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«No van a poder con nosotros», anunció una resuelta María José Sáenz de Buruaga ante sus fieles en el último cóctel de Navidad del PP. Se refería al partido, a los vaticinios de que lo tendrá más difícil que nunca en las próximas elecciones ... en Cantabria por muchos motivos. La presidenta de la organización no debía saber aún que quizá también se estaba refiriendo a ella misma, con quien ya no contaban en Génova para encabezar la candidatura al Parlamento regional porque se habían decidido -cuentan que encuestas mediante- por una atleta con gran nombre en los circuitos deportivos pero casi por estrenar en los políticos. Sáenz de Buruaga se enteraría poco después de aquella cita de que ella no era la opción de Pablo Casado (pese a que se había postulado) e hizo algo para lo que no le ha faltado entrenamiento en los últimos tiempos: apretar los dientes y tirar para adelante.
Algo que, según ha contado alguna vez una muy estrecha colaboradora, ha hecho siempre, porque es minuciosa, se prepara a fondo para lo que le toca abordar en el día, como buena cabezota. Desde que se enteró de que el nuevo PP la cambiaba por una deportista con escasa labia y menos experiencia de gestión, Buruaga para los periodistas, María para sus cercanos, ha sido una cara de circunstancias andante. Volvió de Madrid tocada y medio hundida, se presentó ante su equipo llorada de casa para comunicar que seguiría al frente del partido pese a la decepción, mantuvo el tipo el día que Pablo Casado vino a Santander a presentar públicamente a su rival e, incluso, acudió a la Convención Nacional del PP encabezando una delegación cántabra en la que dejó más alto el listón que su rival: Beitia apenas se dejó ver tres minutos, el tiempo de hacer un discurso sobre deporte y sin citar a Cantabria. Entre el público, una Buruaga sonriente estuvo dando su mejor cara.
Y eso que desde que trascendió la elección del PP a ella no le han faltado ganas de darle un portazo. Dicen, sin embargo, que le pudo el deseo de no abrir un cisma aún mayor en la organización a la que se afilió con 23 años, en unos tiempos en que Juan Hormaechea había puesto patas arriba las siglas. Desde entonces (ahora tiene 50 años, lo que significa que ya lleva media vida como militante) la suya ha sido una historia de trabajo por la formación y haciendo toda la carrera, cubriendo todas las etapas: concejala, diputada, secretaria general, consejera de Sanidad y vicepresidenta del Gobierno y presidenta del partido en la región, un título que es probable que le haya supuesto hasta el día de hoy más sinsabores que alegrías. Porque llegó a tomar las riendas tras una campaña fratricida en el seno de la organización y por la mínima, lo que la obligó a redoblar esfuerzos. La guinda a esa trayectoria tenía que haber sido la designación como candidata a la Presidencia de Cantabria, pero en Madrid no lo vieron y, si desde marzo de 2017 no había tenido poca brega, estos últimos días han sido el acabose de idas, venidas, negociaciones y conversaciones para evitar que el partido se le fuera de las manos.
Pero si de algo puede hacer gala Buruaga es de oficio, oficio y oficio. Abogada de formación, con 27 años ya era concejala en su pueblo, Suances, donde fue portavoz del grupo municipal dos legislaturas seguidas. A los 31 fue elegida por vez primera diputada regional, un momento que marcaría a fuego su devenir en política ya que fue la etapa en que se vinculó políticamente a Ignacio Diego, expresidente del PP, con quien formó un tándem profesional y de amistad que saltaría por los aires cuando a él le tocó dar el relevo en el partido y ella se postuló para dirigirlo.
Ese saber (este 'know how', diría quizá Pablo Casado) le ha sido fundamental para seguir el camino de hormiga que ha hecho en los 670 días que han pasado desde el Congreso, en los que sólo ha tenido un objetivo: reconstruir un partido que hacía aguas por todas partes -los boquetes los abrían los perdedores- con la vista puesta en las elecciones que tendrán lugar el próximo mayo.
Lectora empedernida, estas últimas semanas ha tenido poco margen para evadirse del monotema candidatura y Génova. Ha tenido que hacer frente a una inagotable agenda de encuentros y conversaciones -ha estado negociando las listas municipales- y se ha visto desbordada de correos y mensajes de whatsapp, así que ha caído a plomo por las noches. Una dimisión la ha vuelto a llevar a donde quería: a representar a su partido en los próximos comicios. A nadie le gusta ser segundo plato, pero ella sabrá darle la vuelta, porque si algo tiene es oficio, oficio y oficio. Y sabrá menear las listas y explicar un programa, y no dejará que la cacen en un renuncio en un programa de radio. Y sólo dirá lo que quiera decir cuándo y dónde quiera decirlo. Y no se esconderá de los medios de comunicación. Quién le iba a decir al PP de Madrid que, además de una saltadora que lo ha ganado todo, tenía una corredora de fondo en sus filas que será la que, ahora, le saque las castañas del fuego.
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