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Celebrar, a pesar de todo

Celebrar, a pesar de todo

Cantabria elige su Nochebuena. Las familias optaron por menos comensales y más precauciones en las Navidades más difíciles de sobrellevar de los últimos tiempos

Marta San Miguel

Santander

Sábado, 26 de diciembre 2020, 07:09

Brindar por una pantalla era algo inusual hasta hace unos meses, cuando descubrimos en marzo esa función de Whattsapp que nos permitía meter en una misma videollamada hasta cuatro caras encajadas en un recuadro. Luego llegó la facilidad para hacer un Zoom, una reunión por Hangout; anglicismos todos para nombrar lo que llamamos hasta entonces 'estar juntos'. La Nochebuena también se llama ahora de otra manera, ahora decimos menos gente en casa, menos brindis (o ninguno, por respeto), decimos cena rápida sin postre, decimos pruebas PCR y ventanas abiertas y niños en otra habitación, por si acaso. ¿Qué más cosas vamos a renombrar durante esta pandemia? ¿Qué otras palabras usaremos para hablar en esa distancia cada vez más costosa y amenazante? La reunión navideña de este jueves ha puesto sobre la mesa no sólo la necesidad del reencuentro familiar sino también el efecto que las advertencias y los contagios acumulados han dejado sobre el imaginario colectivo; la sensación de que nadie es inmune y de que, aunque estés en casa, el virus te puede atacar en zapatillas. La normalidad dejó paso la noche del 24 de diciembre a una extraña forma de convivir donde siempre con los de siempre, y mientras la alegría se colaba con platos humeantes y flores, también se colaba la noción de los ausentes en la mesa en ese metro y medio de distancia: la de aquellos que no pudieron estar por las restricciones, los que se quedaron en casa por seguridad, los que definitivamente no estarán. En ese choque de trenes que es el intento de seguir viviendo a pesar de la tormenta psicológica y emocional que está suponiendo el virus, Cantabria puso la mesa. Cinco familias comparten con El Diario Montañés la valentía que supone juntarse y la de no hacerlo, cualquiera de las elecciones ha sido un problema ético y sentimental para las familias en esta nueva Navidad que nadie entiende, pero que a todos sigue empujando a decir Felices Fiestas, aunque sea por mensaje, por Whatsapp, por Zoom en multipantalla o por las líneas de este periódico.

Sonia Moreno | Única comensal

«Tuve tantas videollamadas que cené de madrugada»

La valenciana Sonia Moreno, durante la Nochebuena en su casa de Santander. S.M.

Todos los años, Sonia Moreno vuelve a Valencia con la familia, pero su hermana es trabajadora de Sanidad y era un riesgo. Unas amigas le invitaron a cenar en Nochebuena, pero al final decidió quedarse en casa. Sola. «¿Qué hice? Comer rico», responde resuelta, «productos que me mandó mi familia de Extremadura, luego sofá, manta y peli, y una botellita de vino, porque aunque estés sola intentas pasarlo de la mejor manera posible». Cuando dice 'sola', la palabra queda rara, como si la pronunciara entre comillas: «El teléfono no paraba de sonar, y entre videollamadas de familiares y amigos, empecé a cenar a las 23.30 de la noche». Lleva quince años viviendo en Santander, y su familia está repartida entre Extremadura, Barcelona y Valencia, donde viven sus dos hermanos. «Si no hubiera habido covid, mi plan en Navidad era estar con mi familia, el año pasado fui a Valencia, el anterior en Extremadura... intento repartirlo». Pero este año, han decidido estar aislados. ¿Le costó tomar la decisión? «Lo tenía casi descartado por el tema covid, pero cuando cerraron el perímetro en Valencia era la señal de quédate en casa. Sobre todo porque mi hermana trabaja en sanidad y no era muy recomendable estar con ella, que está con pacientes». Así ha actuado toda la familia, y entre hermanos, primos y tíos se han autoconfinado: «Somos una familia unida y hemos brindado por pantalla», dice sin dejar de felicitar las fiestas que por primera vez ha pasado sola. «Ha sido divertido de otra manera, es la actitud frente a estos días», dice. Y añade: «El regalo en Navidad es que te quieran bien». Sin importar desde dónde.

Familia Domínguez Lledías | Cuatro comensales

«Nunca había venido Papá Noel a casa hasta este año»

Susana y Daniel, con sus hijos Marta y Marcos, en su casa donde celebraron juntos la Navidad. S.D.

Se me ha hecho raro, estábamos acostumbrados a otra cosa en Nochebuena», dice Susana Lledías. Ha pasado por primera vez la noche del 24 de diciembre en su casa de Santander con su marido Daniel y sus dos hijos, Marcos ( 9 años) y Marta (4 años). «La situación está como está y no hay necesidad de juntarse si podemos vernos prácticamente todos los días, manteniendo las distancias y las medidas de seguridad», dice en alusión a sus padres y a sus suegros, porque aunque no iban a ser muchos, al final prefirieron no juntarse. Otros años eran entre 15 y 17 personas en casa de los padres de Susana, y esta vez decidieron estar solos los cuatro. ¿Cómo lo han llevado los niños? «Muy bien, están siendo muy responsables, y no sólo con las fiestas; cumplen las medidas y lo han entendido porque saben que es algo excepcional, el próximo año esperemos que vuelva a ser como antes». El nuevo contexto ha traído también otros cambios que han hecho de la Nochebuena una celebración especial: «En en mi trabajo había una fiesta con Papá Noel y ahí les daba un detalle a los niños, pero como este año no se ha podido hacer la fiesta, Papá Noel nos lo trajo directamente a casa». Y para recibirle como es debido, prepararon todo, desde un vaso de Cola Cao hasta una trampa con harina al lado de la chimenea para que dejara una huella marcada en suelo. «¿Y sabes, qué? ¡Hemos visto la huella esta mañana!», dice Susana, traduciendo al instante la emoción de los niños al descubrir la pisada: «A pesar de todo lo que nos estamos perdiendo, hay otras cosas», dice, más tiempo juntos, y disfrutar de los juegos de mesa que les trajo Papá Noel.

Familia Coto Ivannikov | Seis comensales

«Teníamos miedo, pero ha sido la mejor cena en años»

Natacha, Enol, Ian, Mari Carmen, Queli y Fidel, en casa de la abuela en Gijón. N. I.

Elegir qué hacer esta Nochebuena fue de lo más difícil con lo que nos hemos enfrentado: la salud era lo primero, la salud de mi suegra, pero ¿y si es su última Navidad?». La familia Coto Ivannikov pensaba quedarse en Santander después de sopesar «durante un mes» la mejor opción, pero tres días antes decidieron ir a Gijón a ver a Mari Carmen, la abuela de Ian y Enol, de 72 años: «Aún me emociono cuando pienso en el grito de emoción cuando nos abrió la puerta», recuerda Natacha Ivannikov. No se veían desde hacía un año por el confinamiento, y su suegra, sin movilidad desde hace dos años, empezó a estar «más baja y muy floja» cuando las noticias sobre restricciones navideñas amenazaron el reencuentro. Por eso decidieron ir: «Otros años nos juntamos trece personas en su casa, pero esta vez fuimos solo nosotros cuatro a su casa, donde vive con su hijo Fidel». Y así llegó la Nochebuena más especial que recuerda: «Pensábamos que iba a ser una cena triste por el virus y la mascarilla; teníamos miedo, pero nos echábamos tanto de menos que no sentimos ningún mal ni tristeza, nos sentíamos tan felices de estar juntos y tan a gusto que no noté que fuese una cena triste. Hace años que no cenaba así. Ha sido genial, y mi suegra estaba emocionada, feliz», dice. «Ver a sus nietos ha sido el chute de adrenalina que una persona de esa edad necesita para seguir adelante en esta situación tan difícil», y sonríe con ironía cuando afirma que, en realidad, no ha cambiado tanto la cena con respecto a otros años: «Puso tanta comida como si fuéramos a ser los trece de siempre en vez de los seis que fuimos».

Familia Carballo | Siete comensales

«Nos hemos reído todo lo que hemos podido y más»

Isabel, Chiqui, su marido Raúl, y Luisma, antes de cenar con tres invitados más. C.C.

Chiqui Carballo trabajó en su floristería Entreflores, de Renedo, hasta las seis de la tarde en Nochebuena. Su último envío fue una caja de pascua adornada con plantas. Ese ha sido el primer cambio que el covid ha impuesto en la rutina navideña de la familia Carballo, porque nunca se había dedicado a los encargos, sino a los grandes eventos de hoteles o el Casino. «Pero ya no hay eventos, así que he descubierto la emoción de entregar flores en la puerta, el Día de la madre fue increíble, y en Navidad también lo ha sido», dice Chiqui. Entre los cambios estuvo reducir comensales en la cena, pero al menos estuvieron «el niño y la niña». ¿Niños? «Bueno, cosas de madres», y suelta una sana carcajada para decir que su hija Isabel tiene 28 años, y ha venido desde Madrid a pasar la Navidad en casa, y su hijo Luisma, 31, que a última hora pudo coger un vuelo desde Alemania. «Ahora mismo no puedo ser más feliz con lo que tengo en mi casa, para mí que cada uno de mis ojos vea a un hijo mío es algo que no se produce casi nunca». Y condensa esa felicidad en una frase: «Nos hemos reído todo lo que he hemos podido y más», se han juntado con su hermana y su novio y su suegro. Sin embargo, el covid ha reducido el círculo de la familia. «Soy extremeña, tengo diez hermanos, 19 sobrinos, mi madre 52 bisnietos, y no voy a verlos». Y añade: «Desde hace 18 años nos juntamos con los vecinos del chalé, antes y después de cenar, pero este año no hemos podido hacerlo». Con ellos hacen el amigo invisible, y tampoco podrán: «Estoy deseando que lleguen las uvas y mandar este año al carajo», dice. Pero la risotada esta vez tiene una pequeña espina en el tallo.

Familia Galbán López | Siete comensales

«Prohibimos hablar del covid y lo hemos cumplido»

César, David, Alina, Carolina, Iratxe, Rosa y Alfonso, en su casa donde se reunió la familia. A. G.

En la familia Galbán López, la Nochebuena «ha cambiado bastante». Se juntaban el doble en las fiestas, pero esta vez « sólo mi madre y los tres hermanos», dice Alfonso Galbán. Siete adultos y tres niños (Emilio, Bruno y Lucía), que cenaron antes y estuvieron en otra estancia. Desde el principio, las medidas de prevención impusieron una celebración distinta a la de otros años. Y no sólo por el número de invitados: «Normalmente quedábamos en casa para cocinar entre todos juntos, compartíamos la preparación. Pero este año, para no estar tanto tiempo juntos, la quedada ha sido 'de la calle a la mesa'». Su hermana trajo un plato de casa «y el resto lo hemos cocinado entre mi mujer Carolina y yo». Nada más llegar, cada uno tenía su vaso, y después, ventanas abiertas con la calefacción puesta, distancia, un plato y un vaso para cada comensal sin compartir nada en el centro de la mesa. Y tampoco ha habido brindis. «Eso sí», añade Alfonso, «prohibimos hablar del covid mientras cenábamos y lo hemos cumplido». Bastante nos está quitando la pandemia como para quitarnos también la conversación, y alude al hartazgo generalizado desde marzo. «En Nochebuena no había normalidad, pero intentamos mantenerla», y apunta que llegaron a las 20.30 horas, empezaron a cenar a las 21.30 mientras los niños jugaban en otra habitación, pero a las 23,15 horas ya se estaban yendo: «Son unas Navidades profundamente extrañas».

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