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Andamios, coches mal aparcados, aceras con desperfectos, lluvia... Estas son algunas de las dificultades a las que se tienen que enfrentar las personas invidentes que viven en Cantabria. Una realidad que cuesta imaginar y que a veces se traduce, según ellos mismos cuentan, en falta ... de empatía. El Diario Montañés acompaña durante unas horas a tres invidentes coincidiendo con el Día Internacional de las Personas con Discapacidad.
Ángel Bezanilla sabe que está llegando a la sede de la ONCE en Santander porque escucha el murmullo del comercio de al lado: «Cuando no tienes un sentido, se intensifica el resto», explica. Los tipos de baldosas, sus rugosidades o el número de escalones que tiene que subir para llegar a su casa en la calle Alta son las técnicas de memorización que ha integrado en el día a día y que, lejos de lamentarse, normaliza para poder caminar «con mayor seguridad» ya que, como él mismo reconoce, «hay que buscarse la vida».
Ángel se ha dedicado siempre a vender cupones. En Cueto, en el Mercado de la Esperanza y al lado de la iglesia de San Francisco. Aunque ahora, ya jubilado, tiene tiempo para otras pasiones. Como la música, en la que se inició en el Conservatorio Ataúlfo Argenta; o la enseñanza, que ejerce cuando acude a la ONCE para impartir clases de braille a sus iguales. Comienza el día y bastón en mano, se despide de su mujer, Maime Calderón, que desde el balcón supervisa que no ha habido ningún problema al bajar las escaleras.
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Al igual que Ángel, ir a comprar el pan al lado de casa es para Isabel Pérez «una auténtica odisea», especialmente los días de lluvia, muy comunes en la región. Por eso, memoriza las alcantarillas que hay hasta llegar a su destino. Reconoce que se desorienta más de lo normal. «Me crea mucha ansiedad no ubicarme». Por eso, en invierno, que anochece más temprano, no suele salir de casa si no es acompañada. Sólo hace recorridos que se sabe de memoria. «¿El clima perfecto? Cuando hace nublado, ese día voy a recorrer Santander», confiesa.
El caso de Marisa García es diferente al del resto de sus compañeros de la ONCE. Ella tiene a Zucai, su perra guía, que desde hace años se ha convertido en su fiel compañera. «Mi perra lo es todo, veo a través de ella, es mis ojos. ¿Miedo? Ninguno. Mi perra sortea todos los obstáculos y no me entero de nada», confiesa.
Marisa vive en Bezana, pero se desplaza todos los días hasta Torrelavega, donde vende cupones. Aunque realmente su verdadera vocación es ser periodista. De hecho, colabora con una emisora de radio valenciana y pese a no haber tenido suerte buscando trabajo, no desiste. Destaca que su mayor problema, el mismo que el de Isabel, es la lluvia. «Es traumático», dice, porque no puede utilizar paraguas. «En una mano llevo a la perra y la otra la necesito para hacer alguna corrección». La única alternativa es la capucha que «al taparme los oídos, también me desorienta». Y es que el sistema auditivo les ofrece detalles como «la amplitud del sitio por el que estas andando o la ubicación de la puerta del lugar que buscas». Se trata de un recurso que la pandemia ha entorpecido. «Las mascarillas, quitan un campo de audición», explica Marisa.
«Por suerte» las cosas han evolucionado. Ahora, las ciudades se ha convertido en un lugar más seguro para las personas invidentes. Con el desarrollo de tecnologías inclusivas pueden, por ejemplo, cruzar un paso de peatones «sin miedo» o viajar en autobús. Algo tan corriente para algunos, supone un gran esfuerzo para ellos. Ángel, Isabel y Marisa tienen un aparato con dos botones. Uno de ellos sirve para que los semáforos emitan un ruido en el momento que se pone en verde y el ritmo se acelere cuando se vaya a poner en rojo. El otro para el bus urbano. En este caso les avisa de la parada en la que se encuentran. Y esto, por raro que parezca, parece molestar a algunos.
Isabel explica que hace ya años que no utiliza el bus en Santander, pero recuerda que «había algunos conductores que se quejaban del ruido». Lo mismo ocurre con los vecinos que viven encima de los semáforos, a los que el sonido «parece que tampoco les hace gracia». Algo que ella no logra entender. «Si es que lo necesito para cruzar...». Aun así, prefiere pensar «en la cantidad de personas que, sin pedirlo, nos ofrecen su ayuda».
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