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El mediodía desnudaba ayer la bahía de Santander: retiradas las aguas, emergía el páramo y los mercantes entraban a puerto navegando a unos pocos metros del arenal. La bahía dista de ser un paisaje estático; cambia de humor con el tiempo: se oscurece con las tormentas, se vuelve parda con las lluvias y refulge bajo el sol. Tampoco escapa al influjo de la Luna, que ayer iniciaba su ciclo creciente y que, al alinearse con el Sol y la Tierra, daba empuje a las mareas. Fue un día de contrastes, con una mañana de playas ensanchadas y riberas de piedra oscura y una tarde de corriente tumultuosa que dibujaba estelas en las boyas de la canal y parecía a punto de desbordar el vaso de la bahía.
La bajamar volvió a revelar el sendero que zigzaguea entre las rocas y une Bikinis con la isla de la Torre, y también toda esa estructura oculta que soporta los muelles de Santander, como si el mar estuviera escapando por un sumidero. En La Maruca, un piso pavimentado por lastras, que solo unas horas después sería batido por las olas.
Es, de todas formas, con la marea alta, cuando la bahía luce más esplendorosa: la fuerza del agua, entrando impetuosa, aclara sin palabras por qué el extremo del Puntal, con la playa encogida hasta la duna, se llama Punta Rabiosa. En Puertochico, los pantalanes suben a ras del suelo, y es posible llegar a ellos de un salto. Hasta el edificio del Club Marítimo pierde su apariencia de sólido palafito y flota sobre la superficie. Un poco más allá, la ilusión de que los raqueros se zambullen se torna más viva: sentados a su lado, los paseantes casi acarician el agua con la punta de los pies. En las mareas más altas, las pedreñeras cambian el punto de atraque y se alejan de la rampa para recoger y dejar viajeros en el Paseo de Pereda, como quien toma el autobús.
La tabla de mareas marcaba ayer un coeficiente máximo de 111, con casi cinco metros de diferencia de nivel entre la pleamar y la bajamar. Las imágenes así lo demostraron.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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