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La colonia de migrantes marroquíes en Torrelavega, una de las más numerosas y antiguas de la ciudad, se mostraba ayer triste por lo que ... está ocurriendo estos días en Ceuta. Prefieren no hablar de política y centran su interés en el sufrimiento de la gente, incrementado desde hace más de un año por la pandemia. Hacen un balance positivo de su estancia en Europa, no exento de dificultades por la crisis, y creen que España y su vecino Marruecos están condenados a entenderse por sus múltiples intereses comunes.
Rachid Boufnane regenta una humilde tienda de alimentación en el corazón de La Inmobiliaria, el barrio con más migrantes en la capital del Besaya. Él nació hace 48 años en un pueblo de la cordillera del Atlas y logró pasar a España en 2007. Vive en Cantabria desde hace casi 14 años y dice que le va bien, aunque su negocio se resiente. «La venta ahora es baja, no es como antes», señala. Primero trabajó un año como soldador en una fábrica de Reinosa, pero se fracturó un brazo en un accidente y decidió hacerse cargo de la tienda con un amigo. Ha formado una familia con una mujer marroquí y tiene dos hijos. Rachid es de los que no quiere hablar de política y sobre lo que sucede en Ceuta se limita a decir que «las cosas allí están muy mal» y la gente «tiene muchos problemas».
A pocos metros, en la confluencia de las calles Leonardo Torres Quevedo y Juan XXIII, se encuentra la carnicería de Said Elmahboubi, que vive en España desde 1996. Vino «por necesidad» y con un contrato de trabajo que consiguió para él un hermano. Trabajó en la venta ambulante en varios países (Portugal, Francia, Italia...) hasta que ahorró «un poco de dinero» y montó su primer negocio: un bazar en Los Corrales de Buelna. Tras el estallido de la crisis en 2007, cambió de ocupación y se dedicó a vender material de desguace en Marruecos.
Rachid Baufnane - Comerciante
Khalid Boucettaoui - Albañil
Said Elmahboubi - Comerciante
Para conseguir el reagrupamiento familiar (tiene mujer y cuatro hijos), trabajó tres años en una ganadería de Burgos. Una vez conseguido ese objetivo, abrió la carnicería, en la que, reconoce, se limita a «aguantar» porque «las cosas están muy mal». No obstante, tiene muy claro que «mereció la pena» salir de su país, donde estos días ve cosas que «duelen mucho». Él tampoco se mete en política, se centra en el «sufrimiento de la gente». «Tienen que parar esto y llegar a un acuerdo, somos vecinos y nos necesitamos», afirma.
Uno de sus clientes, Abdul Hatate, se une a la conversación: «Yo soy carpintero y te puedo asegurar que España necesita nuestra mano de obra. No tiene suficientes albañiles, carpinteros... Yo vine con contrato de trabajo, hace casi 15 años, y monté mi propio taller. Marruecos es la puerta de África y España la entrada en Europa, nos necesitamos, tienen que llegar a un acuerdo». Casado y padre de dos niños, tampoco él regresaría porque «nadie quiere ir a peor».
Khalid Boucettaoui habla con El Diario mientras es atendido en una peluquería. Tiene 43 años, salió de Marruecos en 1998 y ha trabajado en «muchas cosas». Ahora se dedica a la construcción y sigue «luchando, como todo el mundo». Ha formado una familia con una mujer española y tiene dos hijos. Khalid se siente plenamente integrado en esta sociedad y comparte «sus alegrías y sus penas». Intenta mejorar «día a día» y lo que sucede en Ceuta le deja «muy triste». «Me da vergüenza porque el pueblo marroquí no es así. La gente lo está pasando muy mal, especialmente ahora con la pandemia. Muchos han perdido sus negocios y encima están siendo utilizados políticamente. España y Marruecos tienen que entenderse», concluye.
Bachir Halloumi tiene 48 años y vive en Quijas (Reocín). Lleva en España tres décadas y dice que la vida le trata bien. Ha formado una familia con una mujer marroquí y tiene tres hijos. «Vine como cualquier chaval, a la aventura, a sobrevivir», afirma. Antes de llegar a Cantabria recaló en Murcia y recorrió parte de Portugal. Trabaja en la construcción y sufre las crisis «como todos». Sobre lo de Ceuta se limita a decir que son «cosas políticas» y aboga por el acuerdo entre ambos países.
Un cántabro en Ceuta
Ana Gil de Zarategui
El torrelaveguense José Manuel Huelga Rivero llegó a Ceuta hace 26 años para trabajar como metre en el casino de la ciudad autónoma. En las casi tres décadas que lleva en la ciudad, «nunca había visto tal cantidad de gente por las calles». Desde su cafetería Terminus, en el centro, observa cómo algunos de los 8.000 migrantes marroquíes que entraron a nado por el Mediterráneo todavía «deambulan» por las calles «sin rumbo y sin saber qué hacer» en una ciudad totalmente ajena para ellos. «A estas personas les han vendido una idea que no tiene ni pies ni cabeza, como si fueran a irse de vacaciones a Canarias y se ven aquí solos».
Este cántabro de 53 años se enteró del estallido de la mayor crisis migratoria desde la Transición a través de la radio. En los últimos días, había notado un «continuo goteo» de migrantes que llegaban hasta las costas de la ciudad autónoma, pero no llegó a plantearse que esto pudiera suceder. José Manuel es uno de los poco más de 84.000 habitantes de Ceuta que se han encontrado, de un día para otro, con miles de personas transitando por los barrios de la ciudad.
«Para que te hagas una idea de la muchísima gente que hay, es como si fuesen las fiestas patronales de Santiago en Santander», describe al otro lado del teléfono a más de mil kilómetros de distancia de la capital cántabra. A pesar del gentío, asegura que la situación ahora mismo es de «total normalidad» y que su vida diaria y su rutina laboral no se han visto afectadas.
Donde sí ha apreciado José Manuel diferencias es en el camino hacia su trabajo: «Una de las cosas que más llamó mi atención, y la del resto de vecinos, es que a primera hora muchos duermen en las aceras y en las puertas de los garajes comunitarios, es que no tienen otra forma. Esta es un ciudad con un tamaño muy similar al de Torrelavega y no está preparada para una llegada de gente tan grande».
Destaca que la actitud mayoritaria de los vecinos y asociaciones ha sido la de «ayudar», ofreciendo comida, bebida y asistencia, especialmente a los menores. «El problema es qué va a pasar con los más jóvenes, la inmensa mayoría no sabe castellano y en teoría no está permitido que ellos retornen a su país». Explica que no ha habido «conflicto alguno» ni han surgido problemas con los vecinos. «En principio, ellos no se meten con nadie, el problema puede llegar en los próximos días, cuando no tengan dinero o no haya comida ni agua porque no todos van a tener la oportunidad de que se les ayude, así que lo único que hay es cierta inquietud por ver cómo acaba esto».
José Manuel no recuerda una situación similar en la ciudad. Evoca algunos momento puntuales de la llegada de migrantes subsaharianos, pero asegura que con el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) «está todo preparado» y la convivencia es «absolutamente tranquila y normal. Estamos muy acostumbrados a tratar con el pueblo marroquí. Antes de la pandemia, con la frontera abierta, venían a trabajar todos los días entre 15.000 y 20.000 personas y nosotros vamos allí a comprar y a pasar el fin de semana con una normalidad relativa. La relación entre nosotros es de colaboración».
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Ana del Castillo
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