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Las ciclogénesis no nos dejan ni a sol ni a sombra y nos hunden en la penumbra turística. Dicen los expertos que eran fenómenos más propios de otras latitudes –Inglaterra o Irlanda–, pero con el cambio climático han variado su deriva y ya son demasiado ... habituales por las nuestras. ‘Hugo’, la última en llegar, ha entrado en Cantabria volando tejas, tronzando árboles, encabritando al mar y dejando su huella de desolación en las reservas hoteleras –parece que sólo la capital aguanta el tipo–. Y por más que José Luis Arteche, el responsable de la Agencia Estatal de Meteorología Territorial, intentara edulcorar en una emisora local un pronóstico que sin duda conocía –Revilla debería estarle agradecido de que no desvelara el auténtico aspecto que presentaba la orina del enfermo, muy oscura por las borrascas–, no ha conseguido frenar la huida de un turismo que, pese a las sabias indicaciones de Esteban Ruiz, no sabe qué cosas hacer en Cantabria cuando llueve. Mal negocio el nuestro, con veraneantes que miran al cielo, acaso porque no tenemos mucho que ofrecerles bajo cubierta (¡cuánto envidio la oferta cultural de otras regiones que no tienen playas!).

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