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Cuando el próximo 1 de abril Ruth Beitia cumpla 40 años, tendrá muchísimo que celebrar: pocos mortales podrán contar, como ella, la cantidad de vidas que llevan vividas en solo una y con tamaña intensidad. Al menos se ha llevado por delante ya cuatro: una ... de chiquilla en una familia cualquiera de la década de los 80, otra en la que le toma la medida al salto de altura y empieza a ver mundo y a soñar con ser la mejor; una tercera en lo más alto de los podios, la etapa en la que España entera (Europa, el mundo) se rinde a sus gritos de felicidad, la de la imagen de una medalla de oro; y una cuarta en la que (algo solapada con la anterior) hizo de la política una nueva pasión a tiempo parcial.
Este martes le dio carpetazo de forma brusca a esta última: quiso volar tan alto «sin haberse preparado lo suficiente» que llegó a verse sin colchoneta y optó por abandonar la pista. La mujer que ha pasado la mayor parte de su existencia calculando en centímetros, esta vez no midió lo suficiente y no hay nadie que la conozca bien que no pensara que su abandono del espacio público -tras apenas dos semanas como candidata del PP al Parlamento regional- era un final anunciado. «Que la gran estrella del atletismo, que lo es, se iba a estrellar en este terreno lo sabíamos los que la seguimos hace años», explica alguien que la ha visto desenvolverse por las canchas deportivas.
Esta historia empieza en la calle General Dávila de Santander, donde Beitia crece en un entorno en el que se respira deporte: sus cuatro hermanos lo practican (ella es la benjamina) y sus padres son árbitros de atletismo. Las fotos de entonces la muestran como una cría larguirucha y no cuesta imaginar que desde siempre su altura la llevó a despuntar entre sus compañeros (casi siempre tiene que agacharse cuando abraza a cualquiera, porque su 1,90 es su 1,90). A los 11 años ya correteaba por el Parque de Mesones, con el España de Cueto, en modo 'cross' y fue buena desde el minuto uno: le encantaba «la sensación de ganarlo todo». La niñez en las aulas del Colegio Magallanes y luego el bocata en La Albericia, a la hora de entrenar; la adolescencia en el instituto Pereda, días y días con su hermana Inma (también atleta) que la llevaba en moto al pabellón que muchos años después sería rebautizado con su nombre.
Competidora nata
Beitia conocería luego al cubano Javier Sotomayor (leyenda del atletismo internacional) quien le firmó un autógrafo -uno de sus grandes tesoros- y le auguró que sería una gran saltadora. Lo clavó: Ruth empezó a girar por campeonatos y competiciones, a subir y bajar de aviones, a formar parte de equipos nacionales. Fue una etapa que exprimió a tope y en la que se divirtió mucho («siempre se apunta a una buena fiesta», señala un allegado) pese a la disciplina castrense de los entrenamientos y los objetivos marcados en el calendario.
Uno de los mayores fueron sus primeras Olimpiadas, con 25 años, en Atenas, a las que llegó de la mano de quien ella ha denominado hasta la saciedad «mi 50%», su entrenador Ramón Torralbo, que ha sido sombra y puntal. En esos años se casó con un lanzador de jabalina, Ramón Cagigas, aunque rompieron enseguida.
ídolo
Llegaron los triunfos en mayúscula, uno detrás de otro, al punto de que, cuando Beitia dice adiós con 38 años a su carrera, lleva en el zurrón una medalla olímpica de oro conseguida en los Juegos de Río de Janeiro de 2016 -un logro que hizo aullar de alegría a Cantabria- y cuatro metales en campeonatos mundiales bajo techo (platas en Doha 2010 y Portland 2016 y bronces de Moscú 2006 y Sopot 2014). Al aire libre alcanzó un bronce en el Mundial de Moscú 2013. También va sobrada de campeonatos de Europa: ganó tres coronas continentales al aire libre en Helsinki 2012, Zurich 2014 y Amsterdam 2016, otro título 'indoor' en Göteborg 2013 y una victoria en categoría sub-23 (Amsterdam 2001). Doble ganadora de la Diamond League (2015 y 2016) sumó cuatro platas y un bronce más en europeos bajo techo. En total, 15 medallas en circuitos internacionales midiéndose con deportistas absolutamente excepcionales, como ella.
Ninguna de estas distinciones se encuentra en su casa de la calle Tetuán de Santander, donde reside con su segundo esposo, Tomás Zárraga, profesor en Los Escolapios, director de la Escuela Municipal de Tenis del Ayuntamiento de Santander y compañero de trabajo de Ruth en la Universidad Europea del Atlántico. A estas alturas, Beitia es diplomada en Fisioterapia, técnico en Actividades Físicas y Animación Deportiva y está estudiando el grado de Psicología.
Palmarés de lujo
En 2008 entra en política con el expresidente Ignacio Diego, que la incorpora al PP como independiente. En 2011 se convierte en diputada. Como no tiene experiencia, el partido la utiliza para representarle en todo tipo de actos. «Desde muchos sitios nos la reclamaban expresamente. La gente alucina con ella», cuenta Eduardo Van den Eynde, portavoz del Grupo Popular y única persona que autoriza a que se le cite en estas páginas. Van den Eynde es muy claro: la santanderina nunca debió ser elegida como candidata del PP «sin haberle dado un tiempo para prepararse».
Es una opinión unánime entre las personas consultadas en los mundos deportivo y político. Beitia no ha dejado demasiado buen cartel en los circuitos del atletismo, en el que hay un «reconocimiento absoluto» a sus logros. Su actitud es algo debatido. Se le acusa de «haber ido siempre a lo suyo» y de no haber hecho «nada tangible por el atletismo de la región». Hay quien señala que terminó mal con el club de atletismo de Piélagos por motivos económicos -que siguen coleando- y que su relación con la Federación Cántabra de Atletismo es inexistente: en 2012 se tenía que votar a un representante de Cantabria para la federación nacional y Beitia sólo sacó 12 votos frente a 34 de otro aspirante, un desconocido para el gran público, algo que la molestó. En este ámbito, el día que conocieron su designación como candidata popular se echaron las manos a la cabeza: «Nos parecía una broma inexplicable».
Entrada y salida del pp
En el Parlamento regional, la mejor atleta española de todos los tiempos no ha brillado en exceso. En parte porque nunca tuvo dedicación completa (ha desarrollado numerosas actividades paralelas, también deportivas. De hecho, todas sus últimas medallas las ganó siendo diputada) y en parte porque sus compañeros conocían sus limitaciones como oradora. Lo que no obsta para que sus próximos la retraten como una colega «feliz, entrañable, cercana y cariñosa, con un punto de ingenuidad». «Pero las virtudes en lo personal pueden verse como defectos en la esfera pública», señala Van den Eynde.
Pasar a la primera línea del interés mediático de nuevo le resultó gratificante al ego. Aunque los amigos temían que el encargo de Pablo Casado le resultaría «muy duro» en un partido dividido. «Vimos que iba a pagar un precio muy alto por aceptar». «No fue consciente de sus limitaciones», «se dio la tormenta perfecta para que fracasara», «no era el nombre adecuado para un momento tan delicado», «tiene grandes valores, pero no es una profesional de esto y no tiene los recursos que exige la política» son algunas de las expresiones que se usan para explicar el motivo de su ascenso vertiginoso y su caída a plomo. Dicen que tras su dimisión se ha quitado una losa de encima y que, aunque está «muy dolida por lo ocurrido», en unos meses estará recuperada. Tiene «carácter de sobra». Dicen que la exdeportista de élite y la expolítica pronto estará lista para su quinta vida.
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