Con la prohibición de usar los interiores, las mesas y sillas en la calle son la única alternativa para comer en los locales abiertos que, además, han tenido que invertir en estufas y calefactores para poder trabajar en invierno
Abrigarse para comer. Eso es lo único que cabe hacer ahora. Nada de sentarse en la silla y, casi por impulso, quitarse la cazadora para disfrutar de cualquiera de los muchos platos que ofrece la variada hostelería cántabra. Dejarse la chaqueta puesta se ha convertido en la única manera de comer fuera de casa sin pasar frío. Desde que en noviembre la Consejería de Sanidad decidió prohibir el uso de los interiores, las terrazas han adquirido el protagonismo que el invierno siempre les arrebataba. Ahora son el único espacio habilitado para quien quiera tomar algo con amigos y familiares. Eso en los locales que permanecen abiertos porque la restricción ha obligado a muchos negocios a bajar la persiana. Un cierre que, de alargarse más tiempo, podría terminar por ser definitivo. Quienes continúan con actividad, lo hacen por «salud mental», repiten una y otra vez los propios hosteleros.
Además, la mayoría, ha tenido que adaptar sus terrazas con estufas, calefactores y cubiertas para ofrecer al cliente un espacio en el que estar cómodo y poder seguir trabajando durante el invierno. Un «gasto extra» que se suma a los que ya tienen y que no han dejado de pagar. Lo cierto es que comer hay que comer y quienes no pueden pasar por casa durante la jornada se apañan con lo que hay abierto. «No hay otra cosa», coinciden clientes y empresarios.
También es la única alternativa para los que quieren disfrutar de un rato con amigos. Un grupo que tiene otro punto en común: buscan apoyar a un sector que saben que se encuentra en una situación crítica. «Es el momento de desconectar», contaban ayer dos amigos, Juan y Rebeca, mientras comían en el restaurante Passarola de Santander.
Por su parte los hosteleros son conscientes de que así el negocio es inviable. Pero quienes tienen terraza abren porque a estas alturas de la pandemia no pueden permitirse dejar de facturar. Buscan «perder menos», pero lo que urge el sector son «ayudas directas».
Juan Plaza y Rebeca García | Passarola
«Hemos venido después de trabajar, no es lo más cómodo pero es lo que hay»
Juan Plaza y Rebeca García, amigos, mientras comen algo, ayer, en el restaurante Passarola.
Daniel Pedriza
Juan Plaza y Rebeca García son «mucho de salir». Antes de que la pandemia y las restricciones sanitarias cambiaran los planes, solían quedar los sábados. Entre ir a tomar algo ese día y reunirse durante la semana, los dos amigos se veían a menudo. Pero el covid les ha trastocado las quedadas. Así que ahora aprovechan el rato que pueden para tomar algo juntos y ponerse al día.
«Hemos venido al salir de trabajar», contaban este viernes mientras comían en el restaurante Passarola de Santander. La jornada de lluvia y frío no acompañaba para estar en la terraza, pero es que no hay más alternativa. Es la única opción para comer. «Si no nos sentamos aquí, nos quedaríamos en casa», dicen los amigos.
En el caso del Passarola unas carpas y sombrillas tapan varias mesas y permiten a los clientes no mojarse. «Cómodo no es, pero es lo que hay», reconocían. No hay más. Con la prohibición de utilizar el interior de los establecimientos para servir, cada día quedan menos negocios abiertos. Por eso ellos tienen el local «fichado». No sólo porque «estamos muy a gusto». También porque ahora apuestan por la seguridad así que repiten allí donde saben que «lo están haciendo bien». Esos negocios donde se cumplen las medidas sanitarias. Les encantaría comer dentro, pero entienden la medida. «Lo primer es prevenir, lo segundo disfrutar», resume Juan.
Tienen fichados otros establecimientos, los «seguimos por redes sociales», añade Rebeca. Esa es su forma de estar «pendiente» y visitar los bares que se decanten por abrir porque también es importante «apoyar a la hostelería», coincidían. Quizá hace casi un año no habrían quedado para comer, sino para tomar algo por la tarde, pero «aprovechamos» esta hora porque con el toque de queda les resulta más complicado llevar a cabo los planes pretéritos. Pero a estas alturas de la crisis sanitaria no importa el cuándo, vale con verse «una vez a la semana», dicen. Es el momento de «desconectar» y disfrutar del rato juntos.
José San Román | Maremondo
«Somos muy de calle y buscamos la manera de aprovechar para vernos»
José San Román y su familia, este viernes comiendo en la terraza del restaurante ElMaremondo, en El Sardinero.
Dani Pedriza
Desde que el covid irrumpió en la rutina diaria, las restricciones sanitarias se han convertido en el guión que marca los planes y las reuniones con amigos o familiares. En casa, ventanas abiertas, mascarilla, gel y distancia, y en la calle, a las terrazas. No hay otra. Las mesas en la calle son la única alternativa a una comida en casa que la aprovechan quienes son «muy de estar en la calle». Así se definían este viernes José San Román y su familia mientras el camarero del restaurante Maremondo, en El Sardinero, les servía la comida. A ellos ni el mal tiempo les impide verse. «Hay que apoyar a la hostelería», comentaba.
Por eso siempre que pueden aprovechan el fin de semana para verse y pasar un rato juntos. Lo cierto es que el plan familiar de ayer surgió de forma «improvisada» y, como conocen el establecimiento, no dudaron en donde buscar mesa para comer. «Tenemos fichado el sitio», reconocía José.
Un espacio donde, gracias a la carpa que lo cubre y a las estufas instaladas por los responsables, es posible disfrutar del almuerzo sin preocuparse demasiado por el tiempo que ayer no acompañaba. Lluvia y frío para cerrar la semana, pero «hay que aprovechar», añadía. Aunque pudieron comer tranquilos y a gusto, los cuatro están «deseando» que termine la prohibición de no utilizar los interiores para que los bares y restaurantes recuperen esa zona. Eso sí, «con las medidas de seguridad necesarias», coincidieron todos. Porque garantizar la salud y que el virus no se expande sigue siendo la prioridad. Pero ellos consideran que es posible buscar el equilibrio y «combinar» las medidas de manera que los hosteleros puedan hacer uso del interior del local sin que eso suponga un incremento de los contagios. «Al igual que hacen en otras comunidades autónomas», comparaban.
Con ganas de salir
Porque hay territorios en los que no existen estas restricciones, entonces, «¿por qué no se va a poder hacer aquí?», se preguntaban entre ellos. Conscientes de la situación sanitaria de Cantabria, la familia tiene una cosa clara y es que «la hostelería no es la culpable». Para ellos poder sentarse en un restaurante y comer juntos es la forma de hacer que la situación sea «lo más normal posible», explicaban.
Y en el restaurante perciben esas ganas de estar en la calle. «La gente quiere salir», resume Paloma Marcos, directora general. ¿Funciona la terraza? «Todo el mundo está aprovechando porque es lo que hay». Eso sí, les ha hecho falta adaptar el espacio para, precisamente, poder seguir trabajando durante el invierno. Aunque en el comedor exterior La Amura, que es cubierto, han tenido que quitar una parte de la cristalera para cumplir con las medidas de seguridad. En cuanto al tipo de cliente, comenta que «no hay un perfil» marcado.
Juan López | Almafiera
«Es la única alternativa y no importa el frío, también hay que apoyar a la hostelería»
Juan López y sus tres amigos, este viernes, mientras el camarero del restaurante Almafiera les sirve.
Daniel Pedriza
«Siempre intentamos buscar un sitio con terraza cubierta», explicaba este viernes Juan López mientras esperaba a que le sirvieran en el restaurante Almafiera, en el Paseo de Pereda de Santander. Él y los tres amigos con los que compartía mesa tienen el establecimiento en su lista y ya «hemos venido varias veces», reconocían. Sobre todo porque es la «única alternativa» si quieren comer y pasar un rato juntos en pleno invierno. Más aún en Cantabria.
También tienen claro otro punto: «Hay que apoyar a la hostelería», comentaba Román Sarceda, uno de los amigos. El joven tiene un restaurante en Galicia y conoce de primera mano la situación por la que atraviesa el sector. «Me abren y me cierran»... Es una constante que sólo acentúa la cuenta de gastos mientras la de ingresos no se mueve. Intentan quedar siempre que pueden y el local ya lo tienen fichado, pero cuando les toca buscar otro se las apañan «llamando para ver cuál está abierto», explican.
Tienen ganas de volver a estar en el interior de un bar, pero sobre todo de que «esto se acabe», resumía Juan con resignación. De momento les vale con poder verse en las terrazas, pero es que «no hay otra cosa», sentenciaba Juan Prellezo, dueño del negocio. Las mesas en el exterior son la única opción para quienes no pueden, por ejemplo, ir a casa a comer. Por eso hay gente. Lo que el empresario no comprende es «¿por qué otros negocios no pueden abrir?», se pregunta. Él lo hace porque «necesito seguir facturando», añade. Pero, «¿sinceramente? No me siento solidario con mis compañeros», reconocía.
Además, adaptar la terraza le ha supuesto una inversión extra en luz y gas que se suma a los gastos que «sigo pagando», resume. Su petición es clara: ayudas directas. Entiende el cierre por la situación sanitaria, pero no mantener los gastos sin recibir ayudas.
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