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Entre Santander y Sarajevo hay 2.427 kilómetros de distancia. Son 24 horas de viaje en coche, pero en 1914, la capital bosnia quedaba tan lejos que el atentado que marcó el inicio de la Primera Guerra Mundial (IGM) llegó como un eco tardío a la provincia. España enseguida anunció su papel neutral en la contienda, pero durante los cuatro años que duró la guerra entre los bloques de los aliados y los 'germánicos' en nuestro país la guerra se trasladó a otro frente: la prensa. Ahí se libró una guerra de palabras entre las ideas que representaba el liberalismo afín al bloque aliado y la postura más conservadora o tradicional afín a los principios alemanes. Crónicas, tribunas de opinión o artículos de escritores renombrados del 98 nutren hoy las hemerotecas de propaganda y verdad. De lo que no hay duda es de que entre 1914 y 1918 hubo diez millones de víctimas por la Gran Guerra, y que dicha guerra se paró el 11 de noviembre de 1918 con la firma de un armisticio histórico.
Hubo una foto de ese momento en el bosque de Compiègne (Francia). El posado en el tren del mariscal Foch está limpio de barro y sangre, no hay campamentos sin víveres de fondo, no hay uniformes desmembrados en blanco y negro. Y, sin embargo, la imagen produce escalofríos: sólo hay que visualizar las trincheras en el frente, con cadáveres y soldados vivos hacinados durante meses, para sentir la simpleza del horror, capaz de detenerse con un gesto tan inocuo como una firma. Con ese gesto, que cumple hoy cien años, se paró la guerra, aunque no detuvo sus causas como más tarde se comprobó.
Pero ¿cómo hizo la prensa de entonces para narrar esa parálisis del tiempo, el antes y el después en la historia de la naturaleza humana? Había aquellos años 280 diarios en España, 20 de los cuales operaban en la capital. En Cantabria, entre periódicos y revistas, convivían tres cabeceras diarias: El Cantábrico, La Atalaya y El Diario Montañés.
Al día siguiente de que el mundo despertara en esa paz hiperbólica que prosiguió al armisticio, El Cantábrico advertía en el editorial del 12 de noviembre que «la lección es de las que tardará muchísimo en olvidar el mundo». Y añade: «Sería cosa de eliminar de las jugueterías los soldados de plomo, para que no despierten instintos bélicos en las criaturas, pero no se puede olvidar que también la libertad ha necesitado sus ejércitos para restablecer el derecho y la paz. Las gentes en nuestro país, al ver cómo se derrumban los imperios, se preguntan si también a España le habrá llegado la suspirada hora de cambio de régimen (...)». «Una honda transformación en la política nacional puede venir y vendrá cualquier día», prosigue el editorial de este periódico, dirigido por José Estrañi, y que según Simón Cabarga en su libro 'Historia de la prensa santanderina', tenía «un corte más moderno que sus rivales».
firmas
Ese mismo día, El Diario Montañés reprodujo las condiciones del armisticio que el general Foch envió a los comandantes de los ejércitos aliados y, además, narró desde Berlín y desde Londres cuáles habían sido las reacciones al acuerdo. Sin embargo, en las páginas que prosiguieron hay visos evidentes de la polarización que se había apoderado del país. El 15 de noviembre de 1918, publica el editorial 'Una paz injusta': «Se hará la paz, pero no será la paz larga y duradera que necesitan los pueblos (...) El lenguaje de la prensa de las naciones aliadas no deja lugar a duda: ha de aplastar al enemigo, un enemigo que tiene que capitular sin haber perdido en el campo de batalla».
España se había declarado neutral en la contienda, sin embargo, en la prensa se libró una guerra civil de palabras e ideas. «El país estaba dividido entre 'aliadófilos' o 'francófilos' y 'germanólifos', en estrecha relación con sus posturas ante la crisis interior de nuestro país», como destacan María Dolores Saiz y María Cruz Seoane en su libro 'Historia del periodismo de España'. Con la IGM empezó la era en la que la información se ponía al servicio de intereses guiados; empezó la propaganda, y las páginas de El Diario evidencian el uso que ambos bandos hicieron con ese fin. Por ejemplo, durante 1917, la cabecera informaba prácticamente a diario sobre la actualidad de la guerra en apartados titulados 'La acción militar', 'La acción política' y 'El tema de la paz'. 'La situación de Rusia' se ganó por su propio peso un espacio propio. Incluían en esos apartados el comunicado italiano, o el francés o el alemán. Este último, por ejemplo, decía esto de sus hazañas sólo dos meses antes del armisticio, el 7 de septiembre: «Al noroeste de Dismuide hicimos 70 prisioneros al enemigo». O bien: «El teniente aviador Bruney logró su 41 victoria».
el 12 de noviembre
No eran menos los otros informes. El comunicado inglés de ese mismo día advertía: «Hemos lanzado once toneladas de proyectiles y hemos derribado ocho aparatos enemigos». Era difícil saber quién iba ganando cuando todo eran logros en esas páginas. Ese optimismo controlado y dirigido desde los despachos a los medios, y que El Diario encabezaba con el apéndice 'Intereses de prensa', evidencia una revalorización de la información como una herramienta estratégica. ¿Cómo si no entender que el 11 de octubre de 1918, justo un mes antes de firmar el fin de la guerra, los 'Intereses de prensa' informaran de que «la prensa alemana se ocupa del armisticio con optimismo»?
La neutralidad era un concepto tamizado, y por mucho que nuestro país se declarara ajeno a la división cartesiana de aquel mundo, hubo en España una afiliación por las ideas, como si pudiera uno declararse más afín a los franceses o a los alemanes; como si algo peor no estuviera por venir en esa separación que empezó como un juego de palabras y titulares. La atomización de las ideas se forjó en cabeceras en las que escritores o articulistas mostraban su postura más o menos afín a los aliados y a los alemanes.
Sin embargo, con la Gran Guerra de trincheras y el cuerpo a cuerpo entre hombres y armas de fuego, nació también una nueva forma de informar: los corresponsales. Tanto periodistas y escritores del 98 como Ramiro de Maeztu o Valle Inclán, Salvador de Madariaga, Julio Camba, Josep Pla, Sofía Casanova o el cántabro Luis Araquistáin hicieron de sus palabras una forma de contexto intelectual, pero también de guerra sociológica.
información
El enfrentamiento en España iba por dentro de la palabra neutralidad. Estaba ya en nuestro suelo. «Lo que nos absorbe, de momento, es el pormenor, la anécdota, la evolución y no el fin de los graves sucesos que nos rodean», dice Gaziel, corresponsal de La Vanguardia que narró para el periódico barcelonés la guerra, y cuyas crónicas están recogidas en el libro 'De París a Monastir'. El periodista Julio Camba retrató el horror a pesar del sarcasmo que se gastaba en sus textos. En su libro 'Las ideas alemanas' (1912) decía: «Aquí se ve a los hombres jugar con unas ideas muy grandes, sin que nadie les tome por príncipes del pensamiento. A lo mejor son tenderos de comestibles o redactores de periódicos, porque en Alemania hasta los redactores de periódicos tienen ideas».
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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