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Trabajo en la cocina, también con mascarilla. Fotos: Alberto Aja | Vídeo: Pablo Bermúdez

Cocido a dos metros de otra mesa

Restaurante El Castellano ·

Un equipo de El Diario acude a la apertura del comedor de un restaurante tras 72 días de cierre y con las normas obligadas de la fase dos

Álvaro Machín

Santander

Martes, 26 de mayo 2020, 07:08

Lo comentaban dos hombres ya de cierta edad sentados en taburetes cerca de la puerta de El Castellano. Una pareja con horas de vuelo en eso de ir a tomar el blanco. «Para el que se sienta en la mesa, al final, ya es como un día normal». Sí, cierto, pero sólo al final. Cuando uno ya anda sentado y le sirven el primero, el segundo y el postre. Eso no cambia. La novedad está justo antes de llegar a ese punto. Gel para las manos, nada de pararse en la barra, distribución distinta del comedor para que las mesas estén a distancia, fórmulas diferentes para saber qué hay de comer y personal -camareros y cocina- con mascarilla. Resumido, es lo que uno ve distinto en un restaurante. Y nada, claro, de darse abrazos. Éramos tres -redactor, fotógrafo y cámara-, con reserva y así comimos este lunes en un local que levantó este lunes la persiana después de 72 días de cierre.

El Castellano tiene terraza. Al 50% (sus catorce mesas se quedan en siete) no les «compensaba» abrir en fase uno. «Pero pudiendo trabajar ya fuera y dentro, aunque sea a la mitad, ya hay que ponerse las pilas y empezar a producir», explicaba Marta Roales. Así que ayer andaban «como si estrenáramos el bar». Entre la ilusión y los nervios.

Día uno. Cambios organizativos obligados. Para empezar, arranque con la mitad de la plantilla. La barra aquí trabaja mucho y, por ahora, no se puede usar. «Hemos sacado del ERTE al 50%. Será progresiva la incorporación porque, por desgracia, ahora no podemos incorporar a todos». Sin embargo, a eso de las dos de la tarde ya tenían claro que para este martes llamarían a dos más. «Vemos que, afortunadamente, no damos abasto». Buena cosa. Cambio dos: la carta. Algo más reducida, ajustada. Los platos más conocidos de su cocina y «producto de temporada». Pero con la idea, igualmente, de recuperar todo lo quitado momentáneamente poco a poco.

A la una y media había 19 comidas reservadas. El servicio se cerró con 37 y nueve más para llevar

Cambios físicos. Los visibles. En la entrada de la planta baja hay un dispensador de gel y otro más en la de arriba. «Esos ya van a quedarse para siempre». Además, se ofrecen botes para las manos en las mesas de la terraza y al sentarse en los comedores. Más allá de las mascarillas o las mesas separadas, los camareros 'cantan' el menú del día y, ayer -estaban pendientes de contar ya con códigos QR y tienen encargadas unas cartas desechables-, entregaban unas de papel de usar y tirar al que la pedía (de un solo uso).

¿Cuál fue la reacción de los clientes? Pues muchos no saben que la barra no está disponible. -No, señor, en la barra no, que no se puede.

-Ah, disculpa. No sabía.

«La gente ha respondido bien y es comprensiva. Tienen paciencia y son respetuosos, que era lo que nos daba más miedo». Que si puedo ir al baño (que sí), que si ya se puede entrar al comedor (que también), que si me traes la carta del menú (que no, que te lo cantan)... Algunas dudas, pero poca cosa. A la una y media, reservadas, tenían 19 comidas (quince dentro y cuatro fuera). «Hay mucha gente que todavía no sabe que estamos abiertos». De hecho, a esos comensales confirmados se fueron sumando otros sobre la marcha. Bien. «Ha sido casualidad. Teníamos que quedar para hablar de un tema de trabajo y ha coincidido. Había ganas de empezar a la rutina del día a día, a quedar en los bares y fomentar ese día a día». Eso lo decía Marta Arce mientras se servía la sopa de un cocido lebaniego. «Yo trabajo aquí al lado desde hace años y le pregunté al camarero que si tenía una mesa para mí y me ha dicho que sí. Encantada de venir porque lo echaba de menos». Eso, en otra mesa, Blanca Calvar. Y ambas, «a gusto y cómodas». Sin agobios.

Lo mejor para la caja, una mesa de diez con reserva para las tres. Iban a ser seis y un poco antes, pero llamaron para decir que si podían ser cuatro más y algo más tarde. Por supuesto. Comen en un reservado en la planta de arriba. Cerca nuestro, que les vemos entrar con su mascarilla (se la quitan al sentarse) cuando ya vamos por la tarta de queso.

Son las cuatro menos diez y el servicio está a punto de terminar. Al final, 37 comidas y otras nueve para llevar. «Para ser el primer día, muy bien».

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