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«Cuando vuelves a casa y abres la nevera llena, te das cuenta del choque». Adrián Cendrero parte de nuevo. Mientras responde por teléfono sale rumbo a Barajas para llegar a su próximo destino; el Sáhara. Tras ocho años como cooperante con diferentes organizaciones, ha ... pasado por Senegal, Líbano, Colombia, Malawi… Por primera vez llevará escolta armada. «Las cosas están complicadas en la zona occidental».
Cendrero, tenía «uno de esos trabajos que son un callejón sin salida» y una inquietud a la que dar respuesta. Así, en 2011 decidió matricularse en el Máster de Desarrollo Internacional de la Complutense. Un año después llegó su primera misión; Camerún. Como en cualquier otro empleo, en cooperación la experiencia es un grado que facilita encontrar trabajo. E igualmente, la crisis y la falta de recursos lastraron durante varios años los proyectos en una comunidad que, afirma, «tiene bastante actividad y ayuda descentralizada», esto es; no dependiente del gobierno estatal.
Este 8 de septiembre se celebra el Día Internacional del Cooperante. Una fecha que pone en valor la labor desarrollada por las personas que hacen de la solidaridad su profesión. En 2006, el Consejo de Ministros aprobó como significado el de aquella persona física que participe en la ejecución, sobre el terreno, de un determinado instrumento de cooperación internacional para el desarrollo o de ayuda humanitaria en cualquiera de sus fases.
Para este cántabro de 43 años, un aspecto fundamental para hacer de la cooperación una profesión, es la preparación. Saber a dónde se va con perspectivas realistas. «Vivirás sin muchas comodidades que das por hecho; no hay supermercado, ni agua caliente, ni ventanas siquiera en algunos casos». Aunque no ha pasado miedo, «toco madera», acota, sí reconoce situaciones de tensión. «Estás haciendo un análisis continuo del contexto para evitar zonas o momentos donde existen riesgos, porque los identificas previamente», explica. «La prioridad máxima siempre es tu seguridad y la de tu entorno». Sin embargo, no siempre se puede huir; dos cooperantes de Acción Contra el Hambre eran asesinados este jueves en Etiopía.
Adrián es una de las 41 personas que estaban registradas como cooperantes en Cantabria en el año 2018, según los datos de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). 17 de ellas realizan su labor como parte de organizaciones religiosas y 13 en ONG. Otras 7 trabajan para organismos internacionales, 3 en AECID y uno más en otro tipo de proyectos. ¿Es una cifra baja? Para sacar conclusiones es necesario el contexto. En total, en España, había el año pasado 2.621 cooperantes. El personal religioso representa el mayor volumen (41%). En ese perfil encaja Carlos Gangas. Tampoco ha tenido miedo, dice este reinosano, y eso que se ha visto inmerso en conflictos étnicos, llegando incluso a rescatar a personas de un bando de las manos del contrario, cuando acudían «a rematar a los enemigos al hospital». Como misionero ha pasado 25 años en África. Togo, Mozambique y Chad se han repartido sus más de dos décadas en el continente al que ahora regresa de vacaciones, a visitar los proyectos y «a los amigos».
La situación de los españoles que están por el mundo para brindar «solidaridad» a los «más vulnerables» necesita una revisión, señala Juan Pablo de Laiglesia, secretario de Estado para la Cooperación: «La mejor fortaleza de la cooperación española reside en su capital humano en todos los niveles y escenarios. La construcción de sociedades más justas, pacíficas y sostenibles no sería posible sin el altruismo de los que trabajan en la cooperación. Pero también hay que dar satisfacción a sus exigencias, como el grado universitario, la cobertura de los derechos sociales y el retorno a la profesión en España con una justa retribución ».
Gangas ha trabajado en educación formal y no formal, cooperativas de mujeres o microfinanzas en la última etapa, tocando casi todos los palos que ayudan a dinamizar una comunidad de la que los cooperantes forman parte. Esa es para él la clave. Aportar, convivir. «No es llegar e imponer una cosa sino responder a algo que se pide y en lo que ellos participan». Una labor distinta a la de aquellos que eligen el voluntariado como una experiencia puntual. «No tiene nada que ver -añade- Estar en un sitio durante mucho tiempo supone una inmersión en los grupos y la gente, ayuda a entender a las personas, a escuchar, a visitar, a saber qué quieren y por qué. Algo a dos. Cooperación significa actuar juntos».
Si toca mirar hacia casa, Gangas, acreedor del último premio Cantabria Coopera, ahora desaparecido, recuerda años en los que la dotación del gobierno regional ha sido de «cero euros». ¿La causa? «Vivimos en una sociedad egoísta en la que se repite que si no tienes para ti no vas a dar a los de fuera. Es una excusa para no hacer nada. Y depende, además, de decisiones políticas», razona.
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Esos cero euros son el pico más bajo de la aportación del ejecutivo cántabro a la cooperación internacional, estructurada como área de gobierno en el año 2003. Tras una etapa de crecimiento, las actividades se paran bajo la dirección de la popular Marta Guijarro.
«A partir de 2011 comenzaron los problemas con el sector», recuerda José Carlos Ceballos, miembro de la directiva de la Coordinadora Cántabra de ONG (CCO). «Se eliminó el convenio con la coordinadora, se cerró la Casa de la Solidaridad José Félix García Calleja, dejó de convocarse el Consejo Cántabro de Cooperación y se rompió el diálogo con la sociedad civil totalmente». Durante una legislatura, las ONGs cierran sedes y despiden personal, mientras ven «desde una situación de resistencia» cómo se incumple el Pacto Cántabro contra la Pobreza firmado en 2007 y que destinaría un 0,7% del presupuesto a cooperación. En 2015 las tornas cambian y las competencias del área recalan en la Dirección General de Juventud y Cooperación al Desarrollo, recuperan su nombre (con cada gobierno ha tenido uno) y se enmarcan en la Consejería de Educación. El porcentaje económico dedicado a proyectos pasa de un 0,037% a un 0,092%, «muy alejado de los compromisos firmados en 2015 por PSOE, PRC, Podemos y Cs», matiza Ceballos. Este año, el presupuesto para cooperación es de algo más de 2,5 millones de euros; un 0,09% del total. Mientras los números crecen con timidez y los discursos tienden a los extremos, las asociaciones van recuperando músculo y la solidaridad se manifiesta también en casa.
Para Maddy Brito, que en apenas unos días se asomará a los 40 años, ser trabajadora social es «una vocación y una profesión». Durante una década desarrolló su labor en Colombia, su país de origen, en proyectos que tenían como objetivo a poblaciones afro e indígenas. Ya en la comunidad, y tras colaborar con Cruz Roja, una carambola laboral la llevó a formar parte de Cantabria por el Sáhara y su programa Vacaciones en Paz. Terminó el contrato pero no el vínculo. «Trabajar con personas -explica- es muy difícil porque te encuentras con diferentes realidades y todos tendemos a mirarnos a nosotros mismos y no como un conjunto. Dar respuestas individuales sin perder el contexto no es fácil».
Cantabria es, a su juicio transoceánico, una región solidaria en la que «cuando se comprometen lo hacen de verdad». Brito no solo animaría a otros a acercarse a la cooperación, sino que considera que «debería ser una asignatura desde el colegio». Invitaría a padres y profesores a transmitir el valor de «ser empáticos con la realidad de otras personas y crecer con la experiencia».
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