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Licenciado en Matemáticas, doctor en Geografía e Historia y catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona, Javier MartínVide es, además, especialista en análisis probabilísticos de la precipitación y cambio climático.
–¿Podría ocurrir en Cantabria algo como lo de Valencia?
–No suele ... haber esas intensidades de lluvia en el Cantábrico, sino que las precipitaciones son más regulares, más continuas, mientras que en el Mediterráneo se concentra a veces en pocas horas o días el total anual. La forma de llover de Cantabria es más pausada, más beneficiosa. Apesar de esto, el clima de Cantabria se está 'mediterranizando' y tiende a adquirir algún rasgo parecido al de esa zona, con lo cual lo debemos ir estudiando en los próximos años: es posible que Cantabria tienda, si no a parecerse totalmente, a una cierta concentración de la lluvia.
–¿Qué papel ha jugado la mala urbanización en el desastre?
–En el caso de España, durante décadas atrás, en esos años de desarrollismo y de trasvase de población del mundo rural a la ciudad, se construyó todo lo que se pudo y a veces en lugares inadecuados, como márgenes fluviales y zonas inundables, y ese ha sido uno de los problemas que ha habido en la última DANA y que puede haber en muchos lugares de España. Se construyó sin respetar las zonas de riesgo, y no todos los territorios admiten cualquier uso: es un margen fluvial, un lecho de inundación de un río... incluso esos torrentes y ramblas que suelen estar secos tienen una dinámica compulsiva y, de vez en cuando, se desbordan y se van a perder bienes e infraestructuras. La planificación territorial es la herramienta más efectiva y económica para disminuir el riesgo.
–¿Todo se reduce a construir fuera de las zonas inundables?
–Si esas zonas se respetan y no se destinan a usos incompatibles con el anegamiento estamos reforzando el territorio de una forma cabal y consecuente, y reduciendo la vulnerabilidad de la población. Hay un trinomio: el peligro de la naturaleza, la vulnerabilidad de la población y la exposición del territorio. Y eso es clave para ver lo que ha pasado en Valencia y lo que puede pasar en Cantabria. El riesgo final evaluado como pérdidas económicas o incluso de vidas no depende sólo del peligro de la naturaleza. Ese mismo fenómeno de la DANA, en otro territorio bien organizado y con una población que conoce el riesgo, habría producido menos daños.
–¿Cree que esta DANA es una consecuencia del cambio climático?
–Eso requiere lo que llamamos un estudio de atribución. Se ha hecho ya un ensayo que viene de EE UU y nos dice que aproximadamente un 15% de la intensidad de la DANA viene condicionado por el cambio climático. Pero esto es un estudio preliminar que requiere más análisis.
–¿Le parece que las Administraciones no luchan lo suficiente contra este problema?
–Gran parte de quienes nos administran y prácticamente todos los grupos políticos conocen la gravedad del problema y el reto mayúsculo que tenemos por delante, el país y el planeta. Pero muchas veces no es una prioridad ante el cortoplacismo de obtener votos y la posibilidad de centrarse en otros temas que pueden resultarles más rentables electoralmente. El tema del cambio climático se ve a más largo plazo, aunque es un problema que está aquí: Cantabria ha visto elevar su temperatura en forma estadísticamente significativa, de eso no tenemos ninguna duda. Y también el nivel del mar, unos cuantos milímetros al año, que parece poquito y por eso resulta difícil transmitir preocupación a la población. Pero esos pocos milímetros se convierten en varios palmos en un siglo.
–¿Cómo puede afectar ese cambio climático a Cantabria?
–Tiene, como su vecina Asturias, un potencial muy interesante en el marco español y europeo para las próximas décadas: se ha hablado ya de estas comunidades como refugio climático ante, fundamentalmente, el exceso de calor estival en buena parte de España, que aumenta la morbilidad y mortalidad de las personas más vulnerables y con enfermedades crónicas. Cantabria todavía conserva un verano relativamente fresco, y eso es un valor que surge en estos momentos de calentamiento global. Aunque ninguna región se salva del riesgo de padecer episodios extremos, sean del tipo que sean: el riesgo cero no existe.
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