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NACHO GONZÁLEZ UCELAY
Santander
Sábado, 23 de marzo 2019, 14:26
La España pluralista consagra al día 23 de marzo la memoria de Adolfo Suárez González, el inesperado hacedor de la democracia, el piloto de la ... Transición, el presidente que cambió la historia del país y que tal día como hoy, recién nacida la primavera de 2014, murió víctima de una cruel enfermedad que desde hacía una década le había ido robando sus recuerdos hasta dejarle sin ninguno.
Previsor, Suárez, el hombre que murió sin saber quién era Suárez, dejó duplicados de sus vivencias a quienes fueron cruzándose con él en el sinuoso camino en el que el rey Juan Carlos le colocó en 1976 para que abanderara un proyecto de cambio de régimen pacífico y alumbrara un sistema de libertades y derechos que hoy los españoles dan por supuesto.
Denostada tras su descalabro en las elecciones autonómicas de 1991, la figura del expresidente español permanecerá no obstante asociada al prestigio y al reconocimiento que se ganó por sus enormes logros, recogidos en los libros de historia y concentrados básicamente en los cinco años en los que Suárez ejerció la Jefatura del Gobierno español. Cinco años en los que el político, abogado, duque y grande España, dejó una honda huella en Cantabria, a la que se acercó con frecuencia para recoger votos, para recibir premios y para recobrar fuerzas.
Cuartas fue vecino de escaño de Adolfo Suárez en el Congreso de los Diputados, lo cual le permitió tener un contacto personal mayor que el que en otras circunstancias hubiera tenido.
También para trabar amistad personal con algunos de sus colaboradores más próximos en la región, que hoy, en el día de la efeméride, recuerdan al expresidente español con la admiración y con el respeto que impone la lealtad.
Manuel Garrido, Justo de las Cuevas y Alberto Cuartas Galván -además de otros, como el fallecido Francisco Laínz- fueron en su día los hombres de Suárez en Cantabria, tierra que el rostro de la Transición conoció personalmente seducido por el santanderino Alfonso Osorio, ministro de la Presidencia con el primer gobierno del rey Juan Carlos y encargado de suministrarle algunos de los nombres que le ayudarían a unir lo imposible.
De alguna manera fue él, Osorio, quien abrochó el cordón que unió al expresidente con una provincia en la que siempre halló más adhesiones que desafectos y que le honró con dos distinciones a la altura de su grandeza política.
La primera la recogió en 1990, cuando Suárez, entonces líder del Centro Democrático y Social (CDS), recibió la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de la mano socialista del rector, Ernest Lluch, ministro de Sanidad y Consumo en el Gobierno de Felipe González y vilmente asesinado en el año 2000 por la banda terrorista ETA cuando se disponía a salir del garaje de su vivienda de Barcelona.
Y la segunda la recogió en 1998, cuando el político, entonces entregado por entero a la vida familiar, recibió la Medalla de Oro de la Asamblea de Cantabria de la mano popular del presidente de esta institución, Adolfo Pajares Compostizo, en un recinto que le escuchó decir: «La soberanía radica única y exclusivamente en el pueblo español y no cabe reducirla a partir de voluntarias entregas de los diversos pueblos de España».
Garrido cultivó una gran amistad con Adolfo Suárez y con su esposa, Amparo Illana, abonada con largos paseos por la playa de Somo y amenas sobremesas en casa del mandatario.
«Para mí, hoy por hoy, es el único político de la democracia que pasará a la Historia con mayúsculas», dice Manuel Garrido nada más escuchar el nombre de Adolfo Suárez. «Pagó las consecuencias de no haberse plegado a los poderes fácticos, pero, aún con todo, debe ser recordado como un personaje político de primera categoría».
Miembro de Unión de Centro Democrático (UCD) y de Centro Democrático y Social (CDS), que lle-gó a liderar en tiempos de Suárez, y diputado del Parlamento de Cantabria en varias etapas legislativas, Garrido cultivó una gran amistad con Adolfo y su esposa, Amparo, abonada por ambos con largos paseos por la playa de Somo y con amenas sobremesas en la vivienda del expresidente en Ávila.
De aquellos encuentros privados, Garrido extrajo una conclusión. «Suárez era un político honrado». Lo cual, en los tiempos que corren, tendría enorme mérito.
«A mí me marcaron dos anécdotas», recuerda el exparlamentario. «En un momento en el que el CDS tuvo graves dificultades económicas, el Comité Ejecutivo se planteó conseguir financiación a cambio de... bueno... ya sabe... de favores. Él se negó a conseguir dinero por esa vía y Agustín Rodríguez Sahagún -ministro de Industria con Suárez- vendió un Picasso». Más adelante, con motivo de una campaña electoral, «se barajó la posibilidad de diseñar el cartel publicitario con su imagen durante el golpe del 23-F. ¿Se acuerda? Todos los diputados agachados y él en pie, dando la cara. Bueno, pues, a pesar del gran impacto publicitario de esa imagen, él se negó a utilizarla».
Rebuscando entre sus recuerdos, que guarda con un enorme cariño, Justo de las Cuevas ahonda algo más en la identidad de Adolfo Suárez, «un personaje muy entrañable», dice el exsecretario general de UCD en Cantabria.
«Suárez fue un hombre valiente que se granjeó el respeto de todos, incluso de sus enemigos políticos, tomando decisiones muy importantes en momentos muy difíciles», asegura De las Cuevas, para quien el expresidente fue, junto al Rey, «la pieza clave en el éxito de la Transición española».
También lo fue, o eso piensa él, en el comienzo del largo proceso que en el año 1982 confirió a Cantabria su condición actual de comunidad autónoma.
De las Cuevas considera al primer presidente de la democracia una pieza clave en el proceso que en 1982 confirió a Cantabria su actual condición de comunidad autónoma.
«Él nos abrió el camino a la redacción del Estatuto de Autonomía», la norma institucional básica de la región fraguada en la primera legislatura «que Suárez ayudó a fructificar a pesar de que Calvo Sotelo no era partidario de esa idea».
Vecino de escaño del expresidente en el Congreso, Alberto Cuartas, que además de diputado fue secretario general de UCD en Cantabria e integrante del Comité de Dirección de ese Grupo Parlamentario, recuerda al rostro de la Transición «con enorme respeto y agradecimiento por lo que hizo por España». Le cuesta destacar un hecho concreto, «pero si plantea esta pregunta en la calle seguro que le mencionarían su papel decisivo en el 23-F o aquel Sábado Santo en que legalizó al Partido Comunista».
Dos momentos cruciales, dice, «que no nos pueden hacer olvidar que en muy pocos meses fue capaz de desmontar todas las instituciones heredadas del régimen franquista y sustituirlas por una nueva legalidad democrática mediante la convocatoria de unas elecciones libres en las que pudieron participar todas las fuerzas políticas hasta ese momento prohibidas, o, posteriormente, contribuir decisivamente a la aprobación de una Constitución, por primera vez en nuestra historia, consensuada por todas las fuerzas políticas y no hecha exclusivamente por el partido hegemónico del momento».
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