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La economía de Cantabria recibió esta semana una noticia buena y otra mala, al conocerse el producto interior bruto del pasado trimestre de verano (unos ... 3.289 millones de euros a precios de mercado, 106 millones más que en el verano de 2016).
La buena noticia es que por fin la región ha recuperado el volumen económico que sirve de referencia: el de 2010=100. Quiere esto decir que el valor de lo producido está a la altura del que se producía en la primavera de hace siete años. Hemos tardado en volver ahí todo este tiempo, pero ya estamos. Recordemos que a su vez la cifra de aquel año era un fuerte batacazo respecto de las alturas productivas del invierno de 2008, donde el indicador había casi tocado el 106. Para regresar a ese récord nos queda, pues, bastante camino (en llegar a nuestro actual 100 desde el índice 94 hemos consumido tres años completos).
La mala noticia es que nuestra recuperación sigue siendo mucho más lenta que la del conjunto de España. En efecto, el país recuperó su nivel 100 a finales de 2015. Dicho de otro modo: Cantabria lleva un retraso de dos años en su recuperación. Esto por una parte es un lastre de futuro (¿y si se complica el año próximo?) y por otro una invitación a pisar el acelerador de las inversiones privadas y públicas.
¿Por qué este retraso comparativo? Cuando comenzó la actual legislatura autonómica, ya España nos llevaba una ventaja de cuatro puntos (estaba en 99 y nosotros en 95); los últimos datos dicen que estamos ahora seis puntos por detrás (100 por 106). Por tanto, no ha sido, al menos en su primera mitad, una legislatura adecuada para la velocidad necesaria en nuestra recuperación económica. Por eso fuimos en la EPA del verano la región líder en destrucción anual de empleo (lo mismo que en 2016 éramos la única comunidad donde crecía el paro, insólitamente).
La conclusión más sencilla de todo esto es que no se está acertando demasiado con el conjunto de políticas económicas que desarrollan las administraciones en nuestro territorio. Casi una prueba indirecta es que el aumento de nuestra economía se debe a sectores que tienen poco que ver con el nivel de demanda del propio mercado cántabro: una industria que tiene sus clientes en el resto de España o del mundo, y un turismo nacional e internacional que nos inunda en temporada. Digamos que son sectores que van bien porque otros sitios van bien y les compran su producción.
Si observamos las inversiones públicas, el impresionante catálogo de actuaciones promovido en solo un año por el ministro santanderino de Fomento no solo representa una de las esperanzas más claras de aceleración económica a partir de ahora, sino que también pone de relieve el bache de inversiones del estado entre el hachazo del Gobierno Zapatero en 2010 y la aprobación de un presupuesto más expansivo este año al consolidarse la recuperación y aflojar la presión de Bruselas. Por lo que se refiere al Gobierno autonómico, su relevancia inversora lleva mucho tiempo lejos de lo necesario, por lo que su incidencia directa en la economía es reducida: se ha optado por otros tipos de gasto que apenas generan dinamismo económico.
Finalmente, los ayuntamientos, aunque se muestran bastante activos, tampoco aportan lo que les corresponde. Se han repetido ejercicios donde quedaba remanente a final de año, es decir, se había ingresado de más. Situación absurda cuando hay miles de parados y se ha quitado del bolsillo de contribuyente un dinero que podría haber ido a consumo o inversión privada, es decir, a generar empleo. Más absurdo aún: se ha presionado para que ese sobrante se dedicase a amortizar deuda, es decir, dinero para la banca, pero que por las restricciones que vive el sector no ha regresado tan alegremente en forma de préstamos a las pymes o los hogares. Y finalmente: se ha renunciado a pisar con cierta deuda local el acelerador de la recuperación cuando el dinero estaba prácticamente a interés cero. ¿Es mejor endeudarse cuando los tipos de interés sean más altos, que lo van a ser en breve?
Pero no solo la inversión pública es motor de crecimiento. Lo es sobre todo la inversión privada, y en consecuencia todo esfuerzo es poco para imprimir más ritmo a este aspecto. Aparte de la seguridad jurídica y una fiscalidad propicia, cada sector productivo tiene sus peculiaridades y necesidades, y se deben dar respuestas sectoriales. Los líos con la planificación urbanística perjudican a la construcción. La falta de claridad en objetivos de sostenibilidad dificulta la emergencia clara de un sector dedicado a una economía baja en carbono. Que haya simultáneamente personas mayores desatendidas, personas en paro y saturación de las plazas en residencias significa, desde el punto de vista económico y social, algo inexplicable.
Para 2018, los más destacados servicios de estudios económicos nos auguran que seguiremos en la zaga de la recuperación española. En el primer trimestre de este año nuestra economía crecía un 2,8% anual, por lo que la cifra del verano (2,5%) es una ralentización. Nuestro principal sector, los servicios, ha pasado a crecer menos del 2%, la tasa más baja desde el invierno de 2015 y con una desaceleración clarísima desde el verano del año pasado. Así pues, justo en el momento de volver al indicador 100 de hace siete años, hemos de prestar atención a unos síntomas que nos están hablando. Si queremos escuchar.
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Ana del Castillo
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