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En enero de 1943, mientras nacía nuestro actual presidente autonómico, el Ejército Rojo logró liberar Leningrado del terrible cerco de Hitler. Si hubiese esperado a ... esta noticia, quizá no se habría suicidado el año anterior en Brasil el escritor austriaco Stefan Zweig, desesperado ante el imparable avance del totalitarismo. (argumento contra el suicidio: impide al individuo recibir las buenas nuevas que lo harían inconveniente). En los republicanos españoles derrotados en 1939, las victorias soviéticas en Stalingrado en 1942 y después en Leningrado, rematadas ese verano del 43 con un colosal triunfo en Kursk (ciudad donde cabrían dos tercios de la población de Cantabria), despertaron la esperanza en que los aliados forzarían la renuncia de Franco. Pero ese año ocurrió otro evento que quiero traer a colación. Se publicó en México la versión española de un libro de quien por entonces era probablemente el principal historiador de Alemania, Friedrich Meinecke. El original había surgido en 1936, fecha de su definitiva caída en desgracia ante las jerarquías nazis. Horrorizado ante la Alemania militarista, Meinecke trataba de rastrear el origen de la sensibilidad para la historia en una serie de antecedentes europeos, sobre todo el gran poeta Goethe, y así ofertar una raíz curativa para el extraviado espíritu alemán.
Para resumir cómo en la historia todo está interconectado, repetía Meinecke la frase de Leibniz «sympnoia panta», que en griego viene a ser ‘todo respira conjuntamente’ o ‘todo con-spira’. Podemos explorarlo a través de la proyección a la realidad cántabra de tres libros que el mal tiempo me ha ayudado a leer: ‘Historia mínima de la guerra civil española’, de Enrique Moradiellos; ‘La economía de la democracia’, de Carlos Solchaga, Pedro Solbes y Luis de Guindos, con la coordinación del periodista comillano Miguel Ángel Noceda; y ‘La desintoxicación moral de Europa’, del citado Zweig.
En primer lugar, la guerra. Al importante tratamiento informativo dado por este diario al descubrimiento de datos sobre víctimas republicanas en Limpias debe seguir la consideración de que aún hay restos dispersos en fosas comunes por toda la región. Si realmente somos una España reconciliada y de lección aprendida, no podemos aceptar esa certeza moral sin que a renglón seguido nos movilicemos para un programa arqueológico y forense. Las barbaries cometidas por ambos bandos son irreversibles, pero la conciencia y rechazo de las barbaries es lo que nos permitirá no reiterarlas en el futuro. Tenemos policías investigando limpiezas étnicas en la República Centroafricana. ¿Por qué no en casa?
El libro de Moradiellos (a los cántabros nos recuerda que los ataques republicanos en Brunete y Belchite solo sirvieron para retrasar un poco la caída de Santander) es síntesis apretada, pero muestra el horizonte de ecuanimidad exigible a un historiador profesional. Muchos van convergiendo con el desencanto de Azaña: la guerra era fruto del odio recíproco. Por tanto, debemos cerrar todas las heridas. Si no lo hacemos, habrá una utilización ideológica de las fosas comunes, y su descubrimiento no será realizado dentro de un programa de concordia, sino de reactivación de discordias. De la necesidad de eliminar el odio se ocupa también la conferencia de Stefan Zweig. La intoxicación de odio en la Europa que se había precipitado en la Primera Guerra Mundial había sido inoculada por una educación nacionalista, por una historia centrada en guerras y eventos políticos, y por una prensa que imprimía noticias falsas para denigrar a los países vecinos.
Zweig proponía soluciones muy prácticas. Enseñar la historia de la cultura, que nos hermana como europeos, más que la de las guerras, que nos enemista. Hacer que los estudiantes europeos de bachillerato y universidad cursaran al menos un semestre en otro país del continente (esta idea se ha convertido en el Erasmus actual, hay en la UC ahora mismo más de 200 jóvenes extranjeros). Y establecer una especie de organismo experto para desmentir lo que hoy llamaríamos ‘fake news’.
¿Enseñamos en las escuelas e institutos de Cantabria más historia de la cultura que de las guerras y la política? ¿Lo enseñamos bajo la directriz de hacer sentir al alumnado nuestra comunidad espiritual con Grecia, Suecia, Irlanda o Austria? La autoridad educativa en todos sus escalones debería hacer esta reflexión, pero mi impresión es que no solo hay demasiada historia política, sino también demasiada historia social esquemática. Peleas entre reinos y naciones; peleas entre grupos sociales. La historia como tatami. En cambio, toda asignatura constructiva de cultura europea es un bulto sospechoso que se tolera cada vez peor: Filosofía, Historia del Arte. De Historia de la Ciencia, solo píldoras. La literatura está unida a Lengua como si fuera un caso práctico de ella y Pereda hubiera escrito ‘Peñas Arriba’ para hacer análisis sintácticos. Además, la Consejería amenaza con una asignatura de ‘Memoria Histórica’, que para cierta izquierda significa simplemente una auto-exculpación histórica, tentación que ya Azaña tenía superada hace ochenta años e Indalecio Prieto poco menos. Algunos progresan en círculo.
De ahí el libro de los ministros de Economía. Solchaga y Solbes confiesan honradamente un sempiterno vicio del socialismo español: hacer política ideológica y demagógica a costa de la realidad y la prosperidad (alguno cita expresamente a Largo Caballero); también la dificultad de realizar reformas sin tropezar con el laberinto autonómico. Guindos, que se pronuncia en una España que ha pasado de destruir empleos a crear medio millón anual, lógicamente es poco autocrítico. Por ello la enseñanza de Solchaga y Solbes es mayor, pues identifican sus propios errores, mientras que Guindos parece reservarse para contriciones ulteriores. Solchaga lamenta que sigamos hablando de reindustrialización nostálgica. El futuro es otro.
La industria que conocimos antes de la entrada en la UE era resultado de una protección arancelaria y de la debilidad de la peseta. Eso desapareció. Solbes insiste en la formación («No educamos para los empleos que existen»), en las trabas burocráticas a la actividad económica y en el desafío demográfico. Los mejores socialistas son los que escriben memorias y los peores, los que las legislan. Temas de actualidad en Cantabria: convendremos con Meinecke en el ‘todo conspira’.
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Ana del Castillo
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