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Círculos concéntricos

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Mesa de redacción ·

Teresa Cobo

Santander

Jueves, 26 de marzo 2020, 17:07

Quién nos iba a decir que la Tercera Guerra Mundial iba a ser contra un microbio. Y con todos los países en una especie de Entente Cordial para dar con un arma biológica que acabe con el abominable bicho de las fiebres. La pandemia de Covid-19 entrará en los libros escolares como las plagas de Egipto de los tiempos faraónicos de a. C. (antes de Cristo), la peste negra del siglo XIV d. C. (después de Cristo) o la 'gripe española' del XX. Esta nueva calamidad va a marcar una inflexión tan abismal en nuestras vidas que a los niños que hoy tratan de seguir con sus estudios desde casa por medios telemáticos habrá que explicarles que a. C. y d. C. no significan antes y después del Coronavirus.

Las cifras de bajas en España son dramáticas y, desde luego, no es país para viejos. Por si no fuera suficiente con que el SARS-CoV-2 se cebe en la gente de más edad, en algunas residencias los internos, sus cuidadores y los familiares de esos mayores pasan por situaciones angustiosas. La desprotección ha costado ya demasiadas vidas y excesivos contagios. Y la insuficiencia de pruebas para detectar positivos ha hecho mucho daño. De los test rápidos ni hablamos, por no escribir palabrotas, que no son grandes, sino feas. Cada vez hay más comunidades autónomas dependientes, que precisan de la ayuda de otras. Los sanitarios están desbordados con los vivos y las funerarias no dan abasto con los muertos.

Les decía hace unos días que el epicentro del dolor de esta crisis está en las UCI y en esas camas donde mueren los pacientes, y que lo que nos pasa a los demás nos coloca alrededor en círculos concéntricos que se ensanchan a medida que se acercan a la periferia, donde está la circunferencia más confortable: confinamiento y teletrabajo, como mucho. Esta es la undécima carta que compartimos y ya no estamos todos donde estábamos. Se empieza por tener un hospitalizado entre los compañeros de trabajo y se sigue con otro de la propia familia. El círculo se estrecha y se aproxima al centro. Es cuando hay que mantener la calma y confiar en los pacientes y en quienes los atienden. Dejarlos pelear en la distancia. Otras 24 horas y, entre los miles de ERTE, llega el de tu empresa. Pasas al siguiente anillo más pequeño. Y lo que toca es fijarse en que la letra T de esa sigla significa «temporal», no de tormenta, sino de tiempo pasajero.

Las cifras de la pandemia son para echar a correr, pero no tenemos adónde ir. El núcleo virulento en torno al que orbitamos se alimenta de ellas y engorda cada día. En su centro está el punto de no retorno, el agujero negro que se lleva a los que ya no volverán. Pero de ese núcleo crítico también se sale, sí, y se regresa poco a poco a los anillos de seguridad. Es una auténtica satisfacción contarles las noticias de los retornados, no saben hasta qué punto, en estos tiempos en que somos mensajeros de desgracias. Ayer Ana Rosa García nos narraba la salida de la UCI de Valdecilla de un paciente menor de cincuenta años que había permanecido conectado a un respirador durante once días. El personal lo despidió con una salva de aplausos, en su paso a planta. Ahora que sólo podemos tocarnos a nosotros mismos, los aplausos son besos, abrazos y apretones de manos.

«Cuando sienta miedo del silencio, cuando cueste mantenerse en pie...». (Perdón, esto no venía a cuento, es mi cerebro, que tiene ahí metida la canción y...). Cada vez se hace más cuesta arriba poner al mal virus buena cara. Al mal tiempo, en cambio, no cuesta nada. Con el confinamiento, casi nos resbala si llueve o brilla el sol ahí fuera. Excepto por solidaridad con los que tienen que salir y desplazarse para que los demás comamos, nos duchemos y esas cosas. Vuelve la nieve a Cantabria, como si anduviéramos escasos de rarezas. No me extraña que la primavera se haya replegado, el miedo es libre. Acuérdense de abrigarse cuando salgan a aplaudir a los balcones. Los últimos días ya hacía una rasca respetable. Son malos tiempos para resfriarse. Cuídense.

«Resistiré, erguido frente a todo. Me volveré de hierro para endurecer la piel...». (Disculpen otra vez). Algunos de mis compañeros periodistas me han confesado que en ciertos momentos de esta emergencia social han llorado, y no siempre de pena. Normal. Lo anómalo sería lo contrario. ¡Hay que canalizar tantas emociones nuevas y apelotonadas! Pero después se han secado los ojos con un pañuelo desechable, se han lavado las manos a fondo como manda el protocolo y han vuelto a la calle para hacer preguntas, para sacar fotos, para grabar imágenes, o se han sentado delante del teclado para dar forma a lo que han visto, oído, olido (con mascarilla) y tocado (con guantes) para contárselo a ustedes. Y, desde luego, nos reímos mucho por WhatsApp. Ya se lo contaré otro día menos chungo. «Y aunque los sueños se me rompan en pedazos...». (Y dale, erre que erre). Les voy a tener que dejar. «Resistiréeeeeeee, resistiréeeeeee».

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