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Confinamiento en familia

Confinamiento en familia

Cantabria ·

Cuatro hogares cántabros abren sus puertas a El Diario para mostrar cómo viven el encierro. Un tiempo en que toca respetar reglas de convivencia, arrimar el hombro y mantener la disciplina para salir adelante

José Carlos Rojo

Santander

Domingo, 12 de abril 2020, 07:36

El Covid-19 ha obligado a interrumpir el curso normal de la vida: clases, trabajos, deporte, aficiones, amigos... Estas cuatro familias, como todas a las que les ha tocado vivir juntas esta cuarentena, tendrán que esperar para recuperar sus rutinas. Pero hay algo a su favor: se tienen los unos a los otros para pasar este mal trago. Dicen los psicólogos que estas semanas de encierro pasan factura, sobre todo a aquellos que se han visto obligados a vivirlas en soledad.

Habrá hogares donde afloren los problemas de convivencia, pero no ha sucedido en ninguno de estos cuatro casos. «A veces a los niños les sobra demasiada energía porque están acostumbrados a bajar mucho a la calle y eso se nota;pero nunca hay problemas», revela Patricia Herrera, una de las madres.

Son los más pequeños los que mejor están llevando la cuarentena. Lo asumen con entereza y naturalidad; y muchos de ellos lo comprenden mejor de lo que cabía esperar por su edad.

Con cuatro miembros o más, en pisos o en una casa, han tenido que organizarse para teletrabajar, hacer la compra, realizar el ejercicio físico, las actividades escolares a distancia o encontrar ocio para todas esas horas libres y llevarse bien.

Hay quien tiene la ventaja de contar con una terraza, algo que sirve para tomar el sol y respirar aire puro, al menos durante un rato al día. «Eso es un desahogo importante porque los chiquillos juegan un rato o comemos fuera», cuenta Azucena San Emeterio.

Pese a todo, queda el anhelo de que todo esto pase y poder regresar a la calle. Sobre todo, para aquellos que están acostumbrados a pisarla casi a todas horas. «Somos muy de estar por el barrio. Los niños y también nosotros, los padres. Tenemos una cuadrilla muy buena de familias que nos reunimos», explica Herrera, que vive en la santanderina calle de Bonifaz.

Y en todos los casos el optimismo se ha convertido en compañero de viaje. «Llegas a darte cuenta de que esto tiene cosas positivas. Ahora puedo estar mucho más tiempo con mis hijos», celebra Elena San Millán.

David Mazas y Azucena San Emeterio posan con sus hijos, Rubén y Mónica.

Familia Mazas-San Emeterio

«Tenemos una terraza de quince metros que nos da mucha vida»

Lo más importante en el caso de Azucena San Emeterio es el trabajo. Ella es responsable de seguridad, salud y medio ambiente en Viesgo, con lo que se tiene que ocupar de coordinar el trabajo de campo de una amplia plantilla para que un servicio esencial como es la electricidad se mantenga activo especialmente en estos días de cuarentena. «No quiero ni imaginar lo que pasaría si se fuera la luz tal y como estamos. Es algo que directamente no nos podemos permitir», aclara. Por eso su jornada laboral se ha flexibilizado en casa para dar cobertura a las demandas que surgen durante el día.

«Lo único que hemos notado es que los horarios se han vuelto un poco locos y a veces los niños están yendo a la cama a las doce de la noche o incluso a la una». Tiene dos pequeños: Rubén, de 7 años y Mónica, de 4. «Esto para ellos es como unas vacaciones, al final están un poco desconcertados. Y es lógico que cuando acaba la jornada laboral –y para mí a veces es muy tarde– me siento en la necesidad de estar un poco con ellos, jugar y disfrutarlos», cuenta San Emeterio. Viven en un piso de 100 metros cuadrados en Peñacastillo y tienen la suerte de contar con una amplia terraza. «Salimos ahí todos los días porque son quince metros cuadrados donde pueden jugar un poco».

Su hogar

  • Ubicación del piso: Zona de Peñacastillo (Santander).

  • Superficie: 100 m2

  • Miembros en el hogar: El matrimonio:Azucena San Emeterio y David Mazas. Y los hijos: Rubén (7 años) y Mónica (4 años).

Al mayor se le empieza a quedar un poco pequeña si lo que quiere es jugar al fútbol, «pero para lo demás notamos mucho el salir porque podemos disfrutar un poco del aire libre estando en casa». Son ellos, los más pequeños, los que más están 'disfrutando' de este confinamiento. «Al final no les han mandado mucha tarea en el colegio y me parece bien porque, de lo contrario, ni mi marido ni yo podríamos haberlo asumido con el trabajo que tenemos». Su pareja, David Mazas, también está teletrabajando en el sector de la logística.

«El tiempo en que no podemos atenderlos los dejamos un poco 'abandonados' con la consola y las películas;pero luego, en cuanto podemos, nos ponemos con ellos». Lo importante ha sido encontrar un truco para mantener la disciplina en la casa. Azucena ha pensado que lo mejor para persuadir a sus hijos es el premio. «He comprado paquetes y paquetes de cromos. Unos que le gustan a él y otros para ella. Y lo que hacemos es que, cada vez que cumplen con sus obligaciones y son responsables, les damos unos pocos más». El mayor, que comprende perfectamente lo que está pasando y dice estar pasando bien el encierro, se comporta mejor. «Esa es la pega. Que lo está haciendo tan bien que ya casi no tengo cromos para darle y voy a tener que salir a comprarle más», comenta entre risas su madre.

«Esto para los niños está siendo como unas vacaciones. Están un poco desconcertados»

Este encierro está teniendo consecuencias beneficiosas incluso para su salud. Dicen comer mejor, cocinar todos los días y han mejorado la comunicación. «De esta manera estamos haciendo mejor el tema de la alimentación y también estamos haciendo mucha gimnasia en el salón. Creo que hacemos más deporte que cuando estábamos por la calle».

Puede que en algún momento echen en falta contar con un espacio mayor donde salir a airearse. «A veces lo piensas. Tal vez si viviésemos en un chalet podríamos salir al jardín a jugar al fútbol o al baloncesto, que le gusta mucho al mayor,pero entendemos todos que esto es una cosa transitoria». Lo que sí hablan en casa es que están deseando ver en las noticias que la gente deja de morir. Que se ha encontrado una manera de frenar el virus y que todo este drama sanitario pasa. Entre tanto, les queda poner su grano de arena. «Yo, con mi trabajo, siento que soy útil para todo el mundo ocupándome de que mi tarea sea eficaz».

Patricia Herrera, en la butaca, y sus tres hijos, Alicia, Bruno y Martina, en el salón de su casa.

Familia Sebastián-Herrera

«Procuramos hablar de los sentimientos y compartirlos para encontrarnos bien»

En los últimos días ha cambiado un poco la rutina diaria en el seno de esta familia. «Tanto mi marido como yo trabajamos en el sector de la construcción. Yo en una constructora y él es autónomo. Por eso hemos estado saliendo de casa para mantener la actividad, pero estos últimos días de Semana Santa hemos tenido que teletrabajar», aclara Patricia Herrera, vecina de la calle Bonifaz, de Santander, junto a su marido Daniel Sebastián y sus tres hijos:Martina (10 años), Alicia (8 años) y Bruno (6 años).

«Tenemos la suerte de tener una persona de confianza en casa que cuida de los niños y eso nos saca de un apuro porque yo, por ejemplo, estoy fuera trabajando desde las ocho de la mañana y hasta las tres de la tarde». Cuando comenzó la cuarentena pensaron que sería para poco tiempo. «En ese sentido no nos costó organizarnos. Pero ahora, a medida que pasan los días, nos vamos mentalizando de que va a ser más largo», advierte Herrera.

Su hogar

  • Ubicación del piso: Calle Bonifaz (Santander).

  • Superficie: 140 m2

  • Miembros en el hogar: El matrimonio: Patricia Herrera y Daniel Sebastián. Y los hijos: Martina (10 años),Alicia (8 años) y Bruno (6 años).

Manteniendo el trabajo como de costumbre, lo único que se sale de la norma es la ausencia de colegio para los pequeños. «Estos días de Semana Santa son los que se han salido un poco de la norma porque hemos trabajado desde casa». Los niños se levantan y, después de desayunar, todos los días estudian desde las once hasta las dos de la tarde, justo antes de comer. «Yo me pongo a trabajar en el mirador de la casa, por el que entra mucha luz. Dani, que es autónomo y tiene algo más de libertad con el horario, los ha tutelado un poco en el estudio. He utilizado cascos con música para desconectar y concentrarme en mis tareas, pero ha sido complicado porque en el fondo estábamos todos en poco espacio».

Las comidas se han retrasado bastante. «No da tiempo a hacerlo antes porque Dani ha bajado al supermercado todos los días sobre la una del mediodía», cuenta. «Así que, al final, hemos estado comiendo sobre las cuatro o las cinco de la tarde».

Esta semana próxima la reanudación de la actividad económica permitirá al matrimonio regresar al trabajo presencial. «Lo que no veo todavía es cómo voy a organizar las tareas de los niños. No me parece normal que vaya a estar trabajando por la mañana y por la tarde vaya a tener que estar con ellos completando la tarea que encarguen en el colegio. ¿Cuándo voy a disfrutarlos como una madre entonces?».

«Lo primero que hagamos cuando salgamos será ir al monte con los bocatas a dar una caminata»

Este confinamiento les ha caído muy pesado. La suya es una familia acostumbrada a salir a la calle, a vivir el espíritu urbano. «Nos gusta mucho bajar a la plaza de Pombo porque tenemos una pandilla majísima de otros padres y niños con los que estamos todas las tardes, pero de momento tendrá que esperar». «Me da mucha pena pasarme la primavera en casa», lamenta.

Como desahogo, les queda el mirador. «No es como una terraza pero hace las veces. Salimos ahí a tomar el sol y nos sirve». Pero a los pequeños se les queda pequeño para echar unas carreras. «Pese a todo, lo llevan bastante bien. De hecho están haciendo una piña. Ahora les ha dado por dormir los tres en una misma habitación».

En casa se trabaja también el factor psicológico, algo fundamental, dicen los expertos, para pasar el confinamiento y terminarlo sin traumas. «Hablamos mucho de nuestros sentimientos. Procuramos expresarnos y compartir lo que pensamos y sentimos. Es un ejercicio de introspección que nos viene bien a todos, sobre todo a ellos».

Y volverá el día en que puedan regresar al campo. «Eso de ir al monte con bocatas será lo primero que hagamos cuando podamos salir».

Elena San Millán, a la izquierda, junto a Enrique Isa y los pequeños Enrique y Guillermo. Roberto Ruiz

Familia Isa-San Millán

«Este tiempo de encierro me permite disfrutar más de mis hijos»

Elena San Millán es profesora de ciencias en el instituto Garcilaso de la Vega (Tanos). Tal vez por eso, en esta casa existe una rutina clara de trabajo para todo el mundo. «Yo estoy frente al ordenador desde primera hora porque mantengo las clases online para los alumnos que tengo, que ya son mayores. Los atiendo en todas las dudas que tienen desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde», cuenta desde su piso de 150 metros cuadrados en la calle Hernán Cortés.

Mientras, su marido, Enrique Isa, acude a su trabajo presencial por las mañanas en una empresa familiar –cuentan con permiso por tratarse de un mercado dedicado a la exportación–, ella despierta a los niños:Enrique (7 años) y Guillermo (5 años). «Se levantan entre las nueve y las diez. No los obligo a madrugar porque no tiene sentido», cuenta. Pone las tareas. Suele ser una hora de trabajo siguiendo las instrucciones de un canal de televisión para hacer ejercicios. Después hacen la tarea encomendada por el colegio Calasanz. «El mayor tiene un poco de lengua y matemáticas y el pequeño está más dedicado a comprensión lectora y escritura». Después llega la diversión con la videoconsola. «También les hago una simulación de recreo, como si estuvieran en el colegio y entonces es cuando salen a la terraza y juegan un rato para que les de el aire. Les suelo preparar un poco de bizcocho para que sea lo más parecido a lo que hacen en el colegio», explica su madre.

Su hogar

  • Ubicación del piso: Calle Hernán Cortés (Santander).

  • Superficie: 150 m2

  • Miembros en el hogar: El matrimonio: Elena San Millán y Enrique Isa. Y los hijos: Enrique (7 años) y Guillermo (5 años)

En esta situación, ella asegura estar encantada. «Son muchas cosas que hacer porque, al final, me veo teletrabajando, cuidando de los niños, haciendo la casa y la compra;pero estoy encantada porque soy muy protectora y justo estas semanas de confinamiento estoy pasando más tiempo con mis niños que nunca».

Al final, es una de esas personas que opina que este tiempo de encierro también tiene sus cosas buenas. «Estamos compartiendo muy buenos ratos en familia. Con la pareja es diferente. Estás bien y es bueno compartir tantas cosas, pero con los niños es como un regalo». «Y luego está el rato compartido también con el resto de la familia. Yo estoy hablando más de una hora diaria con mis padres por videoconferencia y eso al final es también muy bueno».

Ninguno en casa sufre ansiedad o depresión. Sentimientos ambos que han aflorado sobre todo en la última etapa de la cuarentena, cuando los días se acumulan. «Tengo que dar gracias de que tengo bastante estabilidad emocional. Me hace gracia porque es cierto que, si te asomas a la ventana, sobre todo en esta zona de la ciudad en que la actividad comercial bulle, es difícil verla completamente vacía;pero creo que tengo bastante bien asumido lo que está pasando y que es pasajero».

«Mi hijo mayor continúa por internet hasta con las clases de violín del conservatorio»

Influye también que su día a día entre semana no ha cambiado tanto. «Hasta el mayor continúa con las clases de conservatorio vía internet. El profesor de violín les sigue impartiendo las lecciones», cuenta. Porque luego las tardes «son lo más parecido a las de un sábado, un domingo o un día de fiesta normal».

El desasosiego llega el fin de semana. Es entonces cuando esas rutinas cambian. «Estamos acostumbrados a ir a una finca familiar que tenemos en Puente Agüero. Nos gusta mucho ir allí porque pasamos un día en el campo, corriendo, comiendo y compartiendo el tiempo con los abuelos y los tíos. Eso es, tal vez, lo primero que haremos cuando todo esto pase definitivamente».

De izquierda a derecha, Carmen María, David, Gabriel, Sofía, Marta, Pau, Gema, José, Ana y Juan. Roberto Ruiz

Familia Redondo de la Flor

«Lo peor fue pasar un tiempo aislada en una habitación tras dar positivo en el virus»

Podría decirse que su situación en esta cuarentena es de mayor desahogo. Gema de la Flor y su familia –de diez miembros–, viven en un chalet de 250 metros cuadrados en Corbán. Pero, si se tiene en cuenta que tiene ocho hijos, no resulta demasiado espacio. «Duermen dos en cada habitación», cuenta ella con una sonrisa en la boca.

En estas circunstancias, la disciplina y las rutinas son fundamentales para mantener la convivencia. «Desde que se levantan, todos hacen la cama y arreglan su habitación. Al menos los más mayores porque a los pequeños todavía hay que ayudarlos». La situación de cada cual es bien diferente. Los de menor edad tienen que hacer sus tareas escolares, pero la cosa se complica con los más mayores. «Es un poco preocupante no saber qué va a pasar con el curso académico porque claro, uno de ellos tiene que hacer la prueba de acceso a la universidad, los que están estudiando la carrera tienen exámenes online, etc. Y, al final, en casa tenemos tres ordenadores y dos tabletas, pero son siete los que están estudiando», cuenta la madre.

Su hogar

  • Ubicación del chalet: Corbán (Santander).

  • Superficie: 250 m2

  • Miembros en el hogar: El matrimonio:Gema de la Flor y David Redondo. Y los hijos: Gabriel (22 años), Carmen María (21 años), Marta (19 años), Juan (17 años), Ana (11 años), Pau (9 años), José (6 años) y Sofía (5 años).

A ella le ha tocado pasar la peor parte de esta crisis del coronavirus porque, de hecho, ha superado la infección. Algo que lleva a pensar que, probablemente, lo haya hecho ya toda la familia. «Comencé a encontrarme mal hacia mediados de marzo. Me dolía mucho el cuerpo y tuve décimas de fiebre», recuerda De la Flor. «Mi hija también se encontraba mal y estaba con algo de temperatura y, tras llamar a urgencias, nos dijeron que muy probablemente teníamos el virus y que nos aislásemos. Ese tiempo ha sido lo peor de este encierro». Pasaron una semana cada una en una habitación, separadas del resto de la familia. «Y a los siete días, hacia el sábado 21, empecé también con dolor de garganta, con lo que tuve que tomar antibiótico». Su estado empeoró a los pocos días. Seguía teniendo fiebre pese a que estaba tomando antibiótico y fue a urgencias. «Allí –cuenta– me hicieron la prueba y di positivo, pero me dijeron que no me ingresaban porque no tenía el pulmón afectado».

Entonces regresó a casa, donde terminó de pasar la enfermedad. «Ahora llevo más de diez días que estoy mejor, pero ha habido una temporada en que sentía que me ahogaba», cuenta. Confiesa que todos los miembros de la familia han tenido algún síntoma. «Creo que lo hemos pasado todos». «Lo peor de esto es que no podíamos salir a la calle para nada. No podíamos ir ni al supermercado y nos han tenido que ayudar. Eso sí que es un poco angustioso, pero hay que ser responsables y lo hemos sido».

Pasado ese mal trago, el confinamiento es ahora más llevadero. La familia aprovecha las escaleras del chalet y el jardín para hacer ejercicio. «Salimos mucho fuera a tomar el aire, a comer y a hacer vida en familia. Vivir aquí es un desahogo, aunque seamos muchos», cuenta. Pese a todos los que son, «la convivencia está siendo estupenda». Y es que se han establecido unas rutinas. «Nos turnamos para tirar la basura y para hacer otras labores de la casa».

Ahora la inquietud tiene que ver más con la economía que dejará esta crisis. «Mi marido no tiene trabajo desde finales de febrero y va a emprender una aventura empresarial. Va a montar su propio negocio y para eso es importante que todo esto pase y que el mercado se estabilice».

El deseo de que todo esto acabe tiene que ver también con la actividad diaria que se ha perdido. «Yo trabajo mucho con una parroquia y con la asociación Provida. Algo por lo que estoy mucho tiempo en la calle». Todos aguardan la vuelta: «Nos encanta el verano y la playa. Cuando todo esto pase es el primer sitio al que vamos a ir».

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