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En Santander hay días que el sol no asoma, pero que hace un calor disimulado. Bochorno. Que parece que no, pero sí. Que acabas, sin ... esperarlo, con sensación pegajosa si pateas la ciudad. Ayer, El Diario Montañés hizo precisamente eso, patear (recorrer un largo trecho a pie, según la RAE ) la capital. Fue al hilo del debate del ahorro energético y de las medidas anunciadas. Básicamente, la de que el aire acondicionado de edificios y establecimientos no podrá bajar de 27 a partir del martes. Eso le tocará controlarlo al Ejecutivo regional. Pero, ¿qué temperatura hay en algunas de las paradas más habituales de los vecinos? Eso fue lo que midió este periódico. De forma sencilla, en catorce edificios. De los 26,9 grados en la antesala de los andenes de la estación de Renfe al fresquito de los 24,8 del aeropuerto (en el área de salidas, junto a la cafetería). Y todo, el día que el Gobierno de Cantabria confirmó que desde la semana próxima apagará los principales monumentos y empezará a regular la temperatura en sus instalaciones. También acatará el Ayuntamiento de Santander, pero sólo «si técnicamente es posible». Lo aseguró ayer Gema Igual, pero dando un palo al Gobierno de Sánchez. Porque sean los consistorios los que tengan que «arreglar» sus «desaguisados» y porque se cargue contra los comerciantes –que, por cierto, volvieron a manifestar su malestar con las medidas–.
Los datos de la medición del chequeo están en la tabla que acompaña esta página. Conviene explicar el procedimiento. Una sencilla estación meteorológica con termómetro digital comprada por la mañana en Leroy Merlin (ojo, porque en hasta cuatro establecimientos habituales para una compra de este tipo no tenían). Un aparato al alcance de cualquiera que sirve, sobre todo, para hacerse una idea (pero que no distará mucho del termómetro que la norma obligará a poner en los edificios y locales para facilitar el control). Llegar a cada sitio, 'resetear', buscar una ubicación adecuada en cada edificio (ni debajo del aire acondicionado o junto a la puerta, pero tampoco en el rincón que más pega el sol o junto a maquinaria) y dejar al aparato entre cinco y diez minutos para captar la temperatura y la humedad.
La estación –de la marca Pur Line– cuenta con termómetro e higrómetro digital. Pero también registro máximo y mínimo de ambos parámetros y tendencia. Esto último es importante, porque una estancia más prolongada seguramente determinaría una subida o bajada del resultado de la medición, según el caso.
Gráfico: Ana Isabel Cordobés.
La principal conclusión es que cada espacio es un mundo en cuanto a las temperaturas. Por ejemplo, en la planta baja de la Delegación de Hacienda, a través de ventanas cruzadas para generar corrientes, conseguían ayer –sin poner el aire– una temperatura de 25,2 grados (y allí mismo decían que el calor en ese punto no tenía nada que ver con el de la planta superior). Y no tiene nada que ver un lugar como la estación de tren, que al final tiene bastante conexión con el exterior por la zona de andenes (26,9 grados), con un espacio como el de la zona de atención a los vecinos (Registro, Tesosería...) en el Ayuntamiento (25,8), más cerrada y con una zona acristalada superior con pinta de acumular calor. La visita al primero fue a las 12.15 horas y, al segundo, a las 12.28 (y el termómetro por la calle en ese momento, en el paseo por el centro entre un sitio y otro, oscilaba en torno a los 25 grados). Tampoco tiene que ver la necesidad de manejar el aire acondicionado en un centro comercial –en la plaza de Valle Real se registraban 24,9 grados y en la de El Corte Inglés, 26,7– con la que puede existir en un lugar como la Estación de Autobuses.
Incluso, en el mismo edificio hay diferencias notables. En el vestíbulo de la sede del Gobierno, en Peña Herbosa, el frescor era mucho más 'rico' que en la Oficina de Atención a la Ciudadanía, que está allí mismo, separada por una puerta acristalada (dentro, 25,7 grados a las 13.10 horas). Incluso, los empleados explican que no tiene nada que ver trabajar en la parte del edificio que da a Peña Herbosa que en la que da a Bonifaz.
Otra de las conclusiones es que, en Santander, con la norma en la mano (máximo a 27 grados el aire) en más de un sitio no les va a merecer la pena encender el aparato. Pero, a la vez, por las características concretas de algunos locales, tampoco va a ser la panacea ponerlo con eso límite para evitar una jornada de mucho sudor en la calle. Ahí juega un papel importante la humedad. Y eso sí que varía, según el medidor. En los distintos escenarios de ayer se registraron diferencias de hasta un 30%.
Que el aire esté puesto o no, que haya o no ventanas que generen corriente, la hora del día a la que da de ello el sol, la cantidad de maquinaria en poco espacio... O de gente. En Zara, por ejemplo, en los 26,4 grados en la planta de caballeros influye que a las 13.54 había un buen número de clientes en el edificio. Y puestos a mirar curiosidades, la subida inmediata de casi dos grados que marcaba el aparato al salir al aparcamiento en El Corte Inglés o la diferencia, dentro del edificio de Valle Real entre la plaza, un local de hostelería o el pasillo central del supermercado de Carrefour.
A los comerciantes –pequeños y grandes– les tocará estudiarse bien el manual del aire acondicionado y echarle imaginación los días que haga mucho calor. El perjuicio para ellos fue el argumento que esgrimió ayer Gema Igual para criticar las medidas. Dijo que el Ayuntamiento buscará ayudas para el sector, al que «otra vez» le «da el palo» el Ejecutivo central. La alcaldesa de la capital –que no se había pronunciado hasta ayer sobre si harían o no cumplir las normas– lamentó que los clientes «en verano tengan que pasar calor» dentro de las tiendas o «frío» en invierno. Y también cargó contra el apagado de las luces de los escaparates a las diez de la noche, más en una ciudad turística como Santander. Ve «inoportuno» adoptar «en este momento en España» este tipo de restricciones» y no otras. Por ejemplo, que el apagón comercial fuera a las doce de la noche o que no se haya pensado en dar «otro tratamiento» a las calles comerciales.
Incluso, que no se haya «hablado» con el sector, para el que «llueve sobre mojado» después de que con la pandemia del coronavirus se les «haya azotado tanto». «Ellos así lo sienten y yo les doy la razón porque es así».
Justo ayer se pronunciaron desde la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo de la capital, que reclaman un «plan B» con medidas «sensatas» y «efectivas para lograr realmente la eficiencia». Porque lo hecho –dicen– «pone la soga al cuello a los comerciantes una vez más».
Sobre la aplicación de las medidas, Gema Igual recordó que el decreto se aprobó el martes y entrará en vigor el martes próximo. Toca, entonces, prepararse. Así, de cara al apagón nocturno de edificios municipales y monumentos, se está comprobando –explicó– si están conectados al alumbrado público, para poner si es necesario una toma independiente o un reloj. «Y habrá que ver si la gente se sienta segura. Pero hasta que no lo apaguemos no lo vamos a poder controlar. Cuando se hace una norma –siguió–, la responsabilidad es cumplirla. Pero también creo que si se certifica y se ve que esa norma puede tener alguna consecuencia, siempre se podrá hablar y explicar».
Y, ya puestos, dijo que el Ayuntamiento ya hizo los deberes con el cambio de las 23.000 luminarias de las calles. «Ahora toca ser solidarios con Europa, pero yo creo que Santander ha sido ya (solidario) con España y con Europa», concluyó.
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Ana del Castillo
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