. El sistema sanitario está sobrepasado, pero habrá que adecuar los recursos a las necesidades, lo que no se puede es dejar sin atención a estas familias».
Son padres que «normalmente vienen muy asustados, incluso culpándose de no haberse dado cuenta de qué estaba pasando con su hija (son trastornos minonitarios en varones), de que había un problema y no habían visto las señales», señala Grandas, «cuando son señales que el propio paciente no permite que se vean (saben cómo encubrir esa sintomatología)». El inicio del tratamiento pasa por «escucharlos y que sepan que no están solos».
Carmen Grandas | Presidenta de Adaner
Como madre afectada por las garras de la anorexia, Grandas reconoce que «lo más difícil es cuando te encuentras con la realidad, porque tú tienes sospechas y dudas, pero ellas son muy inteligentes. Como tenemos una imagen falsa de personas que vemos en televisión y en redes sociales, con fotos con mil filtros..., cuando se baja peso todo el mundo del círculo en el que te mueves, sea menor o adulto, te dice 'qué delgada estás, qué bien te veo'. Esa frase a una niña que está haciendo una dieta a escondidas de su familia o haciendo ejercicio sin que lo sepan (las hay que salen a correr por la noche) le da motivación para seguir en la enfermedad. Intentas hablar con ella y la respuesta de la niña es 'tú qué me vas a decir, si eres mi madre'. Los únicos que la pueden ayudar son el grupo de iguales, que son los que tienen las habilidades sociales y los recursos para hacerles ver lo que desde fuera se ve tan fácil».
El perfil propenso a caer en estos trastornos es claro: exigentes, perfeccionistas y con rasgos obsesivos. «No se nota porque bajen el rendimiento escolar, al contrario, aumentan el tiempo de estudio y se quitan horas lúdicas», apunta Grandas. «En los inicios hay un cambio en estado de ánimo, se aislan, ya no participan tanto en las reuniones familiares, en muchos casos hablan de esa preocupación, pero muy tapada por lo saludable, por el 'quiero cuidarme'», explica la psicóloga. «Pero son personas que sufren mucho, una parte de ellas pide ayuda, pero la obsesión y la adicción por lo que están haciendo es tan fuerte que no permiten que nadie se entere de lo que hacen». Hasta que la pérdida de peso llega a un punto que asusta.
«La prevalencia de los trastornos de conducta alimentaria –anorexia, bulimia y atracón– no se sabrá nunca, porque se hace con los casos en tratamiento, pero los reales son más porque cuando cumplen los 18 años sólo van si quieren», expone la presidenta de Adaner. En la Unidad de Psiquiatría de Valdecilla actualmente están en tratamiento alrededor de 250 personas. Pero las cifras están en pleno ascenso. «Estamos aquí para ayudar a las familias que lo necesiten», dice Carmen Grandas, que conoce en primera persona «lo mal que se pasa con esta enfermedad. Hay momentos en los que la niña está deprimida, no habla, se aisla, pero otros en los que se pone agresiva. Como el doctor Jekyll y Mr. Hyde. Después de comer algo que no quiere, se pone irritable y no atiende a razones, hasta que baje esa ansiedad y consigues hacerla entender que si estás allí es para ayudarla y que si no haces más es porque no puedes o no sabes cómo hacerlo».
Por eso, insiste en que «a los padres hay que darles estrategias para solucionar las crisis, que confíen en las posibilidades de su hija y en su terapeuta. El tratamiento tiene que ser con psiquiatra y psicólogo. Si sólo se le pone un psiquiatra que la ve de vez en cuando y la medica, es pan para hoy y hambre para mañana. Lo que hay que tratar es modificar las conductas que llevan a esa niña a no estar satisfecha con su cuerpo y buscar una mala salida en la comida, tanto si como de más como si no come». Y advierte sin tapujos: «El camino es muy duro. Esto es una enfermedad mental y grave, y no hay que pensar que con el tiempo se va a curar sola, porque no es así. Lo que hay que hacer en cuanto se detecta la más mínima señal es proporcionar ayuda para que inicie el tratamiento, porque cuanto antes lo haga mejora el pronóstico. Y hablamos de una curación de 3 o 4 años mínimo».
En este sentido, Pablo Silió, secretario de Adaner, incide en en otros dos datos: «Un 30% de casos se cronifica, y los suicidios en estas pacientes son altos (en torno al 10%)». «Es la más mortal de las enfermedades mentales», apostilla Carmen Grandas.
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