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Fin de semana, temperatura agradable y escasos días para que llegue la Navidad. Una combinación idónea para que las calles más céntricas de Santander se llenen de gente comprando regalos y compartiendo unas cañas en alguna terraza. Las tiendas de Juan de Herrera y ... Lealtad, las calles comerciales por excelencia de la capital cántabra, estaban este sábado por la mañana de enhorabuena. En la entrada de más de una tienda había empleados controlando el acceso porque estaban constantemente rondando el límite de aforo máximo permitido. En las mesas de los bares, muchos hacían un alto en el camino para reponer fuerzas con un café. Al mediodía, cambiaron el cortado por unas cañas y algunas raciones y, a la hora de comer, una breve lluvia vació momentáneamente las calles.
El fin de semana previo a la Navidad siempre es el momento culmen de compras y reuniones con amigos. Y este 2020, a pesar de la pandemia, no es diferente. Aunque las calles y los centros comerciales estaban ligeramente más vacíos que en años precovid, se apreciaba el ambiente festivo. Además, los límites máximos de aforo en los establecimientos potenciaron esa sensación de que había más gente de la habitual porque, en lugar de estar todos en el interior de los locales, formaron colas en las entradas por los protocolos.
El Mercado de La Esperanza fue uno de esos lugares que por la mañana estaba hasta los topes. Y la cercanía de la cena de Nochebuena es la culpable. «Quiero comprar ya algunos embutidos y encargar pescado para recogerlo el día anterior y que esté lo más fresco posible», apunta María del Mar, quien guardaba las distancias en la fila a la espera de poder acceder al interior. «Otros años nos apelotonamos todos dentro, pero este hay que tener cuidado, sobre todo porque faltan pocos días para reunirnos con más familiares y no queremos empezar un brote». La cola para entrar en el mercado se unía con la del puesto de encurtidos ubicado en el exterior y llegaba hasta la carretera que recorre la calle de Isabel II.
Juan de Herrera fue una de las vías más transitadas. Al tratarse de una amplia avenida peatonal había espacio suficiente para caminar por ella sin acercarse más de la cuenta a los demás. En una de las perfumerías más amplias una empleada vigilaba la puerta haciendo cuentas entre los que entraban y los que salían. Con una llamativa cinta roja cerraba el paso cada vez que alcanzaba el número máximo de clientes permitidos. A la vez, sostenía un envase de gel hidroalcohólico para desinfectar todas las manos que atravesaban sus puertas. «Me parece que está bien organizado. Es cierto que se hace algo pesado tener que esperar para entrar, pero merece la pena si así estamos más seguras», afirman María y Laura, un par de amigas que habían quedado para comprar los regalos de Papá Noel.
Tras meses de incertidumbre por la bajada de las ventas y el cierre perimetral, estas jornadas previas a las fiestas son decisivas para los comerciantes, quienes ven la campaña de Navidad como salvavidas de un año complicado. En la capital cántabra muchos han podido formar parte de la iniciativa municipal 'Santander Vale +', que financia hasta el 40% de las compras. De los 75.000 bonos disponibles, se han utilizado ya cerca de 73.000 y se han generado más de 2,3 millones de euros en ventas, que benefician tanto al comercio local como a la hostelería.
Los centros comerciales también estuvieron «animados» aunque, como expone la directora de Valle Real, Marién Garmendia, los clientes optan, desde que se abrieron los municipios, por acudir de manera más «escalonada» a lo largo del día y por «pasar menos tiempo dentro de las instalaciones». «Se nota un cambio de tendencia. Antes, la gente estaba más horas en los centros comerciales como actividad de ocio y ahora la mayoría va directamente a por aquello que venía a buscar. También se han reducido mucho los grupos, ya no viene toda la familia a pasar la tarde».
En cuanto a los aforos, el del propio Valle Real «es imposible de alcanzar», pero algunas tiendas sí formaron colas en las entradas. En concreto, Primark «tiene una fila continua». «Pero la gente cumple con las distancias y usan el gel al acceder», afirma Garmendia. También es común en los establecimientos más pequeños porque los aforos son muy limitados y se crean colas en momentos concretos.
Entre tanto, los bares y restaurantes con terraza tuvieron bastante éxito, especialmente a la hora del vermú. Calles como Peña Herbosa, Cañadío o El Arrabal llenaron sus mesas, aunque las gotas de agua que cayeron en torno a las dos de la tarde las vaciaron momentáneamente. El Ayuntamiento dio permiso desde este fin de semana –y para los cuatro siguientes– para cerrar Daoíz y Velarde y la calle del Sol y ceder el espacio a los hosteleros, sumándose a Río de la Pila y el Pasaje Zorrilla. Sin embargo, en estos primeros días ha habido algún que otro inconveniente. En la tarde-noche del viernes la Policía Local cerró Sol y volvió a abrirla al tráfico antes de que terminase el horario marcado –de una del mediodía a nueve de la noche–. Según fuentes municipales, la retirada de las vallas que cortaban la calle se realizó porque «los hosteleros de la calle no tenían el mobiliario disponible este fin de semana».
Pero los contratiempos también se produjeron en Daoíz y Velarde. El viernes la calle «no se cerró a tiempo y no colocamos las terrazas hasta pasadas las tres», lamenta una hostelera de esta vía. Este sábado al mediodía, la Policía Local cerró la calle pasadas las 13.20 horas y la grúa municipal comenzó a retirar los vehículos aparcados en ese momento. «Otra vez tarde y parece que empieza a llover. Pues nada, un día más de terraza que perdemos...».
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