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Existen muchas estelas en Cantabria: las tres de Barros, las dos de Lombera, la de Zurita. También incompletas, como la de Toranzo y la de Luriezo. Dos de ellas constituyen especialmente un símbolo de la identidad cántabra. La de Barros incluso aparece en el escudo autonómico e inspiró el Lábaro. Pero a todas ellas les ha salido una competencia muy etérea. Desde que la pandemia de covid puso de moda las conspiraciones no se han dejado de ver por el cielo montañés multitud de estelas, pero de otro tipo: 'chemtrails'. Para los dormidos, lo de 'chemtrail' es un acrónimo inglés que significa literalmente estela ('trail') química ('chemical').
Que no se ría nadie, porque nos están fumigando. Los chemtrails, el último éxito del conspiracionismo, al que tal vez ya recuerden de otras teorías como el terraplanismo y el movimiento antivacunas, llegaron a toda Cantabria, pero sobre todo al cielo de Santander hace mucho tiempo, pero no fue aproximadamente hasta la pandemia de 2020 cuando los despiertos alertaron de que aquello no era el rastro de los aviones en ruta o que aterrizan en Parayas, sino otra cosa.
La moda llegó con la pandemia, cuando comenzaron a multiplicarse las cuentas y comunidades de despiertos en la línea de lo que ocurre en todo el planeta, en especial en Estados Unidos, donde parece que nació la patraña: fotografías de estelas en el cielo que en un salto al vacío catalogan como productos químicos o biológicos con los que se fumiga a la ciudadanía.
Ocurre en todo el territorio. Sobre Puertochico, sobre El Sardinero, sobre el Daniel's, en Bezana. Casi en todas partes, en realidad, de acuerdo con las múltiples y descollantes denuncias que se publican periódicamente en las redes sociales. Incluso una fotografía del presidente autonómico, Miguel Ángel Revilla, mostrando el amanecer desde su despacho de Peña Herbosa, sirvió para que su muro se llenara de comentarios conspiranóicos sobre los presuntos chemtrails.
La delirante teoría sostiene que periódicamente los gobiernos, el Nuevo Orden Mundial o los Lannister, quién sabe, ordenan sobrevolar el cielo para a) Fumigar a la población –a saber con qué motivo–. b) Intoxicarla. c) Modificar el clima o provocar sequías, niebla o lluvia. d) Controlar la natalidad (como si fuera necesario en España). e) Terminar con la humanidad, incluido ese oscuro poder que los ordena, que debe de tener algo de suicida, como el cuerpo de pilotaje que sigue sus instrucciones. Los materiales o químicos, de todo tipo: desde pesticidas a virus; desde dióxido de plomo a adenocromo o grafeno. Sí, eso que llevan las vacunas contra el covid.
Casi todas las leyendas urbanas esconden un poco de verdad o una moraleja. Pero esta no. Es, sencillamente, un delirio. El bulo ya había hecho fortuna antes de la pandemia de covid (la plandemia, en conspiranóico) sin que ni las explicaciones de especialistas ni el consenso académico hayan servido para anularlo. Al contrario, toda la comunidad científica mundial estaría en el ajo.
Para tratar de reforzar la conjetura se ha recurrido a todo tipo de noticias falsas, aludiendo siempre a informes y expertos inexistentes. También a imágenes, efectivamente, reales: las de las estelas que dejan los aviones en su vuelo. Nunca se aporta la identidad de alguno de los presuntos testimonios de pilotos arrepentidos;. Ningún informe de ninguna universidad a los que se suele hacer referencia, se han podido localizar. Jamás una referencia bibliográfica o fuente contrastable. No existen.
En realidad estas estelas son o bien el vapor de agua convertido en hielo que dejan como rastro los aviones en determinadas condiciones meteorológicas –no siempre se producen o al menos no siempre son visibles– y, en otras ocasiones, sencillos cirros, un tipo de nube alta que existe antes que los Mormones, el Nuevo Orden Mundial e incluso los Canteros, formada por partículas de hielo y cuya forma, similar a la de plumas, también se puede asemejar a una estela.
Ni las explicaciones académicas, ni las ofrecidas en los medios de comunicación, también en los especializados en desmontar bulos y noticias falsas, ni la invocación de la Navaja de Ockham han servido para nada. Ockham también estaba en el ajo. El bulo del los chemtrails sigue calando en quien se empeña en creerlo (en Ciencias Sociales lo explica la teoría de la consonancia-disnonancia) y Cantabria no es una excepción, con infinidad de 'pruebas' gráficas.
De todos modos, y como nunca está de más la prudencia, no salgan nunca de casa sin su gorro de papel de aluminio. No sea que, entre fumigado y fumigado, le afecte la radiación de alguno de los microchips que llevan las vacunas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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