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Segunda del Sardinero. Franja de terreno en la zona entre la arena seca y la mojada (hasta donde suele subir la marea) convertida en un pedregal por la falta de arena.

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Segunda del Sardinero. Franja de terreno en la zona entre la arena seca y la mojada (hasta donde suele subir la marea) convertida en un pedregal por la falta de arena. Roberto Ruiz

Chequeo a las playas: joyas devaluadas

El Diario Montañés recorre los principales arenales, llenos un verano más | Mantenimiento, falta de arena y de acuerdo entre administraciones, las claves

Álvaro Machín

Santander

Domingo, 14 de agosto 2022, 07:40

Lo de que un paseo por El Sardinero «no hay igual en el mundo entero» es una verdad, además de una canción. La línea casi continua de playa desde Los Peligros a La Segunda convierte a Santander en una ciudad privilegiada. Recogidas, casi céntricas, en plena bahía, con la vista de El Puntal de frente y los palacetes de Reina Victoria a la espalda. Familiares y amplias con la peculiaridad del baño de ola del Cantábrico y el encanto del Sardinero. Y eso, sin hablar del tesoro salvaje de Mataleñas y sus aguas cristalinas o del laberinto de recovecos de La Virgen del Mar. Y aún quedan (La Maruca, El Bocal, Molinucos...). Tan verdad como todo eso es que en esas playas –llenas nuevamente este verano hasta la bandera– hay aspectos mejorables. Por vandalismo, mantenimiento y, sobre todo, por la burocracia y por un incomprensible para el ciudadano tira y afloja entre administraciones para ver quién tiene que ocuparse de cada cosa. Porque en la estampa del baño veraniego de unas vacaciones en la capital hay imágenes que son inexplicables. El Diario hace un chequeo.

Segunda del Sardinero

El Rema y el cambio

El agrietado Piquío (ya está prevista su reparación, pero ha llegado así al verano) divide la Primera y la Segunda. El primer paseo (martes, a las 10.00 horas) va desde ahí hasta el Chiqui (y vuelta). Lo primero es un acceso pegado a Piquío con una conducción al aire sobre la arena. Está junto a un baño que una pareja de turistas mira con curiosidad, pero que acaba descartando porque no tiene pinta de apetecible (en otras zonas los han instalado nuevos y en mejores condiciones). Hay que decir que la playa está limpia y que luce. Pero hay detalles. Barandillas con óxido y desconchones en los pilares, carteles de información borrados o con pintadas (en uno sobre mareas han escrito «depende del alcohol en sangre») o el quiosco cerrado que siempre hubo entre el Cormorán (con sus distintos nombres) y el Parque. Más. Porque lo del Rema no es un detalle. Una oda al abandono y a discursos con propuestas que, por ahora, se quedan en eso. Pintarrajeado, de aspecto ruinoso (hasta el tirador de la puerta está arrancado y colgando), con tablones cochambrosos para evitar el paso... Eso es lo que uno ve al salir del agua si mira de frente. El paseo sigue: bien la zona de voley, de juegos... También los accesos (en todos han puesto cubos para la basura). Hasta llegar al último (el próximo a García Lago). Clausurado con vallas (aunque se las salta todo el mundo) y con las barandillas que ya no conservan nada del color azul (el óxido se extiende por muro y bancos si se mira hacia el Chiqui). Lo de esta zona tiene que ver con el cambio de fisonomía de la playa por la falta de arena. Hay menos, eso es evidente. Más que en invierno (cuando hay temporales la parte de playa pegada al muro está llena de rocas), pero menos de lo que hubo siempre. De hecho, ese tramo final es ahora un brazo por el que sube la marea para comerse un esquinazo de playa. Se ve (con marea baja) que es zona conquistada por el mar. Y eso tiene otras consecuencias. Más adelante, en la zona fronteriza de la arena seca y la mojada (la que marca hasta dónde llega la marea) en un buen tramo hay un enorme pedregal. En bajamar los niños juegan a hacer piscinas con las piedras. Pero cuando el agua cubre eso, allí está la orilla y más de uno ha visto las estrellas al darse con los pies (no son 'piedrecitas' ni las típicas conchitas que sí hay llegando a Piquío).

Lo mejor: Larga para el paseo, familiar, amplia, zonas de juego, voley... El baño de ola tradicional. De las más típicas. Lo peor: La estampa de abandono del Rema, el último acceso (cerrado y en estado pésimo) y, con la pérdida de arena, el cambio (a peor) sufrido.

Primera del Sardinero

Las bajos del Rihn

Pasado Piquío en dirección opuesta, llama la atención el escalón que se forma en la zona fronteriza la marea (arena seca y mojada). Como si la playa estuviese a dos alturas. Pero lo que más salta a la vista son las pintadas y, en general, el aspecto de los bajos del Rihn. Ya sin pintura en la zona de las escaleras, y con matojos de vegetación saliendo a los pies de la popular barandilla superior. Hay un conducto de agua en lo alto de esa terraza que en el momento del chequeo estaba derramando sobre la propia playa. Bien la zona de juegos o los accesos, la playa a esa hora muestra aspecto limpio y se va llenando de turistas.

Lo mejor: La más emblemática (por situación) del Sardinero. Buen paseo (con la Segunda y La Concha, son parecidas). Lo peor: La imagen de los bajos del Rihn no es la mejor.

La Concha

Barandillas faltas de pintura

Con la marea baja, ese bloque que muchos llaman el azucarillo entre rocas es muy visible, posiblemente más que otros años. Siendo una zona muy machacada por los temporales, los accesos (que en invierno están muy tocados) están a punto. Eso sí, las barandillas azules del espacio que separa La Concha y La Primera están en mal estado. Con óxido. Por arriba, justo en ese tramo de paseo, los carteles informativos están en mal estado. Por cierto, de las pantallas informativas sobre el aforo de las playas, en todo el recorrido por este itinerario (de 10.00 a 11.27 horas), sólo hay datos en una.

Lo mejor: Continuación de las otras dos (algo menos abarrotada). Lo peor: Las típicas barandillas azules (como en otros puntos) están deterioradas. Con óxido.

Otro pedregal en la orilla por falta de arena. Roberto Ruiz

El Camello

En el aparcamiento

Sus pozas en torno a la peña del Neptuno Niño son un reclamo para los críos con marea baja. La playa tiene una pinta excepcional, con el agua de color turquesa. A uno, mirando las rocas, le da por pensar si el hocico de la figura que se adivina en la que da nombre a esta playa algún día dejará de serlo (con el recuerdo de La Horadada). El 'pero' a esta playa está en la papelera llena en el aparcamiento, con restos de botellón. Hay una barrandero apresurándose (el hombre está a tope), pero aún no ha llegado aquí para vaciarla (11.10 horas). Y más tarde o más temprano habrá que cambiar algún azulejo del mural que recoge un pasaje de 'Gloria', de Pérez Galdós. La palabra 'vino' está muy tocada.

Lo mejor: La distingue la peña de Neptuno Niño (con sus pozas) y la roca que le da nombre. Cerca del recinto de La Magdalena. Lo peor: El aparcamiento es punto habitual de botellones y eso a veces se nota en la limpieza.

Mataleñas

Zona acotada

Cambio de zona. Coche y, por suerte, un hueco para aparcar (a esta hora es ya casi un milagro). Antes de llegar a las escaleras para bajar a la playa, en la barandilla es fácil ver los candados que se han puesto (en realidad ya se han pasado) de moda. Hay un cartel con la información de la playa borrado. La vista es espectacular, aunque junto a la barandilla crecen amenazantes los plumeros y las zarzas (justo al lado de un letrero que informa de la flora de los acantilados costeros). Toca bajar. Si no falla el cálculo, 156 escalones. En el descenso, alguna pintada en los muros y, sobre todo, un tramo de pasamanos roto. Al llegar abajo, la fuente que hay en la plataforma previa a la playa no funciona (sí las duchas y los grifos para los pies, que funcionan en todas las playas visitadas en este chequeo). Mataleñas es una playa salvaje entre acantilados. Es su 'puntazo'. Pero tiene consecuencias. Hay una parte junto a las escaleras (a mano izquierda si se mira al mar) protegida. Con mallas y empalizadas en buen estado. Ahí no hay riesgo de desprendimiento. Pero esas protecciones están deterioradas más adelante o, directamente, no existen. Así que hay piedras acumuladas en esos puntos (sin contar los grandes bloques desprendidos ya en zona cubierta por el mar). Precisamente, al otro lado desde las escaleras (a mano derecha) hay un rectángulo de terreno acordonado. Los bañistas no pueden ponerse ahí. Unas estacas y cinta en un espacio en el que se ven algunas piedras caídas. Un baño –el agua está cristalina– antes de afrontar los 156 peldanos de subida.

Lo mejor: Salvaje y espectacular. De aguas cristalinas. La foto playera más llamativa. Lo peor: Zona acotada por derrumbes, plumeros brotando y barandilla rota en las escaleras.

La Virgen del Mar

La rampa inservible

Otra vez coche y otra vez fortuna para aparcar (entre semana parece que aquí es más fácil). En torno a las 13.00 horas del martes (última parada del día en el chequeo). Los accesos a la playa están bien, en general, pero en el que queda más a la derecha hay algún tipo de salida de agua que lo encharca y lo ensucia (parece estancada). No sólo eso, construido como rampa para las personas con discapacidad, pierde todo su sentido porque, al final, se queda colgando y hay un salto hasta la arena. Una caseta con una pintada o un cartel que ya no informa de nada junto a otra de las entradas al arenal o a las rocas completan el listado de cosas a mejorar.

Lo mejor: La ubicación, las piscinas naturales entre rocas y ese carácter más rural. Lo peor: Rampa de acceso para personas con discapacidad encharcada y con un escalón insalvable hasta la arena.

Los Peligros

Zona de guerra

El embarcadero que asomó en su día alcanza ya casi dos metros de altura.

El paseo –y el chequeo– prosigue el miércoles (10.15 horas). Otro golpe de suerte y una plaza libre en lo alto de la cuesta de González de Riancho (ya no es fácil aparcar a esta hora). Desde ahí, el punto más rápido para llegar a la playa supone tomar unas escaleras. Mala elección. Van directas al lugar más vergonzoso del recorrido. La estampa fea en un lugar hermoso. Porque si, al bajar, se toma el camino de la derecha, unas vallas impiden seguir. Cerrado. Desde la arena ya se verá luego que es la rampa que se vino abajo por los temporales y que así sigue, un mes tras otro. Escombros como atracción turística que sólo se diferencian del invierno en que han puesto unas estacas y unas cintas para acordonarlo. Pero es que si toma el camino a su izquierda llegará a la playa por la trasera del edificio de La Horadada. Hay turistas que van a Mostar (Bosnia) para fotografiar los edificios que quedaron en pie tras la guerra. Pues este no desentonaría allí. Pero está en medio de una de las playas más llamativas de Santander y aquí, por suerte, no ha habido conflicto bélico. Está, de hecho, peor que en primavera. Más pintado (hay frases como 'mami, tú estás dura sin ir al gym'), con las empalizadas caídas, lleno de cristales... En Los Peligros es evidente la falta de arena. Hace ya tiempo asomó la huella de un antiguo embarcadero. Hoy, la altura de esos restos está cerca de los dos metros (no es una exageración). De hecho, dos habituales confirman que se colocaban en el promontorio que hay justo en frente (donde apareció una puerta oxidada). Sobre la arena, que ahora queda tres metros más abajo. Esa falta de arena obligó a retirar por completo la plataforma peatonal y se nota, también, en lo descarnada que ha dejado la orilla (un pedregal). Sí que se arregló el talud hasta Reina Victoria (hubo un desprendimiento) y, en el extremo hacia San Martín, aún hay vallas donde se acumuló el material de la obra del espigón.

Lo mejor: Céntrica, recogida de viento y olas. Adaptada a personas con discapacidad. Lo peor: La imagen de La Horadada y el derrumbe de la rampa es lamentable. La falta de arena ha cambiado su fisonomía a peor.

La Magdalena

El espigón

En dirección opuesta, el camino hasta La Magdalena está salpicado por las pintadas que hay en los muros antes de llegar al Balneario. Allí, precisamente, está el espigón, en el que crece tanto la vegetación como los garabatos en los carteles que prohíben el paso. Aquí cabe decir que están los que pidieron que lo quitaran y los que piden que se quede. Pero, aunque anunciado su adiós, el caso es que –para gusto o disgusto– ahí sigue, con la obra hecha a medias, otro verano más.

Lo mejor: Continuidad con Peligros. Lo peor: El espigón. Malo para unos por no acabar la obra, para otros por no quitarlo y para todos por años entre lo uno y lo otro.

Bikinis

Un esqueleto de cartel

Bikinis, de bikinis o de biquini (siempre se ha discutido por el nombre). Mucha roca (tal vez más, aunque siempre la hubo). Tranquila y agradable, en el acceso junto a Caballerizas hay un esqueleto de cartel. No pone nada.

Lo mejor. Al fondo, más tranquila. Con su embarcadero y las pozas entre rocas. Lo peor. Restos de carteles que ya no tienen información.

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