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La noche es traicionera en el Páramo de Masa. Cuentan que es sencillo encontrarse con una joven autoestopista que resulta ser un fantasma. Eso lo sabe todo el mundo. Muchos conductores cántabros se la han encontrado camino a la Meseta.
Lo que no saben es que no es un fantasma, sino una bruja, porque no puede ser casualidad que precisamente el Páramo de Masa fuera el lugar de reunión de las hechiceras cántabras y navarras. En Burgos a saber si había, pero más al norte, sí.
«Sin Dios y sin Santa María, ¡por la chimenea arriba!». Con estas palabras, según José María de Pereda, se lanzaban las brujas montañesas al vuelo en sus escobas a través de las chimeneas. Vivían mezcladas entre el pueblo, en ciudades y villas; en casas suntuosas y humildes; eran jóvenes o viejas, pero algo tenían en común: rostro con facciones de cuervo y muy mala fama. Tanta como para que Pereda recogiera su historia precisamente en 'Las brujas', que así se titula el relato publicado por primera vez en 'La Revista de España' y que apareció en 1896 como folletín en 'Apuntes' con ilustraciones de Joaquín Sorolla.
«Todas se parecen a la miruella –como se conoce en el Cantábrico a la hembra del mirlo–, y como ésta, han vivido o viven solas, generalmente sin familia conocida ni procedencia claramente averiguada. La bruja de la Montaña no es la hechicera, ni la encantadora, ni la adivina: se cree también en estos tres fenómenos, pero no se los odia; al contrario, se los respeta y se les consulta, porque aunque son también familiares del demonio, con frecuencia son benéficas sus artes: dan la salud a un enfermo, descubren tesoros ocultos y dicen adónde han ido a parar una res extraviada o un bolsillo robado. La bruja no da más que disgustos, chupa la sangre a los jóvenes, muerde por la noche a sus aborrecidos, hace mal de ojo a los niños, da maldao a las embarazadas, atiza los incendios, provoca las tronadas, agosta las mieses y enciende la guerra civil en las familias», dice el de Polanco.
Aunque la Inquisición y el proceso contra la brujería de 1610, en el que seis mujeres fueron torturadas y quemadas en la hoguera y otras 18 tuvieron que confesar serlo y pedir la clemencia del tribunal para evitar la condena, unió para siempre el nombre del pueblo navarro de Zugarramurdi con la brujería, las hechiceras cántabras, como las navarras, no ser reunían allí, sino en la charca de Cernégula, un diminuto pueblo que aún existe, pero ya como un mínimo barrio del también pequeño pueblo de Merindad del Río Ubierna, al norte de Burgos.
Allí se organizaban los akelarres de las brujas cántabras y navarras sin que el Santo Oficio se enterara, por mucho que lo supiera toda Cantabria durante siglos. El propio Pereda lo contaba ya en el siglo XIX, recogiendo la tradición popular montañesa: «La –bruja– de la Montaña tiene su punto de reunión en Cernégula, pueblo de la provincia de Burgos. Allí se juntan todas las congregadas, alrededor de un espino, bajo la presidencia del diablo en figura de macho cabrío. El vehículo de que se sirve para el viaje es también una escoba; la fuerza misteriosa que la empuja se compone de dos elementos: una untura, negra como la pez, que guarda bajo las losas del llar de la cocina y se da sobre las carnes, y unas palabras que dice después de darse la untura».
No se puede descartar que sigan citándose allí, porque precisamente en esa zona se encuentra el Páramo de Masa, compartido por varios municipios, entre ellos la Merindad del Río Ubierna. Allí no hubo procesos contra la brujería porque lo de Zugarramurdi fue, con el precio de las seis mártires, el principio del fin de la caza de brujas en España. El inquisidor Salazar y Frías, que instruyó el proceso, se arrepintió y acabó asegurando que las brujas no existían. Tuvo el apoyo del obispo de Pamplona y, por lo que fuera, el Santo Oficio le creyó y fue la propia Inquisición española la que combatió la superstición. Solo en Cataluña se siguió practicando la quema de brujas, pero por tribunales civiles; no eclesiásticos. Se estima que en España, con una población de ocho millones de habitantes, se quemó a unas 500 'brujas', frente a las 25.000 de la actual Alemania que contaba con 18 millones de súbditos, según ha investigado Adela Muñoz en 'Brujas. La locura de Europa en la Edad Media'.
Cualquiera es libre de pensar que esa chica sea en realidad una de las brujas con aviesas intenciones en pleno akelarre, pero, para que quede claro, de lo que hablaba Pereda era otra cosa. Su breve y triste relato narra el recelo de un pueblo hacia una pobre anciana injustamente estigmatizada y los males que puede hacer la superstición.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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